Vivimos en un mundo de secuelas. De hecho, vivimos en un mundo de secuelas, precuelas, spin-offs, reboots y multiversos. Y si vivimos en este mundo es porque su formato funciona. Nos encanta ver a nuestros personajes favoritos volver para una aventura más y profundizar en el mundo que los rodea. El problema es que el fuerte potencial comercial de estos subproductos suele cegar a productoras y distribuidoras y suelen hacerse con poca vocación artística. De aquí la frase “segundas partes nunca fueron buenas”. Las segundas partes son buenas si se hacen con más cariño por el universo fílmico que se recupera que por el vil metal.
El lector coincidirá en que nadie había pedido una secuela de Chicken Run: Evasión en la granja (Peter Lord, Nick Park; 2000). Para empezar, porque el final de la película daba poco pie a continuaciones; y segundo, porque es una cinta de culto a la que sus fans tienen más cariño a la historia que a los personajes. El interés de la primera entrega era ver la versión aviar de La gran evasión (John Sturges, 1963), con una fuerte carga simbólica y alegórica, que comparaba las granjas de ganado con campos de concentración. Sin embargo, nunca ningún niño (ni adulto) ha pedido un muñeco de Ginger, Rocky o la señora Tweedy.
La secuela, pues, tenía mucho que perder porque era difícil generar una premisa interesante. El argumento debía recordar el tipo de aventura que se contaba en la original, pero no tenía sentido recrear la trama de Evasión en la granja. Y desde Aardman acertaron apostando por una narración que da la vuelta a lo que conocíamos, siendo fieles al espíritu de la historia. En Chicken Run: Amanecer de los Nuggets, todo está al revés: Ginger (la inconformista gallina libertaria que conocíamos) ahora priva de libertad a su hija por miedo a que sufra lo que ella tuvo que soportar, se ha convertido en el opresor (lo que juró destruir). Esto llevará a la pequeña Molly a fugarse y acabará en una granja de última generación: ahora ya no es una misión de fuga, es una misión de infiltración y rescate. La premisa es ingeniosa y todos los personajes de la original tienen su momento para brillar.
El punto fuerte de Chicken Run: Amanecer de los nuggets es que el humor funciona tan bien como en el clásico de Dreamworks y el tono absurdo se funde con el ingenio inglés en una comicidad muy efectiva. Además, aunque en esta versión se pierde el encanto costumbrista de Evasión en la granja (todo sucedía en una modesta granja inglesa), se mantiene el espíritu de la historia y parece que sí que quedaban cosas por contar, por ejemplo, el arco de personaje de Rocky parecía cerrarse, pero no lo conocíamos fuera del rol de galán mentiroso. Visualmente, el clay-motion ha quedado algo anticuado y, a pesar de que convence, no impresiona como lo hacen películas en stop-motion recientes (Pinocho de Guillermo del Toro, Isla de Perros de Wes Anderson…). Mantener el espíritu de la original implica parecer estar animada hace 20 años: al menos los nostálgicos lo valorarán.
Chicken Run: Amanecer de los nuggets sorprende porque no quiere ser demasiado ambiciosa y cumple con lo que los defensores de Evasión en la granja piden a esta saga. No es un filme que pueda enfurecer a nadie y resulta un divertimento eficaz, a pesar de no estar a la altura de su predecesora. Es cierto, sin embargo, que peca de poco original, predecible y de tomarse menos en serio que la primera (que contenía un mensaje ideológico bastante fuerte para una película familiar). Su escaso éxito en Netflix, junto a la crisis de la plastilina de Aardman (se les está agotando) parecen indicar que no vamos a ver una tercera entrega, pero por lo menos, nuestras gallinas favoritas no nos dejan con mal sabor de boca.