El último filme del cineasta francés Patrice Leconte —El marido de la peluquera (Le Mari de la coiffeuse, 1990) y La chica del puente (La fille sur le pont, 1999)— abre con un plano de Jules Maigret, el famoso comisario creado por el escritor Georges Simenon, en la consulta de su médico. El inspector de policía, interpretado por Gérard Depardieu, le manifiesta que se siente cansado y que ha perdido el apetito, de modo que el médico le propone que descanse y se tome unas vacaciones. Es una situación familiar, una respuesta que hemos escuchado en múltiples ocasiones, por lo que no será muy difícil predecir que nos encontramos ante una obra crepuscular, en este caso una historia melancólica sobre un inspector en decadencia, que ha sido testigo a lo largo de su trayectoria de todos los escenarios sórdidos que su profesión ha podido ofrecerle y cómo esa mirada hastiada se enfrenta a conflictos recientes.
Es un punto de partida atractivo y hasta cierto punto sugestivo, porque las mejores películas de este tipo son las que hacen un verdadero esfuerzo por humanizar a sus personajes, característicos del género, más allá de su participación en el relato detectivesco. Sin embargo, no tardaremos en advertir que el filme no es mucho más que una propuesta funcional en la que Jules Maigret deberá investigar el asesinato de una chica joven brutalmente asesinada reconstruyendo el homicidio a través de su círculo cercano. No se percibe durante casi hora y media de metraje una secuencia que no refleje ni proyecte nada que vaya más allá del nivel del suceso, de lo que ocurre por imposición de lo “literario», es decir, de la reconstrucción esquemática del crimen a través de la información obtenida (un caso, por otro lado, demasiado simplista). El personaje de Maigret carece, además, de imbricación con su entorno, de modo que las distintas interacciones que tienen lugar durante la película (con sus compañeros, con su cónyuge, con los implicados, etc.) se devienen poco expansivas pues ni construyen identidades ni conforman puntos de vista o lecturas posibles con respecto al inspector de policía que ayuden a enriquecer la narración.
Patrice Leconte no es precisamente un director primerizo y, sin embargo, parece darle la razón al dicho popular “Hombre viejo, dos veces niño”, al sucumbir a los peores tics de la era streaming. La película está ambientada en la década de los cincuenta, pero su iluminación no encaja con la fecha de su desarrollo del mismo modo que su realización no se ajusta ni con su ejercicio atmosférico ni con su carácter de homenaje. ¿Qué son si no esos caprichosos travellings de acercamiento en plano general o esos zooms disléxicos si no un academicismo característico de la narrativa televisiva? Son estos movimientos de cámara gratuitos y meramente estéticos los que sustituyen, hoy en día, los mucho más escasos travellings medidos, contenidos, que puedan aportar al filme una significativa carga expresiva.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Miradas de Cine y La Casa del Cine, donde Xavi Oto es alumno.