La maldición del hype
Objeto de una operación de marketing en la que se nos ha vendido como una de las experiencias más terroríficas del pasado año, The Medium (Banjong Pisanthanakun, 2021) es una coproducción surcoreano-tailandesa que viene precedida por un gran hype entre los aficionados al terror. Sin embargo, la enorme expectación creada en torno al potencial impacto de la película, amparada a su vez por su brutal éxito de taquilla en el continente asiático, ha terminado afectando negativamente a su recepción en Occidente al despertar ciertas reticencias entre los seguidores más exigentes del género, que tras la tibia acogida recibida en la pasada edición del Festival de Sitges vieron confirmadas sus sospechas de que la película no era, ni mucho menos, tan aterradora como para tener que verla con las luces de la sala encendidas. Es cierto que estamos ante una obra que se ve perjudicada por una campaña de publicidad engañosa que nos predispone involuntariamente en contra de la película. De hecho, nuestro impulso natural como espectadores es el de trasladar la lógica antipatía que nos produce su burda promoción a nuestra opinión sobre el filme, intoxicando así nuestra perspectiva crítica y anulando nuestro juicio. Por tanto, hemos de intentar hacer un ejercicio de abstracción para eliminar todo el ruido generado alrededor de la cinta y evitar así emitir un juicio de valor fundamentado en la inevitable decepción que ha supuesto respecto a lo anunciado para analizarla teniendo en cuenta sus valores puramente cinematográficos. Solo tras exorcizar nuestros prejuicios seremos capaces de explorar The Medium con una mirada cabal y honesta.
Dicho esto, podemos afirmar que estamos ante una obra que mantiene un buen equilibrio entre los distintos registros narrativos que maneja a lo largo de su metraje. The Medium tiene una duración de poco más de dos horas que no se hacen nada largas, gracias a la habilidad de Pisanthanakun para manejar el ritmo de la película adecuándolo siempre a una narración profundamente inmersiva que avanza lenta pero inexorablemente en un continuo crescendo hasta eclosionar en el catártico final. Comienza siendo un aparente documental de coartada antropológica en el que se nos presenta a Nim Tonvali (Sawanee Utoomma), una chamana de la región tailandesa de Isan, que sirve como intermediaria terrenal de la diosa Bayan. Durante esta primera parte del filme Nim (hemos de destacar el verismo que aporta la excelente interpretación de Utoomma al personaje) se dirige directamente a cámara para contar cómo se convirtió en sacerdotisa y explica con diáfana precisión el panteísmo telúrico sobre el que se sustenta la tradición religiosa de la zona que supone una amalgama del animismo local, creencia tailandesa según la cual cada ser y elemento de la naturaleza posee un alma, y el budismo. Asimismo, durante esta fase inicial del relato descubrimos que las mujeres de la familia Tonvali han sido portadoras de Bayan generación tras generación y se nos revela además que la primera elegida para hospedar el espíritu de la diosa no era Nim sino su hermana mayor Noi (Sirani Yankittikan), que rechazó el legado convirtiéndose al cristianismo y renegando de Bayan. Seguidamente, se introduce al personaje de Mink (fantástica Narilya Gulmongkolpech), la sobrina de Nim e hija de Noi que será objeto de una extraña posesión y pasará a convertirse en el eje central sobre el que se articulará el posterior desarrollo de un filme que irá en ascenso permanente hasta su explosivo e inesperado desenlace.
El ya veterano Pisanthanakun, que se dio a conocer en Occidente con el inquietante thriller de terror sobrenatural Shutter: El fotógrafo (Shutter, 2004), se vale de los códigos narrativos del mockumentary (entrevistas en las que los diferentes miembros de la familia interactúan con los documentalistas, insertos de fotografías antiguas acompañadas de voz en off, uso de la cámara en mano para transmitir desequilibrio y generar inquietud, utilización de distintos formatos y texturas en el tratamiento de la imagen, cámaras ocultas de visión nocturna, etc.) para ilustrar el estimulante guion pergeñado junto al cineasta surcoreano Na Hong-jin, que también es productor de la película. De esta manera, el director tailandés logra adentrarnos con tremenda naturalidad en una historia que comienza siendo un relato costumbrista sobre el chamanismo para sufrir una mutación sutilmente progresiva que detona en un auténtico delirio de terror psicotrónico y culmina revelándose como una profunda reflexión sobre la pérdida de la fe representada en forma de found footage.