Recuerdos de familia
Tal y como comentaba a raíz de Romería, de Carla Simón, la (re)presentación de la memoria familiar, recuerdos y emociones, puede resultar excesivamente simplista o altamente conflictiva. Diversos directores han elaborado historias familiares con enfoques harto distintos en películas vistas durante el Festival. Comentamos algunas a continuación.
Sentimental Value (Joachim Trier, 2025) vs The Love that Remains (Hlynur Palmasson, 2025)
Si enfrentamos una obra con otra, habría que admitir que no llamaron excesivamente la atención, aunque la primera arrancó las suficientes simpatías como para obtener el Gran Premio del Jurado. Ambas giran en torno a las peripecias de una familia en situaciones de conflicto (paterno filial en un caso, de pareja en el otro) pero abordan estrategias completamente distintas para presentarlas.
El director de la excelente Oslo, 31 de agosto y de la insufrible La peor persona del mundo se orienta a un drama muy clásico, de ecos obviamente bergmanianos y en contexto artístico. La cinta sigue una estructura clásica de introducción, crescendo, nudo y desenlace y plantea el enfrentamiento entre una prestigiosa actriz teatral, tan joven como histérica (Renate Reinsve, la peor persona del mundo) y su padre (Stellan Skarsgard), un veterano director que abandonó la familia durante la infancia de las hijas y que reaparece planteando un papel protagonista para su comeback como director de largometrajes de ficción. Trier elabora una obra muy mesurada, con una buena puesta en escena, sin estridencias, que combina hábilmente la trama de la película con la de la obra que el realizador quiere llevar a cabo. Renuncia también a los grandes enfrentamientos sentimentales y presenta a los dos personajes principales evitando estridencias, controlando a Reinsve y evitando que repita su papel de peor persona, pese a sus rasgos histéricos. Por otro lado, se permite algún rasgo de humor insólito, como el regalo que Skarsgard hace a su pequeño nieto, un par de DVD: La pianista de Michael Haneke e Irreversible de Gaspar Noé….
La cinta de Trier discurre, pues, plácidamente, con un desarrollo dramático tan suave como anodino. Por el contrario, el director de Godland (2022) trata de escapar de la rutina, por así decirlo, con The Love that Remains, una cinta que se nutre de las elipsis, del off visual y de un montaje lleno de saltos temporales. Historia en este caso de una pareja con tres hijos, discurre en las últimas semanas de vacaciones de un verano, aunque el arco temporal es muy superior a este periodo. De hecho, el director ya utilizó esta estrategia en Un blanco, blanco día (2019) equilibrando la parte que correspondía a la trama de suspense con la narración más íntima en la historia de sus personajes, en esa ocasión una familia de tres generaciones y sus convecinos. El resultado no deja de ser atractivo, plasmando la cotidianeidad de una vida familiar o, incluso, la rutina de un barco pesquero, con los esfuerzos de la madre por avanzar en su carrera artística. El paso del tiempo es identificable parcialmente por la ausencia o evolución del caballo en el corral o las grandes piezas de arte que se dejan en la tierra o el deterioro del espantapájaros utilizado como diana para las flechas. Sin embargo, estas pistas no son suficientes para evitar que los saltos temporales distorsionen la comprensión de la evolución argumental. A gran distancia de la severidad de Godland, y como hace Trier en su obra, Palmasson introduce secuencias humorísticas como el interludio con el galerista impresentable, la muerte y venganza de un pollo gigante o la deriva en el mar del padre de familia… Sin embargo, más allá de cierto equilibrio entre drama y comedia, The Love that Remains deviene una obra incierta, de la que no sabes que conclusión extraer.
Die my Love (Lynne Ramsay, 2025) y Alpha (Julie Ducournau, 2025)
Dos directoras de culto, dos obras muy esperadas, ambas con la necesidad de mantener su alto nivel creativo, de seguir sorprendiendo al público. Las dos, abordando un grave conflicto familiar. A diferencia de la placidez de las obras de Trier y Palmasson, ambas enfrentan “sus familias” a situaciones extremas y lo presentan con unas puestas en escena apocalípticas.
Diría que la opción tomada en Die my Love estaba condenada al fracaso desde un principio. La historia de una joven madre que padece una psicosis post parto acumula todos los posibles trazos de locura que hemos podido ver en diversas obras. Ora deambula solitaria, ajena al entorno, ora se lanza a través del cristal. Ahora se preocupa por su bebé, ahora se muestra amenazadora. Tan pronto se despreocupa de todo y se lanza en ropa interior a la piscina de sus anfitriones, como recorre kilómetros con la criatura en un estado de desconexión. Y, por si no fuera suficiente, desarrolla una erotomanía que justifica, por un lado, la ambigüedad de una serie de escenas en las que no acabamos de saber si estamos en el mundo real o en la imaginación de la joven. Más que un personaje, Jennifer Lawrence parece un catálogo de signos y síntomas de la enfermedad que Ramsay utiliza para evidenciar su situación mórbida, enfrentándola a la desesperación del triste Pattinson, incapaz de controlar a su pareja. Ramsay extrae momentos realmente impactantes, desde el inicio, con el montaje encadenado de la llegada a la casa y el polvazo frenético, al accidente automovilístico o la secuencia repetida al inicio y final con las llamas del bosque. Sin embargo, Die my Love resulta insuficiente por regresar a un tema que resulta un tanto manido sin aportar innovación alguna salvo mantener un tono frenético, impulsado por el volumen de la música, durante todo el metraje.
Y aunque Alpha parece moverse de modo sincopado, a pesar de su irregularidad, el balance es mucho más estimulante. Ciertamente Ducournau se enfrentaba a un listón muy alto, marcado por ella misma con Titane (2021) y su triunfo en Cannes y también a la etiqueta de autora de body horror. No hay duda de que en esta situación cualquier autora debe asumir riesgos y, sólo por ello, merece un respeto.
Alpha es una niña de 13 años que ya no quiere ser una niña. Vive con su madre, pero quisiera volar, dejarse llevar con sus compañeros, con sexo y emociones que en casa están prohibidas. Su madre trabaja en el hospital y tiene una relación complicada con una familia que parece ignorar riesgos y enfermedades. De repente, sus vidas padecerán una suerte de apocalipsis particular. Paralelamente a una actitud progresivamente hostil por parte de Alpha, en casa y en el instituto, reaparece Amin, el tío que Alpha no recordaba, y que se instala en su propia habitación. Ducournau desplaza de modo muy inteligente lo que iba a ser un enfrentamiento materno filial a una confrontación de Alpha, adolescentemente egoísta, con una peligrosa responsabilidad, la de cuidar al tío, puesto que éste es un heroinómano de adicción irreductible. De modo simultáneo, la directora de Crudo introduce un tercer factor que se mezcla con los anteriores, la amenaza de una enfermedad, un virus, que puede contagiar a cualquiera.
Alpha es una cinta desequilibrada, que se mueve dando bandazos entre un hilo argumental y otro, entre el drama familiar y la metáfora. El virus es capaz de petrificar a la gente y los pacientes llegan en estado marmóreo al hospital, para descomponerse a trozos (de un modo semejante, aunque mucho más sofisticado que en la espléndida Else, de Thibault Emin). Parece que Ducournau deba rendir pleitesía a los fan del fantastique y desarrolla imágenes sugestivas en torno a los enfermos, con escenas en las que el paciente parece tener piel cerúlea, transparentando la musculatura, otras en que cualquier intervención menor provoca un auténtico desplome de partes del cuerpo… La enfermedad es representación de un malestar social que enfrenta a unos con otros y nos corroe, de un malestar que surge de nosotros mismos. Sin embargo, pese a la potencia de la imagen, el resultado no va a favor de la historia sino que compite con ella.
Ducournau parece esforzarse en aunar las líneas de guion, el enfrentamiento entre familiares (entre hermanos, entre madre e hija), la relación de Alpha con Amin y, finalmente, la enfermedad. Quedará esta última como un sugerente hilo que, finalmente, se deja de lado y, por fortuna, Ducournau desarrollará de modo decidido el hilo que vincula a la joven con su tío, contemplando como su egoísmo acaba siendo desplazado por un sentido de responsabilidad.
Alpha es una obra desequilibrada, que parece buscar caminos que no encuentra, y que se apoya en ocasiones en una grandilocuencia innecesaria. Aun así, resulta muy estimulante y los gritos, la música o el ruido son más coherentes que en la obra de Ramsay. Si el camino de la protagonista de Die my Love resultaba circular, sin llegar a ninguna parte, la ruta de Alpha en tanto que personaje es satisfactoria. Y es que, como en Titane, Ducournau sabe sacar partido de las situaciones más extremas con una habilidad visual muy interesante, sea vinculando las marcas de punción de Amin, vinculadas con rotulador, al tatuaje de Alpha con el que arranca el drama, sea con las secuencias más agitadas en las que Alpha trata de huir por los andamios azotados por la tempestad, las secuencias de humor negro en casa de los familiares o ese plano final que contrapone la disolución de Amin a una dolida Alpha, finalmente preocupada por otros y cubierta por la arena, a semejanza de los enfermos petrificados.
My Father’s Shadow (Akinola Davies Jr., 2025)
En Une certain regard, de opción humanista, esta cinta de Nigeria consiguió una mención del jurado pero pasó muy discretamente por el festival. Sin embargo me resultó una de las obras más conseguidas del mismo.
Dos niños que habitan con su madre en una zona rural son invitados, en ausencia de aquella, a visitar Lagos con su padre, aparecido misteriosamente. La relación que establecen con él resulta distante al inicio pero, a medida que les pasea por una ciudad tan inmensa como desconocida para ellos, las actitudes se modifican. Hay, por una parte, una clara simpatía hacia los dos niños y éstos acabarán con una reciprocidad a medida que el padre se abre a compartir recuerdos de los momentos y lugares que el padre y la madre se conocieron y relacionaron. Por otro lado, la cinta se desarrolla como un coming of age forzado y el mayor de los dos hermanos descubrirá a su pesar algunos aspectos oscuros de su padre que no se aclararán hasta el final de la cinta.
Personaje principal de la película, Lagos es retratado como un núcleo vivo, lleno de bullicio, de oportunidades, de centro de trabajo y lugar de diversión, pero también de punto de peligro, con la amenaza militar rondando las calles. Los dos niños aprenderán pronto que, al igual que en la vida de su padre, la capital tiene luces y sombras.
Es cierto que no hay grandes recursos visuales en esta obra y que el argumento tiene un deje conocido. Sin embargo, Akinola Davies Jr. consigue una narración fluida y desarrolla la figura del padre entre el enigma y el descubrimiento. My Father’s Shadow no pretende un impacto a primera vista pero es lo bastante sólida en su planteamiento y su resultado para ser una de las obras destacables del festival.




