Cabe decir, ante todo, que ha sido un buen año para el musical aunque, muy concretamente, un gran año para Lin-Manuel Miranda. Aun cuando es desconocido para el público europeo en general, durante los últimos meses hemos podido ver diversas obras de las que es responsable. Miranda es el autor de las letras de Encanto (íd., Jared Bush, Byron Howard, 2021), director de tick, tick…Boom! (2021) y autor de En un barrio de Nueva York (In the Heights, Jon M. Chu, 2021), brillante adaptación cinematográfica de su propia creación teatral. Profesional genuinamente de Broadway, ha combinado la dirección y producción teatral de musicales propios (Hamilton) con la participación como actor, actor de doblaje en películas de animación o letrista en las mismas. In the Heights es sin duda su obra más personal y la traslación del teatro a la pantalla ha dado lugar a un brillante musical que describe la situación actual de los habitantes latinos en el norte de Manhattan a la par que luce una serie de números de ágil narrativa, inspiración clásica y estética actual. Miranda integra en la trama y en las letras de las canciones los conflictos vigentes entre blancos y latinos (la desigualdad en la formación, el acceso limitado al ascenso social o la gentrificación urbana), sin ignorar los problemas inherentes a este barrio (machismo, desarraigo, drogadicción). Todo ello con coreografías diversas que confieren a la película una extrema agilidad, sea mediante el montaje (impecable No me diga, el número en la peluquería), los movimientos de cámara en torno a los cuerpos de baile, el uso de los efectos especiales (Sun Goes Down) o el recuerdo de los clásicos (los planos cenitales a lo Busby Berkeley en la piscina). Sirva esta introducción para presentar, reivindicar y, a la par, contraponer In the Heights con el otro gran musical del año, al que no considero superior a la obra de Miranda, pero que está cosechando reconocimiento amplio de público y crítica. ¿Está justificado el éxito de West Side Story (Steven Spielberg, 2021)? Es más, ¿está su existencia justificada?…
Mirando atrás (sin ira) hay que reconocer el ocaso del musical clásico en los sesenta, cuando las productoras se inclinan por opciones que priman la música por encima del baile y, en algunas de ellas, el drama sobre la comedia, adjudicando su responsabilidad a directores muy ajenos al género, alejados de las habilidades de Donen, Kelly, Minelli y tantos otros: My Fair Lady (George Cukor, 1964), Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, Robert Wise,1965), El extravagante Doctor Dolittle (Doctor Dolittle, Richard Fleischer, 1967), El violinista en el tejado (Fiddler on the Roof, Norman Jewison, 1971)… West Side Story (Robert Wise, 1961) fue, tal vez, debido a su éxito, la que generó esta corriente de musicales mastodónticos, de larga duración y poca agilidad. Aquella adaptación de Romeo y Julieta que ya triunfara (como tantas obras previas) en Broadway, fue codirigida por Jerome Robbins (bailarín y coreógrafo teatral responsable de la obra en Nueva York) y Robert Wise. A pesar de su fama, la versión de 1961 se hace pesada, luciendo dos o tres secuencias de baile pero centrándose en exceso en las canciones. Ninguno de los dos responsables supo conferir el aliento cinematográfico a una obra que se aproximaba más al teatro filmado que al cine, perdiendo la oportunidad de rodar un genuino musical y limitándose a captar adecuadamente las coreografías de origen teatral, hecho acentuado por el rodaje en estudio para numerosas secuencias. El prometedor arranque en las calles se diluye entre interiores en números sucesivos y la trama resulta, hoy en día, anquilosada.
Tenía, pues, algún sentido un remake, siempre y cuando fuera llevado a cabo por un director con el cine en la sangre. Spielberg, ansioso de nuevos retos, tenía pendiente enfrentarse al género. Su mayor fracaso, 1941 (1979) se llegó a plantear como tal y contiene dos o tres secuencias coreografiadas de categoría, así como lo fuera la secuencia inicial de Indiana Jones y el templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984). Así pues, el californiano se ha lanzado al proyecto con toda la artillería cinematográfica posible. Respecto al contexto, se explica sucintamente que el barrio de San Juan Hill se derriba y desaparece el territorio dónde Jets y Sharks se establecían. Pero se añade un pequeño párrafo altamente significativo para comprender la situación social (ahí es nada contratar a Tony Kushner, multipremiado autor teatral, para tan breve discurso), a cargo del teniente Schrank: los portorriqueños no dejarán de llegar y los descendientes de otras etnias, nietos de familias blancas muy empobrecidas, serán los nuevos marginados si permanecen en el barrio. De ahí, el aumento de intensidad del conflicto entre bandas. A nivel visual, Spielberg recurre tanto a la digitalización para mostrar algunos espacios (los derribos en el barrio), a escenarios artificiales o a la calle. Grúas y travellings dan mayor agilidad a los números musicales, superando en brillantez a la versión original y el enfrentamiento trágico se sitúa en un sugestivo emplazamiento, un depósito de sal, que será escenario de un doble duelo resuelto de modo enérgico y escueto. Valga como ejemplo la que era la set piece más notable de la primera versión, el celebrado número en el tejado, America. Spielberg lo resuelve arrancando la canción como parte de un diálogo enfrentando a Anita y Bernardo, en su apartamento, al que se van añadiendo comentarios de otros personajes. La cámara pasa al patio de luces, dónde el movimiento de las piezas de ropa tendidas deja entrever a las cantantes, para, en salto de montaje, reunir a las mujeres en las escaleras del edificio, siguiendo la canción. En nuevo salto de edición, la canción continúa con baile en la calle, deteniendo el tráfico, a medida que se añaden nuevos intérpretes, y culmina con un baile coral captado con grúa. Las incisivas letras, con las ventajas e inconvenientes de vivir en Puerto Rico o Manhattan, con el machismo contrastado, la música evocativa, son arropadas por las imágenes como nunca lo fueran en la versión anterior.
Es, por lo tanto, evidente que Spielberg supera el reto con creces, la historia de West Side Story luce mejor ahora que en la versión anterior y su éxito está justificado. Sin embargo, sigo dudando de la necesidad de su existencia… ¿no habría sido más atractivo que hubiera dirigido una obra completamente nueva? O, volviendo a Miranda e In the Heights, ¿no tiene más sentido hablar del presente que del pasado? Cinematográficamente la obra de Cho y Lin-Manuel Miranda resulta tan meritoria como la obra de Spielberg pero es socialmente más significativa. No deja de ser curioso / sospechoso que West Side Story venga promocionada de modo repetido por tener un casting latino interpretando a latinos y que su coetánea In the Heights fuera atacada por la ausencia de actores negros en los papeles principales de una producción plenamente latina… El beneplácito generalizado que Spielberg ha merecido no debería ocultar los méritos de un rival muy notable. El conflicto social ha ido más allá de las luchas entre bandas juveniles, es plenamente vigente para cientos de miles de personas en las grandes ciudades de Estados Unidos y expone el persistente conflicto racial. En los 60 el musical de final feliz fue quedando apartado. Quizás en el siglo XXI Hollywood busca lo contrario, musicales que no nos traigan más problemas.
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