El horror de estar en el punto de vista equivocado
El impacto mundial de Háblame tiene orígenes tan fascinantes como predestinados, que capturan la atención incluso antes de adentrarse en la ópera prima de Danny y Michael Philippou: la exitosa carrera de los hermanos en YouTube, la producción de Causeway Films —responsable de la emblemática The Babadook—, el respaldo en la distribución de A24 y, además, un estilo personal que en 2022 introdujo esa sensibilidad más juvenil y mediática a lo que se ha comercializado como elevated horror. Sin embargo, el esperado estreno de su segunda película, Devuélvemela, ha generado percepciones encontradas: para algunos, la apuesta por mantener e intensificar el drama del duelo refuerza la solidez de su propuesta; para otros, la ausencia de una visión equiparablemente fresca en términos conceptuales y estilísticos conlleva cierta decepción.
Esta frustración radica en que uno de los aportes más sugerentes de Háblame al género de terror fue haber concebido el miedo, con todo su poder de espectáculo y divertimento, o mejor aún, como un acto social: una invocación capaz de sustituir la fiesta y, al mismo tiempo, otorgar jerarquía dentro de una escala juvenil. Desde esa perspectiva, el duelo funcionaba más bien como un trasfondo que añade densidad emocional al concepto, pero que rara vez se explora en profundidad, pues permanece relegado a un segundo plano. En cambio, el encuentro con Devuélvemela resulta sustancialmente distinto, aquí es el drama lo que se erige como núcleo y lo que cohesiona cada manifestación del terror.
Su construcción remite de manera constante a Hereditary de Ari Aster, en principio porque ambas comparten el énfasis en un drama familiar protagonizado por dos hermanos que imprime un peso incluso mayor que el propio terror, la posesión o el sectarismo. No obstante, los Philippou optan por un lenguaje híbrido que intenta mediar entre la intensidad del drama y las convenciones del horror, explorando un territorio donde lo emocional y lo sobrenatural se entrelazan, pero es precisamente en esa relación, entre el drama familiar y el horror convencional, donde la película comienza a tambalear.
Principalmente porque el hemisferio del drama no logra equipararse con el del horror. Empezando por los hermanos protagonistas, Piper y Andy, que son constantemente opacados por Laura —Sally Hawkins—, la madre sustituta, y por Jonah Phillips como Oliver. La intensidad de sus interpretaciones es tal que, en muchas ocasiones, las escenas sin ellos resultan poco atractivas. Son, en realidad, estos personajes quienes insuflan vida al horror, al punto de hacernos cuestionar si el relato situó su verdadero eje dramático en el lugar equivocado. Incluso el póster reconoce esto y utiliza la imagen de Oliver para vender al público una película que no es del todo la que se evoca en las piezas publicitarias.
Esto sucede porque, a diferencia de Hereditary, el trauma y el duelo —aunque funcionan como motor del terror en Devuélvemela e incluso se traducen en secuencias mucho más explícitas de horror que en la ópera prima de Ari Aster— no logran sostener una tensión ni una atmósfera verdaderamente perturbadoras. Las relaciones entre los personajes están teñidas de oscuridad, y la violencia ejercida contra niños añade un elemento de incomodidad aún más fuerte; empero, carecen de la fuerza y la complejidad necesarias cuando el conflicto que realmente atraviesa Piper, la protagonista, es su ceguera, o cuando el gran secreto de Andy se reduce en haber golpeado a su hermana por celos cuando él tenía 8 años.
Por el contrario, la historia de Laura y Ollie resulta verdaderamente fascinante. Su trauma y dolor, aunque ocupan menos tiempo en pantalla, poseen tal profundidad y complejidad que se tornan hipnóticos. A ello se suman interrogantes que podrían haber detonado una película mucho más intensa: ¿dónde encontró Laura la cinta para realizar el ritual?, ¿cómo avanzó en la orquestación de ese rito dentro de su propia casa?, ¿qué pasos retorcidos la llevaron de ser una cuidadora ejemplar a transmutarse en tenaz manipuladora, secuestradora y torturadora, con tal de recuperar a su hija, incluso al costo de sacrificar a otros niños?
La transformación de estos dos personajes revela, como ya lo hacía Habláme, que el diálogo más interesante entre la pérdida y lo sobrenatural surge del miedo y la negación de dejar ir lo que se ama, y generar un impulso capaz de cruzar límites irracionales y crueles, utilizando como vehículo a los más débiles. En cambio, la insistencia en el punto de vista de Andy y Piper —subrayando su discapacidad y los conflictos derivados de ello— se percibe más como un discurso institucional y moralizante, del tipo “es terrible que nadie se preocupe por los niños, y por eso les pasan cosas horribles”, lo que diluye la potencia del horror en favor de una lección demasiado evidente.
Con esto, y en medio del proceso de preproducción de Habláme 2, los hermanos Danny y Michael Philippou parecen retroceder en la imagen que habían conquistado como nuevos rostros del terror contemporáneo, desdibujándose en la figura de otros directores que terminan por acomodarse a lo que la industria dicta tras un primer éxito. Se distancian así de autores como Ari Aster o Jordan Peele, quienes han sabido llevar sus obsesiones, sellos y discursos personales cada vez más lejos, aún a riesgo de perder progresivamente al público masivo alcanzado con sus primeras obras. Todo indica que, a medida que avance la carrera de los Philippou, el público terminará acostumbrándose más a una narrativa predecible y reciclada que a conceptos nuevos y arriesgados dentro del género.



