Si un tema ha definido la filmografía de Martin Scorsese es la hipocresía de los valores estadounidenses. El cineasta nunca ha escondido que el país de los libres y la tierra de los valientes se ha forjado a base de sangre, oro y fe. Su última película es testimonio de ello. Scorsese ya es octogenario, y su mirada ya no es la del combativo director de Taxi Driver (1976), pero no ha perdido ni un ápice de energía ni de pulso cinematográfico.
En Los asesinos de la luna, Scorsese narra el genocidio de una comunidad de nativos Osage por parte del hombre blanco proveniente del este. Si cuando su amigo Steven Spielberg estrenó su versión de West Side Story (2021), muchos nos preguntamos por qué no había dirigido un musical antes, la misma duda es aplicable a Scorsese y el wéstern. El director de Toro Salvaje (1980) utiliza el género norteamericano por antonomasia para retratar los valores fundacionales del pueblo estadounidense y dejarnos claro que no todos los criminales cortan el ajo con una cuchilla de afeitar.
Para esta película, que podría formar un díptico con Gangs of New York (2002) (su vecino del este), Scorsese se ha rodeado de sus colaboradores más fieles y ha sacado el máximo rendimiento de todos ellos: Thelma Schoonmaker (casi un apéndice del propio director) se encarga del montaje de forma magistral, acompasando momentos más sosegados con montajes muy picados marca de la casa; su amigo, y tristemente fallecido en 2023, Robbie Robertson a cargo de una delicadísima banda sonora; y sus dos actores fetiche, Robert De Niro y Leonardo Di Caprio, colaborando por primera vez en un filme de Scorsese. A pesar de las enormes interpretaciones de los dos titanes de Hollywood, la robaescenas de la película es una recién llegada al cine de Scorsese: Lily Gladstone, que entrega una interpretación más contenida, pero profundamente compleja.
Martin Scorsese va a hacer cine mientras el tiempo y la vida se lo permitan, de eso no hay duda, pero si Los asesinos de la luna tuviera que ser la última aportación del maestro, funcionaría como una despedida perfecta. Una despedida cerrada por un cameo en un incontestable epílogo que resume la carrera del cineasta con una elegancia pasmosa y solo al alcance de un genio como el neoyorquino.