Apocalypse Now

Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola

¿Sueñan los caracoles con navajas afiladas?

[Una fantasía acrítica alrededor de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y la nueva versión de Apocalypse Now]

Prólogo

«Kurtz abrió la boca, lo que le dio un aspecto indeciblemente voraz, como si hubiera querido devorar todo el aire, toda la tierra y todos los hombres que tenía ante sí» [1]

Me encontraba estirado cuán largo era en el reducido cubil que constituía mi apartamento, consumido por el bochornoso calor de una noche interminable del mes de septiembre, más propia de los trópicos que del suave clima Mediterráneo. Una de las aspas del ventilador rozaba en la carcasa que lo acogía, emitiendo un gruñido monótono y desagradable. Imposible reconciliar el sueño.

El estruendo de un helicóptero policial iluminando las últimas sombras de la madrugada y danzando entre las antenas parabólicas del vecindario me rescató de mi alcoholizado sopor. Apagué el reproductor de discos compactos –se había vuelto a quedar trabado en aquella interminable canción que berreaba Jim Morrison- y me dirigí dando traspiés hacia la ventana; traté de vislumbrar el exterior a través de la persiana entreabierta.

«Barcelona… ¡mierda!» -murmuré-.

A todas horas creo que voy a despertar de nuevo en Benidorm, en medio de la arena y las tumbonas. Durante mis primeras vacaciones fue aún peor. Me despertaba a mediodía y no veía nada, aturdido por mis quemaduras de tercer grado, rodeado de una multitud zafia, abigarrada y por encima de todo, desconocida: contables de Almería comiendo melón a dos carrillos, niños que le hacían entender a uno las razones de Herodes, pechos flácidos, pechos turgentes moviéndose al ritmo del «Aserejé», «¡hay helaaaaaados, oiga!«, manadas de jubilados en pleno tour del Imserso…

Cuando estaba allí, sólo quería volver aquí. Y cuando estaba aquí sólo deseaba volver a Benidorm, la verdadera jungla del asfalto. Mi único hogar, mi infierno en la tierra.

Los primeros rayos del sol me sorprendieron sumergido en estas cavilaciones, aguardando una señal, un tema sobado sobre el que redactar mi primer artículo post-veraniego… necesitaba de una maldita misión, un revulsivo que me devolviese a mi rutina diaria, a aquel ritmo endemoniado que tanto añoraba.

Todo el mundo acaba obteniendo lo que quiere. Yo quería una misión y por mis pecados —que no son pocos—, me concedieron una. Vino directamente hasta mí, como si se tratase del servicio de habitaciones. Una realmente importante, reservada a los elegidos. Y una vez que la hubiese cumplido, difícilmente querría otra.

Tardé en darme cuenta de que alguien tocaba con insistencia el timbre.

-Willard, ¿está usted ahí?

I.

«Yo tenía planes inmensos (…). Me hallaba en el umbral de grandes cosas«

Perdonen la libertad que me estoy tomando pero es que, por si todavía no lo han advertido, esta no será una crítica al uso. ¿Cómo culparme por ello? La verdad es que lo supe desde el instante mismo en que el jefe me asignó mi cometido, con su habitual mirada vitriólica. Me va a resultar imposible contarles esta historia sin hablarles de mi mismo. Por lo tanto esto resultará, de alguna manera, una especie de confesión. Ahí va, pues.

Desde el otro lado de la mesa, inabordable, me tendió un abultado dossier clasificado como secreto. Alto secreto. Yo no salía de mi asombro. Por aquel entonces debía de estar ya al tanto de mi última evaluación psicológica, resultados que difícilmente podrían catalogarse como propios de una persona equilibrada, entera, capaz. Entonces… ¿a qué venía toda aquella farsa?

Ojeé por encima el legajo de papeles. Un nombre figuraba en el encabezado del primer documento: «Francis Ford Coppola«. Me sonaba… estaba al corriente de sus últimos movimientos.

– ¿Le suena ese nombre, Willard?

– Si -contesté titubeante-. ¿No es el que perpetró aquel aborto llamado Jack, con la Sra. Doubtfire? También creo que cultiva y cosecha un buen vino, aunque a mí el vino italiano la verdad es que nunca me ha…

Mi superior alzó apenas la mirada. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba solo en la sala. De entre la penumbra, rodeados de una espesa humareda, emergieron un par de figuras difusas. Un rápido repaso a sus casacas me convenció de lo elevado de su graduación. Y de que nada de lo que yo dijese importaba realmente. En lo que quedaba de reunión, me limité únicamente a asentir con la cabeza, sumiso.

– Si…. últimamente… Francis parece un hombre ausente… desde los ochenta no levanta cabeza.

– ¿Cree que habrá firmado un pacto de no agresión con la Industria? —apostilló uno de los personajes anónimos parapetado en la penumbra—.

– Indudablemente. Pero en cualquier caso, «estoy seguro de que ningún tonto ha hecho un pacto con el diablo sobre su alma».

Resté meditabundo, como si no acabase de entender aquellas palabras —cosa que, en efecto, sucedía—.

Nuevamente, procedente de ninguna parte, un carraspeo seguido de un chasquido. Alguien se aclaraba la voz antes de soltar un precipitado discurso.

– Sea como fuere… su misión consiste en… acceder… mediante cualquier medio a su alcance… a un cine del centro, remontando la marea de extranjeros, carteristas, estatuas humanas y toxicómanos… una vez allí… ver hasta el final una película de tres horas y media titulada Apocalypse Now Redux… reencontrarse con el verdadero Coppola, juzgarlo… y si procediese… tacharlo de aprovechado y mercantilista por tratar de rehacer una obra maestra… y eliminarlo de una vez por todas del Panteón de los Elegidos.

Miré asustado a banda y banda de la habitación. Demonios, ya había hecho críticas antes, pero… se trataba de un director norteamericano ¡y además uno de los nuestros!

– Obviamente este hombre no está en sus cabales; no rige, Willard. Aquí tenemos una grabación de su conferencia de prensa en Cannes… hace 23 años… la voz suena distorsionada, pero no nos cabe duda de que se trata de nuestro hombre.

«El era una voz. Era poco más que una voz. (…) Pero ¡qué voz!».

Desde el más profundo de los círculos trazados por Dante, pude escuchar un discurso aparentemente inconexo:

«Mi filme no es… no es una película; no trata sobre… sobre Vietnam. ¡¡Es Vietnam!! Es exactamente, tal… tal como era aquello; créanme, era… era una… locura«.

Detuvo la cinta. Volvió a ponerse las gafas, aquellas lentes con las que había estado jugueteando desde que comenzara nuestro encuentro, tratando de encontrar una válvula de escape a su nerviosismo.

– Una última cosa, Willard. Hace una semana mandamos a otro integrante de la redacción con su mismo cometido… y… el caso es que… no ha vuelto. Tenemos informes que nos inclinan a pensar que sigue vivo y se ha unido a la legión de seguidores de Coppola. Ocurra lo que ocurra… —y esta última frase la dijo mientras me invitaba a abandonar la sala, tras el preceptivo saludo— tiene que quedar claro que esta misión no existe. Nunca ha existido.

II.

«Los hombres que vienen aquí deberían carecer de entrañas«

El grupo que me esperaba al pie de las Ramblas era ecléctico y diáfano. Desgraciados que creían ir a ver una película más de fin de semana, post-modernos con un pie en la tumba, regocijados ante la idea de ingerir palomitas acarameladas u otra droga de naturaleza más o menos lisérgica, como cualquiera de aquellos CD’s que ofertaban al ridículo precio de dos euros en el pasillo del metro. Eché una mirada cargada de desprecio a algunos de los títulos mientras me llevaba un pitillo a los labios. Al menos no estaba el recopilatorio de Nina.

Lo vi claro desde el comienzo: en aquella misión no tenía amigos. Cuanto más tarde supieran a dónde los llevaba, mejor.

Abrí el primer fichero para ir haciendo tiempo, aguardando la llegada de un pardillo rezagado, amigo de la amiga de alguien.

Al principio creí que me habían dado el dossier equivocado. No entendía que dudasen de la honestidad de aquel hombre:

«Nace en Detroit en 1939… Licenciado en Arte Dramático, cursó estudios de cine en la UCLA… colabora con Roger Corman… destacó como guionista… crea su propia productora, la American Zoetrope, tras…»

– Venga, chicos… ¡alegría en esas caras! ¡Nos aguarda una jornada gloriosa!

Esta soflama de partido de petanca que me sacó de mi voluntario ostracismo provenía de un tal Bobby, el líder natural del grupo. Bobby había sido un afamado skater a mediados de los ochenta: un temerario, un exaltado pelín paternalista. El resto de chicos de la compañía lo idolatraban tanto a él como a su inseparable monopatín; no había duda de que los había conquistado con su discurso sartriano y su existencialismo de salón de billar.

Se colgó de mi hombro con una familiaridad algo chusca, abrumándome con sus halitósicas explicaciones: «¡no temas, chaval! Yo te ayudaré a remontar las Ramblas, aprovechando que la mayoría está engullendo paella en los chiringuitos del puerto. ¡Pégate a mi culo y muérdete la lengua!»

Nos acercamos cautelosamente hacia un grupo de asiáticos que obstruían el acceso a una tienda de souvenirs, arremolinados frente a un hombre disfrazado de espermatozoide que realizaba extrañas contorsiones cuando una moneda resonaba a sus pies (completamente verídico, pueden disfrutar de su espectáculo a la altura de la fuente de Canaletes… vale la pena el viaje a BCN sólo por verle, no bromeo).

– Ahora pondremos música… ¡a los japos les vuelve locos!

Apenas me inclinaba hacia mi interlocutor para pedir una aclaración a sus palabras cuando irrumpieron los primeros compases de «Paco de Lucia. Live in Neo-Tokio». Aquello iba claramente en contra de la Convención de Ginebra.

El espectáculo fue horrísono. Los pobres nipones se retorcían de alegría dando palmas, mientras el resto de la masa huía en desbandada, refugiándose bajo los puestos de regaliz y orégano, cubriendo sus rostros deformados por el dolor con los planos desplegados de la ciudad, disparando sus flashes en todas direcciones como único método de defensa.

Al instante logramos delimitar un perímetro de seguridad entorno a nuestro grupo; una inmensa explanada que se extendía hasta más allá del teatro del Liceu. El vacío y la nada se apoderaron de lo que otrora fuese una avenida bulliciosa, llena de luz y de color.

Bobby avanzó lentamente entre sus acólitos; se agachó junto a una papelera desportillada. Recogió del suelo un prospecto abandonado en la trifulca: un arrugado tríptico que versaba sobre el cacareado año Gaudí.

– ¿Lo huele Willard, lo huele? No hay nada como el olor de las alcantarillas por la mañana. Huele…. ¡huele a victoria!

-Consultó su reloj de pulsera y emitió un suspiro-. Algún día la temporada turística terminará… ¿verdad?

Lo mire con algo de lástima y no supe si achacar sus extravagancias a la neurosis que provocan las urbes superpobladas o al consumo indiscriminado de series de producción propia tipo Policías o El comisario.

Habíamos perdido varias unidades y el resto de la comparsa se arremolinaba asustada alrededor de su mentor.

– ¿Qué os pasa? —bramó este—. ¿No creéis que esta es una superficie ideal?

– Ideal… ¿para qué, señor?

– ¡Para usar el monopatín, joder, soldado!

– Pero señor… las tiendas de plantas con sus geranios transgénicos… los vagabundos con sus tetrabricks de Don Simón desparramados por las esquinas… esas norteamericanas bulímicas que barran el paso, a lo lejos… ¡es del todo impracticable!

– Mira, mequetrefe, no me digas lo que puede y lo que no puede hacerse -Bobby se deshizo de su camiseta y se estiró los calzoncillos por encima del pantalón, dejando caer su tabla sobre el duro asfalto-. Guiris don’t skate!!

III

«No podíamos recordar por qué viajábamos en la noche de los primeros tiempos, de esos tiempos que se han ido, dejando apenas una huella… y ningún recuerdo«.

Me cuesta ganarme la confianza de mis hombres. Nunca he tenido realmente dotes de mando, ni las había tenido que ejercitar hasta aquella fatídica misión.

Me constan sus recelos… continuamente me miran de reojo con aire inquisitivo, preguntándose sin parar qué les deparará el destino. Mi único refugio son estos informes que leo con una creciente curiosidad, este trozo de vida, de locura, que desfila ante mis pupilas:

Vuelve a ganar el oscar por El Padrino II… «es un hombre respetado tras el éxito de su saga y el prestigio artístico adquirido con La conversación»…ya no tenía nada que demostrar… y el tío arriesga su propio capital para sacar adelante un proyecto titulado Apocalypse Now del cuál se apeó en su momento el mismísimo Orson Welles…¡qué cojones! Respalda la operación vendiendo los derechos de distribución a la United Artist. Sin tener ni un metro de película filmado.

Prosigo, ensimismado, sin poder dar crédito a lo que leo: «quería dirigirla George Lucas tras American Graffiti con una cámara de 16mm, un presupuesto reducido y un reparto integrado por actores desconocidos.»

«El informe que el ejército norteamericano elaboró sobre la versión del guión presentada por Coppola fue particularmente negativo. Sus referencias al consumo de droga, a la masacre de civiles inocentes, a determinadas prácticas sexuales o la visión grotesca que, en conjunto, ofrecían los soldados y oficiales impedían cualquier tipo de colaboración oficial en el rodaje

Empecé a preguntarme qué tenía contra Coppola. No era sólo su locura y sus crímenes. De eso teníamos bastante todos. ¿Qué iba a hacer cuando me lo encontrase, frente a frente, en la sala oscura?

Nuevos recortes de prensa, cifras, fechas: «comienza el proyecto en septiembre de 1975, termina en mayo de 1977 tras 238 días de rodaje. Tardaría otros dos años en poder estrenarla». Noticias confusas durante este período: «Coppola hospitalizado por malnutrición y deshidratación», «Martin Sheen sufre un ataque cardíaco», «rodaje interrumpido seis semanas». Titulares maliciosos: «Apocalypse When?».

El propio Brando reescribe personalmente los diálogos de Kurtz e improvisa finalmente un monólogo de tres cuartos de hora; desaforado, ido, algo pasado incluso.

Una breve nota de la productora. Seguro que están metidos en todo esto, debí de suponerlo desde el principio. (Aunque esto no es Fotogramas y todavía no nos recompensan con páginas y páginas de anuncios si ponemos bien sus películas… ¡qué envidia!).

«Presupuesto inicial: 12 millones de dólares. Presupuesto final: 30 millones. Montaje original: cinco horas». Un sujeto con ínfulas de autor, un auténtico bastardo peligroso, muy peligroso.

Se marca un órdago a la grande y lleva a Cannes una copia sin acabar, un work in progress para calmar al gentío, a las bandadas de buitres que hacen círculos sobre su cabeza. Gana la Palma de Oro. ¡Qué cabrón!

– Señor… sigo sin saber qué vamos a ver.

Escondo tras de mí los papeles que tanto absorben mi atención y me reincorporo del banco donde me he dejado caer, cerca ya de la Pedrera.

– Pero sea lo que sea… basta con mirarle a usted para saber que será duro, muy duro. Además… los cines de la cadena CINESA no quedan tan arriba.

Me deshago con parsimonia de mi cigarrillo y miro a mi interlocutor de pies a cabeza.

– NO vamos a entrar en los CINESA, soldado.

– No le entiendo, señor… regalan un paquete de Trex por cada bolsa de palomitas tamaño maxi…

– Vamos a una sala de Versión Original.

A aquellas alturas, la revelación cayó como un auténtico mazazo sobre los pocos supervivientes.

– Pero señor… en esas salas acostumbran a poner… ¡cine de autor!

– Eso es un mito, soldado. Pero no pasa nada. No tiene porqué entrar conmigo. Usted lléveme hasta la puerta. Una vez allí me da igual lo que haga.

Ahora sé que me aguarda la más angustiosa de las soledades. A sotavento bajo la marquesina del cine, sólo me resta un seguidor: un erasmus, estudiante de Diseño de la Escuela de Milán y amante de las drogas de diseño, que no para de mover los dedos haciendo molinillos cerca de sus ojos, mientras una sonrisa ausente se dibuja en su cara.

Este era, sin duda, el final del río.

IV.

«En el interior se encontrará usted con el señor Kurtz (…) Es una persona notable… nuestro mejor agente«

En el pasillo del cine me doy de bruces con Dennis, la persona mandada originalmente por Miradas para hacer la crítica de la película, días ha. Tiene los ojos enrojecidos, se aferra a una inevitable cámara de fotos colgada de su cuello. Luce barba de cuatro días. Tiene una retirada a cierto personaje de Easy Rider que no acierto a identificar. Habla atropelladamente, como en estado de shock.

– ¿Sabes? Él está loco, sí… ¡pero es un genio!

Me coge de los brazos y me zarandea violentamente.

– Willard, amigo… ¡es mejor que la original! ¿Se puede mejorar lo inmejorable? Por supuesto que en los últimos años… ha cometido algún que otro error… debe de ser una tentación sentirse Dios entre tanto mediocre, allá en Hollywood…

La hora de la verdad se acercaba. Me deshice como pude de él y entré en la sala acompañado de mi oligofrénico compañero. Las luces se apagaron. El proyector comenzó a vomitar media docena de kilómetros de celuloide.

¿En qué se diferencia Apocalypse Now Redux del Apocalyse Now que todos conocéis?

La ambivalencia de Willard aumenta, somos más conscientes que nunca de sus contradicciones. Tiene sentido del humor, ama, consigue mujeres para sus compañeros de ruta.

Existe casi media hora nueva que se desarrolla en una plantación francesa. Una reveladora discusión política tiene lugar, mientras Vittorio Storaro juega con la iluminación, con esa claridad —la verdad— que deslumbra a Willard. El soldado comienza a despertar, a escuchar. Está en condiciones, por primera vez, de ejercer el libre albedrío, de obrar conforme a su conciencia. Va a ser el brazo ejecutor de la ley allá donde los jueces no se aventuran, donde los dioses —depositarios de una moral caduca— yacen impasibles, esbozando eternas sonrisas de granito, impasibles por siempre ante la iniquidad humana…

Por último, el propio Kurtz nos lee noticias del «Time»: las masas adocenadas —cómodamente instaladas en sus viviendas pareadas— consumen esperanza y fe en una victoria imposible.

En su conjunto, el nuevo Apocalypse Now es la obra maestra de un megalómano, la pesadilla daliniana de una noche de ácidos y anfetaminas.

Y es que hace dos décadas, en el paraíso, todavía había lugar para los locos.

V.

«Vivimos como soñamos… solos«

Me lo encontré al concluir la proyección, recostado contra la salida de incendios. Al principio no pude reconocerlo, tan cambiado estaba respecto a todas las fotos que me habían facilitado. Rapado, con su imprescindible gabardina… allí estaba. Francis Ford Coppola. Me acerqué hasta él exhausto, sin aliento. Caí a sus pies.

– Hombre, el chico de los recados ha llegado. Te he estado esperando —contestó a manera de saludo, ofreciéndome un enorme puro que rechacé cortésmente—.

– Es… es magnífica, Francis —acerté a balbucear—.

– ¿No me digas? —exhaló una bocanada de humo, dibujando arabescos en el aire—. Y crees que realmente… ¿importa?

No supe qué responder. Tampoco creo que él necesitase de repuestas. Las había escuchado ya todas. Me daba la impresión de que estaba esperando que yo le quitara el dolor. Hasta la propia Industria deseaba su muerte porque de la propia Industria habían emanado sus órdenes.

Le pregunté por sus equivocaciones: por Drácula, por Legítima defensa, por aquella obra maestra tantas veces prometida y que no llegaba (Megalópolis (¿2003?, ¿2005?, ¿20…?))…

Me mandó callar alzando su mano derecha.

– Tienes derecho a matarme pero no a juzgarme. Quieres saber… ¿qué es el horror? El verdadero horror… porque el horror tiene cara y uno debe familiarizarse con él, joven. ¡Y tanto que tiene cara! ¿Has visto la cartelera del multicine al entrar? Eso es el horror. Ya no respetan ni las antiguas salas de arte y ensayo. Je. «Arte y ensayo». Suena como un eufemismo procedente de tiempos remotos… ¿crees que a alguien le interesaba el cine del Coppola autor?

Hice que sí con la cabeza, rendido, incapaz ya de creerme mis propias mentiras.

Se encaminó hacia la puerta, cogiendo un sombrero que yacía en un asiento de la primera fila. Se volvió hacia mí:

– Se necesitan hombres con juicio, porque es el juicio lo que nos derrota. No lo olvide, Willard.

Me dijo «adiós» con un gesto indolente y desapareció —¿quién sabe si para siempre?— del Olimpo donde habitan los héroes, los perdedores que pueden morirse con la seguridad y el orgullo de haberlo intentado.

Epílogo

«Cuando volví a Europa, me encontré con intrusos cuyo conocimiento de la vida constituía para mí una pretensión irritante«

Seguramente me expulsarían de la redacción por lo que acababa de hacer. Poco importa. El hecho es que fui incapaz de ser objetivo, racional, desapasionado. Nadie lo es con sus autores de cabecera. Apocalypse Now continúa siendo una de mis películas favoritas y esa realidad no la pueden cambiar 53 minutos de más. Al contrario. Es como si a un niño le dicen que la hora del patio se ha prorrogado.

Le puse un 10, no podía ser de otro modo. Bien mirado… ¿qué importancia tenía que alguien tan insignificante como yo tuviese en tal alta estima una obra tan inmensa y tan sobrada de reconocimiento? Suena tan redundante alabar lo sublime…

Volví a casa a medianoche. Caí derrengado en el sofá y puse el telediario. EE.UU. prometía a sus aliados petróleo si apoyaban el ataque a Irak. Blair firmaba una alianza de sangre con un tipo tocado con sombrero vaquero y que me recordaba a Robert Duvall, ¡qué cosas! Francia seguía manteniendo en Marruecos a un monarca medieval a cambio de ciertas concesiones arteras. España parecía haberse olvidado de un pueblo saharaui que habitaba en el desierto y hablaba nuestra lengua.

Tras esta apoteosis colonialista, zapeé un rato entre Línea mortal, Doble impacto, Pensamientos mortales y Mortal Kombat. Sopesé la idea del suicidio, pero luego recordé que antes tenía que recorrer el océano Índico, el archipiélago malayo y el golfo de Siam, como el propio Joseph Conrad había hecho antes de reconocer, abiertamente, que no entendía nada. Además, ¡qué caray!, faltaba por redactar la crítica.

Decía Camus que «crear es vivir dos veces». Encendí el ordenador y me dispuse a vivir el doble en la mitad de tiempo.

[1] En lo que sigue, y en cursiva, extractos del libro de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, de cuya publicación se cumplen precisamente ahora 100 años. Los datos relativos al rodaje de la película, así como otros detalles técnicos han sido extraídos de Francis Ford Coppola de Esteve Riambau, el libro Notes of the Making of Apocalypse Now y el documental Hearts of Darkness. A filmmaker’s Apocalypse, ambos de Eleanor Coppola.

Recibe nuestra newsletter

Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.