Ciudad de vida y muerte

¿Qué hiciste en la guerra, papi?

Galardonada con la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián, en una decisión cuanto menos excesivamente prudente, más aún si recordamos que la otra gran favorita para alzarse con el premio era la irrelevante El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009), la tercera película del cineasta Lu Chuan supone toda una superproducción épica que trata de reconstruir un cruento episodio de la ocupación japonesa, acaecido en 1937, en la ciudad de Nanjing. A propósito de esta distinción, afirmaba el realizador que suponía toda una oportunidad para que la cinta pudiera atravesar las férreas fronteras internacionales y asegurarse una distribución relativamente normalizada. No andaba desencaminado, pues hasta la fecha, Ciudad de vida y muerte, ya se ha visionado en diferentes certámenes europeos, y si las fechas se cumplen a lo largo de este recién inaugurado 2010 podrá verse en los circuitos comerciales de Rusia o Reino Unido, entre otros.

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Para el cine chino, continua siendo toda una quimera traspasar sus propios confines, por tanto no deja de ser motivo de celebración que un film realizado en el misterioso y lejano país pueda verse en nuestras pantallas. Sin embargo, y lamentablemente, fuera de cuestiones digamos exóticas de procedencia, apenas hay mayores alabanzas para cantar, pues este largometraje no es más que un cúmulo de apariencias. Aparentemente nos encontramos frente a un trabajo humanista, reflexivo, duro, poético. En realidad, no deja de ser un film indudablemente bien acabado, pero excesivamente superficial y deudor de muchas de las peores resoluciones del cine norteamericano de los grandes estudios. Más próxima a la mirada del Spielberg más adocenado que al humanismo y contundencia de Kon Ichikawa en El arpa birmana (Biruma no tategoto, 1956) o de Masaki Kobayashi en La condición humana (Ningen no jôken, 1961). Por momentos, Ciudad de vida o muerte parece una suerte de fusión  entre el pretendido realismo físico de la obertura  de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, Steven Spielberg, 1998) y  la sensiblera artificiosidad de La lista de Schindler (Schindler´s List, Steven Spielberg, 1993). El planteamiento de muchas de las secuencias, la evolución de diferentes personajes o sencillamente la utilización de los diferentes medios expresivos nos llevan irremediablemente a reconocer las formas más trilladas y tramposas de mucho cine hollywoodiense. Basta recordar secuencias, como aquella en que cien mujeres deben ofrecerse como prostitutas para los soldados japoneses o el absurdo sacrificio del asistente del nacionalsocialista Rabe, y observar cómo están planteadas para percatarse de buena parte de las pretensiones grandilocuentes y gratuitamente melodramáticas de Lu Chuan. El pretendido canto humanista y la condena al absurdo de las barbaries se desvanece implacablemente por unas sorprendentes e incomprensibles concesiones al espectáculo más vacío e inclusive inofensivo. No acaba, tampoco en ningún momento, de posicionarse totalmente a un nivel ideológico, lo que lleva, en demasiadas ocasiones, al relato en tierra de nadie. A través del retrato de diferentes personajes de ambos bandos (la familia del señor Tang o el soldado nipón Kadokawa, entre otros), el cineasta pretende construir un sentido mensaje antibelicista que lamentablemente, por muy sugestiva que sea la intención, acaba quedando en tan ingenuo como inocuo. No deja de resultar sorprendente, por tanto, que en su país de origen por esta, digámoslo así, amplitud de miras, se haya dado una más bien absurda polémica, que incluso ha llevado a tildar al realizador de traidor, por mostrarse teóricamente objetivo.

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Excesivamente superficial y trillada, las mayores virtudes de esta película deberían hallarse en la puesta en escena. Rodada en un expresivo blanco y negro, por desgracia, si exceptuamos planos más reposados de los que parece surgir una rara poesía del dolor, que sí consiguen verdaderamente emocionarnos (indispensable la labor de escenografía para lograrlo, a través de los sempiternos edificios destruidos que aparecen en casi todas las imágenes y que impasibles parecen contemplar toda la atrocidad que los rodea), además de tratar de mimetizar los supuestos logros del Spielberg del Soldado Ryan, la construcción en imágenes está alarmantemente próxima a videojuegos tan populares como el Call of Duty y sus diferentes secuelas.