A pesar de su lograda fama debido a su potentísimo arranque, la filmografía de William Friedkin está repleta de altibajos, es una carrera similar a la de la vida, llena de obstáculos, logros y derrotas que han quedado para el recuerdo, algo que pasando revista en 2023, fatídico año de su muerte, uno observa si se detiene a visionar su carrera de arriba abajo. Toda una montaña rusa que destapa a un director que casi siempre fue al límite, que no tuvo miedo a equivocarse y cuya ambición-ese salvaje rodaje de Carga Maldita (Sorcerer, 1977)- hizo que su carrera se llenase de trabajos mejorables y otros muy olvidables, cuando no, puramente anecdóticos. No es casualidad que películas como El Contrato del Siglo (Deal of the Century, 1983), Grupo antiterrorista (C.A.T Squad, 1986), Grupo antiterrorista II (C.A.T Squad: Python Wolf, 1987), La tutora (The Guardian, 1990) y Jade (1995) sean realizadas durante un período de 15 años, los años más pobres en toda la filmografía de Friedkin. Constatación absoluta de un autor en búsqueda de un hueco dentro del nuevo panorama y que su empecinamiento en incluir toques de serie b no siempre le dieron buenos resultados.
Tras una película tan fallida-pero cargada de buenas ideas- como El Contrato del Siglo, Friedkin volvía a las calles tal como esgrimía la publicidad de la época en 1985, y es que esta no deja de ser un trasunto de French Connection. Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971), la película que puso a Friedkin en el podio de la generación del Nuevo Hollywood y que posee bastantes puntos de conexión temáticas con la que aquí nos ocupa.
Friedkin siempre fue un buscador de imágenes (imagen 1), es un autor que en cierta manera ha sabido desenvolverse en nuevos paradigmas, no sabemos si por convicción o por necesidad de sobrevivir en una industria depredadora y que no entiende ni respeta legados. Y es que Vivir y morir en Los Ángeles posee algunos de los tics del cine de los años 80, algunos de los peores como un predominio de la música pop, uso de sintetizadores machacones de la partitura compuesta por Wang Chung y una estética recargada que vista hoy día muestra lo hortera y la idiosincrasia de ese nuevo mundo reaganiano de corte neoliberal que se imponía en la sociedad norteamericana y llegaba a occidente en el transcurso de los últimos años de la Guerra Fría.
Por suerte, la elegancia en la puesta de Friedkin se impone y es capaz de crear una atmosfera atrayente y dota a sus imágenes de cierto misticismo y elegancia. Su fijación por las miradas femeninas (imágenes 2 y 3), sus sólidos encuadres o la fisicidad de sus personajes son representados con fuerza mediante planos medios-cortos (imagen 4) o planos generales, mostrando así el movimiento de estos en esta especie de jungla urbana que es Los Ángeles.
Lo más destacable de Vivir y morir en Los Ángeles reside en este uso que hace Friedkin en su puesta en escena, marcada por un notable documentalismo ya sea al retratar las esperas del trabajo policial, las trabajadas secuencias de montaje en torno a la creación de la falsificación del dinero (imagen 5), el retrato arrebatador de Willem Dafoe, cuya mirada reptiliana (imagen 6) y esquelética figura son idóneas para captar lo misterioso del creador de dinero (imagen 7), un artista en la sombra que crea arte a partir de la basura/de lo falso o las arriesgadas y brillantes persecuciones, destacando la que transcurre por parte de las autopistas de la ciudad y los canales de Los Ángeles (imagen 8), sin duda uno de los momentos más salvajes y destacables de toda la filmografía de Friedkin.
También Friedkin potencia la puesta en escena con la potente fotografía de Robby Müller —director de fotografía de películas tan icónicas como París, Texas (Wim Wenders, 1984) o Mistery Train (Jim Jarmusch, 1989)— que capta el lado soleado y a la vez oscuro de ese retrato de la ciudad de Los Ángeles (imágenes 9 y 10). Otro trabajo más que añadir a esas “sinfonías de colores” —como diría el gran Diego Salgado— que fueron creadas en los años ochenta del cine norteamericano (imagen 11).
También otro punto interesante de Vivir y morir en Los Ángeles es que sus imágenes recogen muchos de los rasgos autorales del cine de Friedkin como la crítica al sistema, hombres obsesionados con su trabajo, el personaje totalmente devorado por el capitalismo hasta tal punto que este acaba siendo un espejismo de lo que fue, su marcado carácter documental, su notorio componente político [1] —algo que se observa desde su inicio, donde el protagonista es un guardaespaldas de Ronald Reagan y presenciamos de fondo un discurso de él—, el uso de actores prácticamente desconocidos, su predilección por rodar elaboradas y arriesgadas escenas de acción…
Otro de los aspectos más interesantes de la película es el vampirismo de sus personajes: Richard Chance (William Petersen), Eric Masters (Willem Dafoe) y John Vukovich (John Pankow). Richard se transforma hasta tal punto que decide saltarse todas las reglas para conseguir ajusticiar a Eric Masters, responsable de la muerte de su excompañero, adoptando así una actitud obsesiva y agresiva contra las normas del sistema. Eric Masters (Willem Dafoe) es un admirador del arte contemporáneo y crea sus propias composiciones (imagen 12) para posteriormente destruirlas (imagen 13), su placer reside en crear y destruir. Eric sigue a rajatabla su metodología profesional y crea dinero falsificado con total precisión, aún sabiendo que es falso, este pone toda su dedicación en distinguirse, por algo es el mejor “imitador”. Podríamos trasladar este modus operandi a algunos directores de cine posmodernos, saben que parten de imágenes y obras de arte pasadas para posteriormente ellos transformarlas, crearlas o reciclarlas, todo ello trasladable a Friedkin, el cual es responsable del guion de la película. Podríamos pensar que Friedkin se identifica con este personaje, entre otras cosas este sitúa su nombre en los créditos en la presentación de Masters (imagen 14).
Este vampirismo es tremendamente revelador en el último plano de la película donde John adopta el mismo rol de Richard (imagen 15) e incluso domina a la misma mujer, amante y confidente de su ex compañero (imagen 16).
En su salvaje crítica, José María Latorre comentaba la peculiar estética de Vivir y morir en Los Ángeles, cuyas imágenes lindaban con los nuevos medios mainstream como el videoclip [2]. Pasado el tiempo podemos observar como estas imágenes lindan con mastodontes del arte del videojuego como la saga Grand Theft Auto, campo de juegos y traslación a lo virtual de las enormes influencias cinematográficas que tenían los hermanos Houser (ambos nacidos en la década de los años 70). Y es que las huellas de Vivir y morir en Los Ángeles son totalmente reconocibles a lo largo y tendido de todo Grand Theft Auto: Vice City (Rockstar North, 2002) y posteriores juegos de la saga (imágenes 17, 18 y 19), algo que es palpable desde sus títulos de crédito [3], serigrafía y banda sonora, la cual recoge el tema “Dance Hall Days” de Wang Chung que ya figura en Vivir y morir en Los Ángeles.
Con Vivir y morir en Los Ángeles, Friedkin, otra figura que desaparece pero cuyas imágenes permanecen, constata que fue un gran reciclador y también creador y/o renovador de imaginarios.
Bibliografía
LATORRE, José María. Contra el imperio de los falsificadores de moneda. Crítica de “Vivir y morir en Los Ángeles”. Revista Dirigido Por, Nº136, págs. 38-42.
Videografía
Grand Theft Auto: Vice City (Rockstar North, EE.UU, 2002) https://www.youtube.com/watch?v=4fA2ysSaMgQ&ab_channel=Killazspain2
[1] Aunque el propio Friedkin insiste en que sus películas no son políticas en el documental “Friedkin sin censuras” (Friedkin Uncut, Francesco Zapell, 2018)
[2] LATORRE, José María. Contra el imperio de los falsificadores de moneda. Crítica de “Vivir y morir en Los Ángeles”. Revista Dirigido Por, Nº136, págs. 38-42.
[3] Títulos de crédito de Grand Theft Auto: Vice City (Rockstar North, 2002) https://www.youtube.com/watch?v=4fA2ysSaMgQ&ab_channel=Killazspain2