La certidumbre del final
Caracterizada por una vigorosa pero lúgubre pantalla dividida Vortex aparece, conviene exponerlo abiertamente desde el principio, como si de un manifiesto, en este caso sobre ser anciano y el inexorable camino hacia el final, se tratara, donde el drama emana casi de forma directa por el propio contexto y los conflictos que deben, naturalmente, ocurrir. Sin embargo, estando en territorio de Gaspar Noé ese es justamente el trampantojo de su cine, que ya se puede rastrear en sus dos mejores obras, Irreversible (2002) y Enter the Void (2009), de la cual Vortex podría clasificarse como un necesario corolario. De hecho, estamos ante la constatación de aquel “el tiempo lo destruye todo” que etiquetaba Irreversible de una manera aterradora pero no tan devastadora como esta certidumbre del final. Por tanto, no hay intención alguna de moralizar sobre la soledad de los mayores (ella tiene una demencia en una fase ya avanzada y apenas puede hacer tareas simples sin suponer un riesgo; su marido, enfermo de corazón, no sabe manejar la situación y vive casi por su cuenta), ni desde luego evidenciar algún tipo de problemática social (el hijo rehabilitado sobrevive a duras penas, mientras intenta lidiar con la situación de sus padres a los que propone irse a vivir a una residencia donde-estarán-mejor-atendidos). El propósito es tan simple como demoledor. Es la mostración del hundimiento progresivo e inexorable de la vida como parte misma de esta… pero sin aspavientos, sin proclamas, sin excusas, en definitiva sin eufemismos. El caso particular del anciano matrimonio protagonista, literalmente en las últimas, no puede sernos ajeno porque en el mejor de los casos lo viviremos como obligados espectadores en primera o segunda fila (familia, trabajo, barrio, etcétera); por ello y a sabiendas de cual es el camino, nos involucramos sin poder evitarlo mucho más de lo que, probablemente, nos gustaría porque se trata de, y cada cual se dará cuenta antes o después, observar y acompañar a este matrimonio tan irreal como inolvidable (maravillosos Dario Argento y Françoise Lebrun) a su muerte.