The Wire T1

Jimmy McNulty es un pesado, y un buen policía. Su caso de homicidio le lleva a conectar los puntos entre un cadáver y el capo del narcotráfico en Baltimore, Avon Barksdale. Atraparle, en una ciudad sumergida en la corrupción de sus instituciones, será posible a través de un equipo de vigilancia, escucha y pinchazos telefónicos.

1.01 – The Target

En estos raudos tiempos que vivimos, donde el espectador es impaciente, tanto en cine como en televisión, parece necesario mostrar ciertas cartas nada más empezar. En el caso del primer capítulo de The Wire, antes de los títulos de presentación, un hilillo de sangre, unos casquillos, un cadáver, son elementos que dan pie a una conversación entre dos hombres, blanco uno, negro el otro. El blanco, todavía no sabemos que es un policía, habla con el negro, que sí conocía a la víctima. Esta era un pequeño ladrón que cada viernes se llevaba la recaudación de los dados, pero siempre lo cogían y lo pegaban. No podía evitarlo y nadie podía impedirle, cada viernes, jugar. “Teníamos que dejarlo. Estamos en América”, es la respuesta. Un sentimiento y una idea, enraizadas en la sociedad estadounidense, se plantean a lo largo de la conversación: cierta predestinación propia de dicha sociedad, y la idea de la libertad como bien supremo. El resto del capítulo desgrana cada espacio en el que se va a desarrollar la serie, en torno a un eje central, el tráfico de drogas. Un juicio permite presentarnos a los dos protagonistas de este episodio, el detective McNulty, como su apellido indica, blanco de procedencia irlandesa, y al que hemos visto en la conversación reseñada, y D’Angelo Barksdale, negro. Y, poco a poco, el resto de los personajes… y, por primera vez, ese sofá plantado en pleno parque donde muchas veces transcurrirán conversaciones a las que asistiremos. Y, por supuesto, el espacio geográfico, la ciudad de Baltimore.

Rafael Arias Carrión

1.09 – Game Day

¿Cuántas veces se habla del pragmatismo como opción moral de éxito? Avon y Stringer no dudan en contratar a un jugador a golpe de talonario para ganar, de cualquier manera, el partido de basket entre el este y el oeste de Baltimore; Carver y Herc discuten sus posibilidades de quedarse con algo del dinero incautado en una redada; y al pobre D’Angelo no le sobran ocasiones para intentar hacer el bien aunque su carácter trágico descosa cualquier oportunidad de éxito —le pesa la moral—. Todos están metidos en el juego. Un juego como el que enfrenta a Omar con medio mundo, al yonqui Bubbs con su improbable redención, o a McNulty con su ansiedad por cazar, por encima de cualquier mandato externo, al clan Barksdale. Unos y otros son las piezas perfectamente definidas —como los pequeños muebles que talla Lester— de un juego que va más allá de un partido de baloncesto, una redada policial o la drogodependencia y marginalidad de la ciudad. Y precisamente porque están condenados a repetir ese enfrentamiento hasta que sus fuerzas no den para más, la tragedia de los protagonistas se transmuta en la tragedia de una ciudad, Baltimore, cuyo Game Day no es más que una línea de fuga para disfrazar la realidad que envuelve todos los días. Como decían en El precio del poder (Scarface, Brian de Palma, 1983), «Un día en el que no acabas bajo tierra es un buen día». Así también en Baltimore y en su espíritu de pragmatismo salvaje.

Óscar Brox

1.10 – The Cost

Dirige Brad Anderson este episodio que es recordado por el impacto que supone ver bastante malherida a la detective Greggs. Pero también hay que reseñar que es uno de los pocos episodios que podría considerarse cerrado, teniendo en cuenta que lo que narra es la preparación de un cebo para dar un golpe importante a los narcotraficantes, especialmente dirigido contra Avon Barksdale. Vemos la iniciativa, la preparación y la desafortunada conclusión. La preparación comienza, cuando ya el sistema de escuchas que hemos visto en episodios anteriores está perfeccionado. De esta forma, resulta fácil poder preparar el cebo y así lo hacen. Pero algo falla, creándose un clímax inaudito para una serie que se caracteriza por su ausencia de bruscos puntos álgidos. El montaje y la mínima información, pero dosificada, que se aporta nos lleva a pensar que algo falla. La puntilla se refleja en la incapacidad de ubicar el coche en el que va el cebo, junto al camello y la detective Greggs. ¿Es la calle Longwood o es la calle Warwick? La sospecha se hace evidente, pero la verdad aflora tarde, ya con la detective Greggs abatida a tiros.

1.13 – Sentencing

Si los anteriores doce capítulos habían desbrozado, desde diversos ángulos, los mecanismos de los pequeños y medianos traficantes de drogas y los sistemas policiales de escucha, prevención y persecución, el último capítulo trata de ir cerrando cabos, es decir, creando clímax que concluyan la primera temporada. Con la detención de Avon Barksdale, se desarticula toda una red de tráfico de drogas, pero se inicia un proceso judicial, que acaba siendo un pacto de mínimos, y se vislumbran más sombras que luces. La justicia es injusta pues se pacta, sin que esté presente el beneficio social, los beneficiados son los políticos que se cuelgan la medalla. Así, aunque se cierran muchos cabos de la trama, queda la sensación de que sólo se ha podido capturar y encerrar a los de siempre, a pequeños traficantes pero no a los grandes proveedores, beneficiados y solo condenados a pocos años de prisión para sus múltiples delitos. Además, una vez finiquitada toda esta operación, la unidad de lucha contra el narcotráfico queda desmantelada. La buena noticia, la recuperación de la detective Greggs. La sensación final es que la vida sigue y que lo único que ha cambiado es el color del sofá —ahora es negro—, cuyos nuevos inquilinos imitan actitudes de los anteriores.

R. A. C.