Samuel Bodin, conocido por la miniserie de género Marianne (Netflix, 2019), escoge el guion de Chris Thomas Devlin (La Matanza de Texas, 2022) inspirado en El corazón delator de Edgar Allan Poe para su debut en el largometraje. Coproducida por Point Grey Pictures (Seth Rogen, Evan Goldberg), No tengas miedo resulta una entretenida cinta de terror que, si bien cae en lo previsible y sufre cierto deshinchamiento hacia el final, se erige sobre un esquema seguro que acaba funcionando correctamente.
El protagonista, un niño de ocho años interpretado por Woody Norman, entrañable compañero de reparto de Joaquin Phoenix en C’mon C’mon (Mike Mills, 2021), oye ruidos tras las paredes de su habitación. Sus padres, una oscura pareja sobreprotectora y de una rectitud que da escalofríos, lo achacan a la creatividad que caracteriza su mundo interior. La tensa situación que vive Peter en casa se suma al bullying que sufre en la escuela, conjunción que, en una desesperada búsqueda de compañía, hará despertar su interés por alimentar el vínculo con aquello que se esconde al otro lado del papel pintado.
La cinta, en esencia, nos habla de la soledad infantil: cuando la incomprensión por parte de sus iguales se convierte en una lucha diaria, y los padres, pese a la infinidad de llamadas de atención y a la preocupación explícita de su maestra, no hacen más que fortalecer sus métodos punitivos, el chico buscará la forma de crear alianzas que lo ayuden a sobrevivir. El monstruo oculto empieza manifestándose como un apoyo que lo empuja a afrontar sus propios miedos, encarnados por los compañeros de clase y sus progenitores. Dentro de los códigos del terror, ver como un niño aparentemente sensible y sin un ápice de maldad se revela contra aquello que lo tortura convirtiéndose en “villano”, es celebrable, nos divierte. Disfrutamos de la venganza, sobre todo cuando esta se ejerce con el objetivo de fulminar al abusador, consiguiendo la justicia que tanto Peter como nosotros, los espectadores, anhelamos.
Los personajes adultos se construyen como dos caras de la misma moneda: el padre, un hombre cruel y soberanamente aterrador, representa la autoridad en sus ansias de dominar en todo momento cualquier situación, mientras que la madre, aunque igualmente terrorífica, accede a todo lo que su marido decida, con actitud sumisa pero a ratos descontrolada. El registro de Carol, magistralmente interpretada por Lizzy Caplan (Chicas Malas, Monstruoso), va desde la contención absoluta a la histeria desbordante, luchando por ser una madre ejemplar que a su vez esconde un secreto que la está devorando por dentro. Su incapacidad de gestionar lo que ocurre, papel ocupado por Mark (Anthony Starr), será decisivo en el acelerado desmoronamiento del núcleo familiar.
En la segunda visita de Miss Devine (Cleopatra Coleman), la tutora de Peter, Carol intentará deshacerse de ella agradeciéndole su preocupación pero quitándole hierro al asunto, mientras su marido, martillo en mano, la invitará a pasar. Aquí Bodin es capaz de concebir una de las escenas más terroríficas de la película: sin uso alguno de violencia o sangre (que guarda para más adelante) y apoyándose únicamente en lo sugerente de dicha herramienta, logra generar una tensión que sostiene eficazmente durante los minutos que dura la conversación a tres bandas. Y si con la perversidad de estos progenitores aún no hemos tenido suficiente, llega la estelar aparición del monstruo real de la cinta, proyectado como un claro homenaje a la Sadako de Ringu (Hideo Nakata, 1998). No únicamente por su físico, que se caracteriza por una larga melena que utiliza para ocultar su desagradable cara, sino también por su manera ortopédica de moverse, prácticamente idéntica a cómo el fantasma de la niña del pozo salía del televisor para matar a todo aquel que hubiera visto, una semana antes, la maldita cinta de vídeo.
Pese a tratarse de una superproducción estadounidense, donde la marca autoral suele brillar por su ausencia, se percibe a ratos una voluntad de marcar cierta diferencia en el aspecto visual. Persiste un uso continuado del zoom in y el zoom out, así como interesantes movimientos de cámara y la pictórica simetría de algunos planos, que logran hacer tangible esa conciencia estética a la hora de filmar, apostando por la importancia, no solo del contenido, sino también de la forma. Si logramos no ahondar demasiado en sus desajustes, No tengas miedo se presenta como una historia mutante que pasa del terror metafórico al survival extremo, donde el papel antagónico va saltando de unos personajes a otros. Sin ánimo de sorprender demasiado al espectador, logra entretenernos y que salgamos del cine con la certeza de no haber desaprovechado los casi noventa minutos que hemos invertido en su visionado.