Después de ganar el premio Fipresci en Cannes y el César a mejor ópera prima con Les combattants (2014), Thomas Cailley pasó por el Festival de Sitges con su última película, una distopía rural sobre la aceptación de lo desconocido que indaga en el miedo a ser diferente. Si en Wolf (Nathalie Biancheri, 2021) los personajes, internos en un centro de salud mental, creían ser animales atrapados en cuerpos humanos, en El reino animal, los humanos se transforman lentamente en bestias sin desearlo. En código coming of age y valiéndose del body horror para representar los cambios corporales, también recuerda a cintas como Crudo (Julia Ducournau, 2016), donde una joven descubre su sexualidad a la vez que sus instintos caníbales, o incluso a Vampira humanista busca suicida (Ariane Louis-Seize, 2023), estrenada también en la última edición de Sitges, donde la joven protagonista niega su condición de vampira a la vez que rechaza la entrada a la edad adulta.
Una enfermedad extraña azota a la sociedad francesa, transformando a algunos humanos en híbridos animales. François y Émile, cuya relación paternofilial va desarrollándose a lo largo del film viéndose sacudida por los acontecimientos, se mudan al sur de Francia con la intención de estar más cerca de la madre del joven, encerrada en una institución tras sufrir una mutación genética desconocida que la está convirtiendo en un monstruo. Frente a esta situación, vemos dos posicionamientos distintos: el del padre, que luchará hasta el final por mantener unida a su familia, y el del hijo, que ni siquiera es capaz de llamarla mamá. Estas mutaciones se dan muy lentamente, como observamos en el personaje que abre la película, Fix, que pasará de tener algunas plumas en los brazos en la intrigante escena inicial, a intentar volar con sus gigantescas alas más adelante. Tampoco hay repeticiones en las criaturas: todas las que vemos se identifican con animales distintos. Si bien es cierto que al principio el director juega más a la sugestión que a mostrar los cuerpos afectados explícitamente, a medida que avanza la historia descubrimos más detalles sobre estos nuevos seres, y es aquí donde se revela una de las facetas más interesantes del film: la precisión técnica y el trabajo artístico en la construcción de dichas criaturas, que se alejan cada vez más de la humanidad para zambullirse de lleno en el reino animal.
El cineasta francés nos sumerge en los bosques galos para recrear una guerra social: sanos contra contagiados. En un momento del relato, una furgoneta libera a unos cuantos especímenes, convirtiendo la frondosidad del bosque en un territorio hostil para el hombre. Entonces aparecen dos bandos: aquellos que buscan la conciliación y los que se armarán con el objetivo de aniquilar lo diferente. Puede entreverse una lectura sobre la inmigración en esta narrativa, sobre los prejuicios que solemos abocar en lo desconocido porque el miedo es más fuerte que el raciocinio o la voluntad de crear un espacio donde todo el mundo pueda convivir. Incluso podría remitir a una lectura en torno a la pandemia, en la que la paranoia del contagio hizo menguar nuestra solidaridad civil.
Entre padre e hijo aparece Julia, una agente de policía interpretada por la estrella internacional Adèle Exarchopoulos (Passages, 2023), que representa el temple y la neutralidad, acompañando a François en su conflicto personal desde la comprensión, aunque este personaje, claramente desaprovechado, queda relegado a secundario. Cuando Émile empieza a sufrir en sus propias carnes la transformación, que se empeñará en ocultar tanto al padre como a sus compañeros de clase, el discurso de la autoaceptación y el terror a ser descubierto como diferente tomará relevancia. El joven, a medida que crece, más se va pareciendo a su progenitora. Será en su autoreconocimiento como ser extraño cuando se repare la relación maternofilial. Uno no conoce determinados caminos hasta que los transita, y Émile tendrá que hacerse adulto de golpe si quiere sobrevivir, buscando alianzas donde antes solo había rechazo. Los instintos animales de los mutantes prevalecen frente a lo que nos diferencia de ellos, como la empatía o el autocontrol, proponiendo un relato antiespecista que hace que nos preguntemos: “¿Cuánta humanidad queda en la persona afectada?” Tratando la eterna lucha entre la naturaleza y el hombre, representada también en la última película de J.A. Bayona La sociedad de la nieve (2023), El reino animal consigue aportar una nueva perspectiva desde la ciencia ficción, apoyando el discurso que nos corona como destructores de la Pachamama.