En esta ocasión Schrader se dejó seducir nuevamente por un guion ajeno, de Noah Stollman (adaptando la novela de Yoram Kaniuk). Jeff Goldblum es paciente en un sanatorio mental para supervivientes del Holocausto en medio del desierto, en Israel. A través de flashbacks donde se hace switch al blanco y negro, vamos viendo la transformación que sufrió para terminar en esa situación, desde sus inicios como exitoso cómico circense que acaba en un campo de concentración con la mala fortuna de toparse con un comandante (Willem Dafoe) al que humilló públicamente sacándole al escenario durante una actuación, y que emprenderá su venganza contra él obligándolo a comportarse literalmente como su perro y separándole de su familia. Tanto ahí como, años después, ya fuera del campo, vemos claros los momentos en que su mente se va resquebrajando, como cuando descubre que una de sus hijas sobrevivió pero ella ya ha fallecido y además le había odiado por haber aceptado una fortuna proveniente de los nazis (el comandante le dejó una buena herencia por haber sido un «perro bueno»), con el marido de esta (Moritz Bleibtreu, que repetía con Schrader después de The Walker) despreciándole en un plano contrapicado donde le pone las peras a cuarto y él no puede sino venirse abajo. La parte del sanatorio, teniendo en cuenta la inestabilidad mental de Adam, siembra continuamente la duda sobre si lo que vemos es real o producto de su mente distorsionada, si habrá algún tipo de giro final donde se nos explique que está todo en su cabeza y en realidad los pacientes no son los que prácticamente gobiernan en el centro; que el doctor Gross (Derek Jacobi) no le idolatra ni cree que es casi mejor que los propios médicos para tratar a sus compañeros; que la enfermera Zurer (Gina Grey) no está enamorada de él ni ladra con fines puramente erótico-festivos; que el niño que se cree un perro no es un reflejo de su yo pasado más infantil y con un aspecto menos amenazador; que la sanación misteriosa de sus hemorragias internas no ha sucedido realmente y quizá se está desangrando en el campo de concentración. Llega el desfile de disfraces, la celebración de la fiesta del Purim, y una cámara subjetiva de la visión de Adam alternada con otra que le sigue de cerca, tipo ojo de pez, mirándole de frente, nos insta a pensar que a continuación será la revelación final, después del paroxismo, del desgarro de la realidad. Y es entonces cuando descubrimos que esta puede ser más extraña o aterradora que cualquier ficción, y que en el Holocausto los fallecidos no fueron las únicas víctimas. Y aún así, como en muchas otras cintas del director, cuyo planteamiento del mundo y de la humanidad parece siempre bastante pesimista, es paradójico el positivismo con el que afronta el desenlace, dejando un lugar para la esperanza y la redención. Adam Resurrected resulta de las obras más complicadas y crípticas de la trayectoria de Schrader. No tanto por la complejidad del hórrido drama que cuenta: La supervivencia al Holocausto a costa de caer en la locura… y aún resurgiendo para perdonarse a sí mismo pero en un conveniente paraíso sin vida como certifica el protagonista en su descorazonadora reflexión final. Se trata de algo más profundo a lo que verdaderamente cuesta acceder quizá porque resulta imposible entender el dolor que hay detrás de todo ello o porque el relato en imágenes no tiene la atmósfera de pesadilla que nos sirva de guía. Y sin embargo, hay una sensación de lucha continua entre la risa y el llanto, entre la luz y la oscuridad, en definitiva entre la vida y la muerte, que templa y aviva a la vez cualquier corazón… Algo tiene esta película que la hace especial aunque cueste explicar qué es y cueste incluso querer volverla a ver.
The Canyons (2013), de Paul Schrader
The Walker (2007), de Paul Schrader