Phantosmia, de Lav Díaz

Pestilencias filipinas

Vete a saber el motivo que empuja a Lav Díaz a llevar a cabo obras de duración tan desmesurada para el espectador. El suyo no es un slow cinema (si realmente consideramos tal concepto, atribuido a Tsai Ming Liang o Bela Tarr, entre otros autores) sino un long cinema. Las películas de Díaz se llenan de historias, de personajes, de anécdotas y de dramas. Abre la puerta a individuos, a comunidades enteras, y les deja explayarse en pantalla durante horas. Sus cintas pueden resultar inacabables para algunos, pero no son aburridas. Las tramas desplazan sus puntos de interés, se enriquecen y/o se entretienen permitiendo la aparición de personajes secundarios que van más allá del “npc”, aportando nuevos aspectos de interés a la trama principal. Sus planos pueden ser estáticos, pero siempre hay vida (y muerte) en ellos. El Asian Film Festival de Barcelona nos permitó ver, durante un buen rato, la última obra de Díaz. Phantosmia no bate el record de duración en la filmografía de Lav Díaz pero sus cuatro horas y diez minutos cuadran perfectamente con la filmografía del autor de The Woman Who Left (2016). Tanto para preguntarnos porque no eran suficientes dos horas y media (por no ser restrictivos) para contar la historia, como por reconocer en sus imágenes, en sus argumentos cruzados, en sus personajes, las constantes del autor. Phantosmia es básicamente la historia de Hilarion Zabala, un sargento filipino quien, afectado por fantosmia, una enfermedad que le bloquea el olfato y dificulta la ingestión con continuos olores desagradables y pestilentes, vuelve a la selva dónde vivió experiencias traumáticas como parte de una estrategia psicoterapéutica de confrontación. A petición propia, Zabala es enviado a un puesto de control solitario, en el extremo más alejado de un penal abierto, junto a una selva insular. Allí recupera su rutina de ranger, rastreando la selva en busca de objetivos tan fantasmales como los hedores que le arruinan la vida cotidiana, o vigilando el horizonte, a la espera de los bárbaros, por así decir. En paralelo, con un montaje que hará converger ambas historias en lugar y tiempo, pasada la hora de metraje, nos presenta la tragedia de Reyna, adoptada/comprada por Narda quien la prostituye como la fuente de ingresos principal y complementando los escasos pagos que recibe por cocinar en su barraca aislada. En torno a ellas, la figura del Mayor Lukas, cliente de Narda y abusador de Reyna, representa el grado más bajo del escalafón oficioso de la ley y también el que revela más claramente la complejidad y la fragilidad del estado en cuanto Lukas, asesino confeso y también condenado, ejerce como capataz brutal del conjunto de presos que, en régimen semi abierto, son forzados a trabajar en el campo. Lav Díaz retrata espléndidamente a Hilarion, un militar que ha vivido los horrores de las guerrillas religiosas y sus respectivas masacres en zonas que dejan de ser paradisíacas pero que se ha dedicado con más fervor al ejército que a su propia familia, a la que abandonó para juntarse con otra pareja. Es, a la muerte de esta última, que reaparece la fantosmia (que sufriera años atrás por otro trauma) que da lugar a la terapia. A medida que avanza el metraje, Hilarion será consciente de que su historial no es tan limpio como creía y que algunos de sus actos no son sólo reprobables, sino criminales. El tufo de su pasado, encarnado en su enfermedad, se plasma en un texto exigido por su psiquiatra que deviene una confesión culpable de diversos crímenes. En paralelo, al otro lado de la frontera artificial que él delimita separándole del resto de la sociedad, suceden tragedias como la de Reyna, en las que él evita inmiscuirse. Su refugio en las normas le ha permitido infligir castigos injustos o asesinatos, sin otra pena que los apestosos remordimientos, a la vez que no ejerce la justicia que debería frente a las barbaridades que le rodean. Lav Díaz presenta una vez más la miseria moral de una sociedad desestructurada y los abusos y manipulaciones de poderosos (aunque sólo sean de personajes mediocres en ámbitos aislados, como Lukas o Narda, frente a los más débiles que ellos). Pero también, a medida que desarrolla la trama, denuncia el papel del ejército o las fuerzas del orden (más fuertes que ordenadas), su papel de manipuladores o su rol como refugio para cobardes que se limitan a cumplir órdenes en lugar de ayudar a los necesitados. Como en Season of the Devil (2018), sitúa la acción cerca de la selva. También, como en Magallanes (Magellan, 2025), que lucía (en color) paisajes fluviales muy semejantes y, también, cercas y penales que, en el siglo XVI, se antojan muy semejantes a los que en 1980 custodió Zabala… El cine de Díaz sigue su curso y revela que la historia de Filipinas sigue también sobre el mismo cauce pestilente.