Golpe de suerte, de Woody Allen

El Xavier Dolan de Manhattan

Golpe de suerteUn cóctel de infidelidades, intrigas y asesinatos aliñado con la ligereza de la sonrisa y la acidez del escepticismo, así se podría definir Golpe de suerte, la nueva —y posiblemente la última— película de Woody Allen, que se proyectó, no exenta de polémica, fuera de concurso en la pasada edición del Festival de Venecia.

Fanny (Lou de Laage) es una joven que, de puertas para afuera, parece disfrutar de una vida de ensueño: trabaja con fruición y mucha maña en una galería de arte; está casada con un exitoso millonario (Melville Poupand) que la adora; dispone de mucho tiempo libre que utiliza para leer, escuchar música y pasear por un París edénico; acude a glamurosas fiestas reservadas para la alta sociedad; tiene una gran relación con su madre, cimentada sobre una base de sinceridad y desenfado. De puertas para adentro, la situación es completamente diferente: su trabajo no es más que una actividad insustancial que la ayuda a matar el tiempo; su marido la considera objeto antes que mujer y no tiene en cuenta sus deseos y necesidades; su círculo social está lleno de burgueses pedantes e hipócritas; y su hogar es una jaula de oro tan ostentosa como asfixiante. Así, el día que se encuentre por la calle con Alain (Niels Schneider), un antiguo compañero de la universidad que estuvo enamorado de ella, la posibilidad de iniciar una relación con él pondrá su vida patas arriba.

Golpe de suerte

En una entrevista ofrecida al diario El País en 2010 durante la etapa promocional de Los amores imaginarios, Xavier Dolan confesaba que Woody Allen era su ídolo y resaltaba, además, que cintas como Hannah y sus hermanas o Maridos y mujeres habían sido una fuente de inspiración directa a la hora de escribir su película. El artículo, firmado por Elsa Fernández-Santos, se publicó bajo el título: “El Woody Allen de Quebec”. Resulta paradójico que, trece años después, Allen haya decidido poner el broche final a su carrera rodando en francés y escogiendo para los papeles protagonistas a dos de los actores fetiche de Dolan durante su primera etapa: Niels Schneider, que aparece en Yo maté a mi madre y Los amores imaginarios, y Melville Poupaud, protagonista absoluto de la mastodóntica Laurence Anyways. Que ambas cintas se levanten alrededor de un triángulo amoroso y que Dolan también haya anunciado este mismo año su retirada del cine, no son sino un par de coincidencias más que le otorgan a la última cinta del maestro neoyorquino una capa de metaficción tan casual como irónica.

Porque Golpe de Suerte de lo que trata es precisamente del azar, de la casualidad como mano invisible que articula de forma tácita la vida de las personas. En Match Point, Allen ya había diseccionado con bisturí clínico este mismo tema y había llegado a la conclusión de que tener suerte es nacer en una buena cuna o, a las muy malas, estar en el sitio adecuado en el momento adecuado para poder conocer a la persona adecuada y tener así la posibilidad de trepar de la forma más rastrera posible. De ahí que la escena final estuviese empapada de una mala baba tan inteligente como mordaz. Pero lo que en la cinta protagonizada por Scarlett Johansson era drama seco y áspero, sobriedad y precisión en la puesta en escena e indagación profunda en la mente humana y los mecanismos que mueven la maquinaria de la sociedad, en Golpe de Suerte se transforma en comedia ligera, desparpajo en los diálogos, exhibicionismo visual y un efectismo un tanto surrealista.

La idea es ofrecer una comedia de enredos que pase por la pantalla como un susurro hilarante tan fugaz como reconfortante. No se trata de comprender los motivos que llevan a una persona a asesinar a otra, de explorar los entresijos de la culpa o, ya se ha dicho, de dejar en evidencia las desigualdades del sistema, sino de componer una sinfonía de gags en la que se parodie tanto las películas de crímenes —Misterioso asesinato en Manhattan— como las de triángulos amorosos, y en la que la levedad sea la nota que más se escuche. El director, en lo que respecta a la escritura, cumple con su propósito, pero sin conseguir un resultado notable.

Golpe de suerte

El apartado visual es otro asunto. De sobra es sabido que Allen deja casi todo el trabajo de iluminación y cámara a cargo de su director de fotografía. De ahí que las diferentes fases de su obra sean tan disímiles como fáciles de identificar. Su etapa con Gordon Willis —Annie Hall, Manhattan, Broadway Danny Rose— se caracterizó por el uso de planos fijos, composiciones cuidadas y sombras expresionistas; sus colaboraciones con Carlo Di Palma —Maridos y mujeres, Desmontando a Harry— estuvieron marcadas por la brusquedad de la cámara en mano y la luz natural; sus trabajos con Vittorio Storaro —Wonder Wheel, Día de lluvia en Nueva York— destacan por la tendencia al exceso habitual del italiano. Un exceso que en Golpe de Suerte se materializa en el empleo de un gran angular bastante caprichoso que deforma la imagen sin aportar nada y un juego de luces que en otro contexto podría haber resultado profundamente hermoso, pero que aquí desconcierta tanto por su gratuidad como por su marcado carácter artificial.

Los chispazos cómicos, el ritmo de la narración, un guion que, pese a sus imperfecciones, nunca pierde la atención del espectador y las grandes actuaciones de los actores sostienen una película correcta que condensa gran parte de las obsesiones de su director y que invita a las nuevas generaciones a adentrarse en su vasta y en muchos tramos genial producción cinematográfica.

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