Welcome

Los vivos y los muertos

Convertida por obra y gracia de la corrección política en un tema castrador, lleno de lugares comunes y a veces autoparódico, parece iluso pensar que la inmigración vivida por Europa desde hace dos décadas pueda generar algo de interés a nivel estrictamente cinematográfico. La única esperanza ha residido y seguirá residiendo en los márgenes: La mujer de Rose Hill (La femme de Rose Hill. Alain Tanner, 1989), o la inmigración antes de La Inmigración; El odio (La haine. Mathieu Kassovitz, 1995), o la bomba de relojería;  Import/Export (íd. Ulrich Seidl, 2007), o la miseria ética como germen de una estética terminal; Venganza (Taken. Pierre Morel, 2008), o la exteriorización desinhibida de ciertos demonios…

También el director francés Philippe Loiret ha abordado la inmigración respetando el medio en que se expresa y la inteligencia del espectador. O, al menos, eso intentó con su ópera prima, En tránsito (Tombés du ciel. 1993), que adscribía al universo de Kafka la odisea legal de un viajero sin papeles en el aeropuerto de París; y con El extraño (L’équipier. 2004), cavilación sobre la xenofobia formulada como un western. En su quinto y posiblemente mejor largometraje, Welcome, Loiret hace algo tan anacrónico como construir milimétricamente un guión y plasmarlo en imágenes de férreo formato panorámico y montaje inteligible y secuencial, con el fin de honrar el argumento intemporal que desarrolla, el del padre y el hijo potestativos: Simon (Vincent Lindon), un profesor de natación desilusionado, a punto de divorciarse, insensible a cuanto le rodea en Calais; y Bilal (Firat Ayverdi), un chico iraquí empeñado en cruzar a nado el Canal de la Mancha para encontrarse con su amada Mina (Derya Ayverdi), residente en Londres.

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El primero es un ciudadano de primera clase, con todos los derechos jurídicos. El segundo, un ilegal sin otra opción que jugarse la vida para establecer su residencia donde desea. Sin embargo, en la dinámica que Loiret establece entre ellos hay poco de sermón ideológico. Los hechos fluyen al nivel que a la postre realmente importa en nuestras vidas, el íntimo, del que se derivan los únicos actos de verdadero valor. Simon alberga en su domicilio a Bilal, y le entrena, para recobrar el afecto de su mujer, que se dedica al voluntariado social con su nueva pareja. Un acto interesado que, de forma natural, le abrirá los ojos tanto al estado policial que rige en su ciudad (plagada de inmigrantes a la espera de una oportunidad para dar el salto a Inglaterra) como a su propio fracaso personal e, incluso, a los astutos límites que sus conocidos más progresistas han puesto a la solidaridad con los inmigrantes. En cuanto a Bilal, está lejos de compartir la actitud pragmática y gregaria de sus compañeros de desdichas, abstraído como está en llegar hasta Mina antes de que la chica sea forzada por su padre a casarse con un primo, y en su aspiración de jugar en el Manchester United.

Hay en la relación entre Simon y Bilal mucho, como ya hemos apuntado, de paterno-filial, pero también de agridulce reflejo especular con veinte años de diferencia, que materializa aquella sentencia acuñada por James Joyce en Los muertos: «mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión, que marchitarse consumido funestamente por la vida». Bilal es demasiado joven como para asimilar las consecuencias que podría acarrearle su audacia. Simon, aun siendo plenamente consciente de ellas, es incapaz a partir de cierto momento de permanecer tras las barreras de la conveniencia. Ambos devienen así emocionantes líneas de fuga de una ficción que por lo demás, innegablemente y como señaló nuestro compañero Ángel Santos con motivo de la programación de Welcome en la última edición del FICXixón, reproduce buena parte de «los males comunes al género social».

Sin embargo, en nuestra opinión, el alcance de esos males es mínimo en comparación a la encomiable melancolía existencial que flota sobre la mayor parte del metraje. Melancolía sustanciada en una última escena en la capital británica en la que, parafraseando a Joyce, bien podría decirse que Simon percibe cómo su alma desfallece lentamente mientras oye caer la nieve sobre el Universo, y en la que Mina empieza a forjar un relato trágico que torpedeará el corazón de su marido pasados muchos años, una noche de invierno.