The Chase is Better than the Catch
De pequeño quería ser detective, e incluso, algún día, montar mi propia agencia. Quizá por eso siempre me han gustado las películas de detectives. De todo tipo, absolutamente no filter con este tema, desde los detectives profesionales como el Jack Gittes de Chinatown (íd.; Roman Polanski, 1974), el Philip Marlowe de El sueño eterno (The Big Sleep; Howard Hawks, 1946), o el Doc Sportello de Puro vicio (Inherent Vice; Paul Thomas Anderson, 2014) —para mi gusto, aunque pasase más desapercibida, mucho más interesante que la reciente El hilo invisible (Phantom Thread, Paul Thomas Anderson, 2018)—, hasta las de los que se convierten en uno casi por accidente como el Antoine Doinel de Besos robados (Baisers volés; François Truffaut, 1968), o simplemente aquellos tipos normales que se ven envueltos en investigaciones detectivescas que son con los que siempre me siento inmediatamente identificado. La mayor parte de las veces todo surge de una exagerada curiosidad que les lleva a meter las narices donde nadie les ha llamado, pero es algo inevitable, la gente curiosa (que no cotilla; o bueno, tal vez un poco) somos así; me refiero al L. B. Jefferies de La ventana indiscreta (Rear Window; Alfred Hitchcock, 1954), el Jake Scully de Doble cuerpo (Body Double; Brian de Palma, 1984), el Brendan Frye de Brick (íd.; Rian Johnson, 2005) o el joven Davey de la reciente Verano del 84 (Summer of 84; François Simard, Anouk Whissell, Yoann-Karl Whissell, 2018). La visión de un crimen, un vecino algo sospechoso o una joven desaparecida en misteriosas circunstancias son motivos más que de sobra para emprender una investigación, quizá no tan ortodoxa como la que llevaría a cabo un profesional, pero que igualmente puede terminar en los lugares más insospechados. Del mismo modo ocurre con la breve filmografía de David Robert Mitchell, un director que siempre parte de referencias a la hora de construir sus películas, pero cuyas derivas son siempre inesperadas. Después de El mito de la adolescencia (The Myth of the American Sleepover, 2010) que bebía y mucho de Movida del 76 (Dazed and Confused, Richard Linklater, 1993), sorprendió con un cambio de tercio a un terror sui generis con base en La noche de Halloween (Halloween, 1978, John Carpenter) —sorpresa retrospectivamente hablando porque cuando se estrenó esa It Follows (íd., 2014), pocos habíamos oído hablar de su director—, y esta vez nos entrega un soberbio film neo noir con múltiples citas e inspiraciones no ya solo en sus imágenes, su historia y su tratamiento donde no es fácil eludir a Hitchcock, Brian de Palma o el David Lynch del siglo XXI, sino también en la banda sonora de Disasterpeace que nos remite a la época dorada de Hollywood. Y por supuesto, también está presente el rollo detectivesco del que hablaba al principio.
Sam (un permanentemente empanado Andrew Garfield) vive en una de esas urbanizaciones cerradas en un Los Angeles donde un asesino de perros anda suelto, en una de esas urbanizaciones donde podrían matar a alguien sin que nadie se enterase, en un Los Angeles donde un excéntrico millonario puede desvanecerse como si nunca hubiese existido, en una de esas urbanizaciones donde no hay mucho que hacer salvo espiar a los vecinos, en un Los Angeles donde se puede pasear por la calle en pijama sin llamar la atención, en una de esas urbanizaciones donde una muchacha puede desaparecer sin dejar rastro y sin que nadie la eche en falta; pero Sam es curioso, y se ha enamorado en una sola tarde de (tímidas) lujurias y piscinas, y decide emprender la búsqueda. Lo que encontrará serán mapas y códigos ocultos, túneles y pasadizos, descubrirá conspiraciones y visitará fiestas donde se topará con mujeres fatales, vivirá en una realidad que parece una turbia fantasía, tan musical como lo era Southland Tales (íd., Richard Kelly, 2006), esa otra película musical sin serlo realmente y con la que también comparte un Los Angeles repleto de misterio y extravagancia, donde incluso se le revelará, aunque tal vez él no sea consciente de ello, tras un paseo por las calles de la ciudad, bañándose acompañado en Silver Lake, que su fantasía masturbatoria adolescente era una terrible premonición. Todo ello no le obstaculizará para llegar al final de la búsqueda, una en la que como en toda investigación que se precie, no es tan importante el desenlace como el proceso en sí. O como dijo Lemmy, aunque en otro contexto (pero cualquier ocasión es buena para recordar a Lemmy): “The chase is better than the catch”.