Hardcore: un mundo oculto (Hardcore, 1979), de Paul Schrader

—Niki: ¿Qué importancia le das al sexo?

—Jake: No mucha.

—Niki: Entonces somos iguales. Tú crees que es tan poco importante que no lo haces y yo creo que es tan poco importante que no me importa con quien lo hago.

Hardcore, un mundo oculto

HardcoreHardcore se abre en una casa con gente que cita la Biblia de memoria (seguramente no muy distinta de aquella en la que se crió Paul Schrader, que vio su primera película a los diecisiete años, y es probable que sin el beneplácito de su progenitor), donde se tocan himnos religiosos al piano, se reza juntando las manos antes de comer y la pared está llena de slogans que loan al Señor; unos calvinistas de tomo y lomo, vaya. Si vamos a los lugares comunes esto sería el cielo, y el descenso de Jake Van Dorn, interpretado por un magistral George C. Scott, ese padre desposeído de su única hija, parece que a manos del mundo del porno, y quizá de las películas snuff, a ese mundo oculto que referencia el título en castellano sería directo al infierno, un infierno constituido por sex shops, prostíbulos y pisos de alquiler para rodajes baratos, chapuceros y rentables. Pero hay gente que se sale de los lugares comunes, a la que lo oculto le puede resultar más atractivo que una vida luminosa y aburrida que puede ser una mentira para alguien sin sus convicciones, alguien que no se haya pasado la vida y la religión (como se pasa un videojuego) como él, para alguien puro e inocente como su hija. Ya intuimos que cuando Van Dorn dice que se preocupa por ella no hace sino mentirse a sí mismo para justificar su violento comportamiento en ese mundo con el que de otro modo no habría tenido contacto, para no tener que pensar en lo que podría haber sucedido realmente, temor que se ve confirmado por el alegato de la joven en el desenlace, al final de esa búsqueda detectivesca que se ha regido en base a todos los cánones del cine negro, con un detective más implicado en el caso de lo habitual, pero igual de expeditivo o más que Mike Hammer con resaca en uno de sus días malos, una resaca parecida a la que le debe quedar al protagonista después de sumergirse en ese mundo que antes desconocía pero que ahora, lejos de verse tentado se ha convertido en el infierno, en un lugar que solo le provoca odio, náuseas y desprecio.

Blue Collar (1978), de Paul Schrader

American Gigolo (1980), de Paul Schrader