Sed de mal
Eres entretenimiento. Eres tiempo en pantalla. Te miden en clicks. Y quieren más. Más acción, más sangre.
El 11 de septiembre de 2001 muchos mirábamos la televisión sin saber muy bien qué pensar, pero sin poder apartar la mirada. Las diferentes emisoras, conscientes de esto, no paraban de emitir en bucle aquellas imágenes en las que las Torres Gemelas eran derribadas tras estrellarse contra ellas sendos aviones comerciales con pocos minutos de diferencia. Supongo que en el momento no éramos capaces de procesar que en el interior de esos edificios había miles de personas, y seguíamos hipnotizados, o idiotizados, por el poder de fascinación de las terribles imágenes. No puedo decir lo mismo, al menos en mi caso, de la masacre en la redacción de Charlie Hebdo, donde recuerdo haber visto, sin saber lo que iba a ocurrir a continuación, aquel vídeo en el que uno de los asesinos remataba en el suelo a una de las víctimas. Un video que evité desde ese momento en adelante y que las televisiones también emitieron en numerosas ocasiones, aunque quizá con algo más de mesura, al menos en comparación con el anterior. La diferencia fundamental sin duda estriba en la explicitud de la violencia mostrada directamente contra los individuos, de modo que paradójicamente resulta menos violento un video en el que mueren tres mil personas que uno en el que la víctima es únicamente una.
El nuevo film de Damián Szifron gira en torno a la búsqueda de un asesino en masa, un francotirador que mata de forma indiscriminada a casi una treintena de personas durante una Nochevieja en Baltimore. No será la única actuación de este «misántropo» y una de ellas (estudiada atentamente a posteriori por el equipo investigador a través de las cámaras del centro comercial donde tiene lugar la masacre) me recordó precisamente a ese vídeo del atentado en la redacción de la revista satírica francesa y se me hace aún más evidente la diferencia que muchos no encuentran entre los juegos de rol, el cine o los videojuegos y la cruda realidad. Es innegable que existe un morbo alrededor de este tipo de actos de los que se puede ser cómplice, como lo son los canales de televisión, o intentar no tomar parte en ello, aunque implique luchar contra nuestro instinto, contra esa curiosidad tan humana y asesina de felinos. Una ficción como esta satisface ese morbo en el espectador sin necesidad de que nos sintamos culpables por sentir esa atracción, quizá natural, hacia ese abismo ignoto que es la mente del asesino y la naturaleza del crimen. Por supuesto, hay alternativas. La zona de interés o Les chambres rouges son dos ejemplos recientes y bastante notables en los que la trama gira en torno a crímenes horrendos de cuya contemplación, sin embargo, son privadas nuestras retinas. Son diferentes formas de acercarnos a algunas de las peores muestras de la maldad humana. Aunque Misántropo no se recrea en la exposición de esta violencia descarnada frente a inocentes (distintos son los ejemplos de aquellos «sospechosos» ejecutados por los protectores de la ley y el orden), está la (casi) única excepción de ese vídeo citado, que precisamente por proceder de una grabación parece más auténtico, más perteneciente a la realidad, pues en eso se han convertido nuestras vidas, en las que todo sucede en pantallas, y si no es así, quizá es que no haya existido.
La secuencia que abre el film no puede ser más impactante: música electrónica, fuegos artificiales encubriendo los impactos de bala y sugestivos planos que reciben la masacre mientras las futuras víctimas, bailan, patinan o miran el móvil distraídos. Tras causar veintinueve óbitos decide dejar de disparar, probablemente porque se quedó saciado, en palabras de la agente Eleanor Falco (estupenda interpretación de Shailene Woodley, que compone un personaje creíble, con un pasado traumático en el que no se profundiza pero que de alguna manera la hace vulnerable), que se aventura también a predecir que el asesino volverá a matar cuando vuelva a sentir esa necesidad, afirmaciones que la llevarán a trabajar codo con codo con el FBI en la búsqueda del asesino, con el que parece compartir cierta forma de ver las cosas. Misántropo llega diez años después del anterior trabajo de Szifron, Relatos salvajes, en el que también había conexiones con el terrorismo (impregnadas de cierto humor negro que aquí ni está ni se le espera): un piloto suicida, que se llevaba con él a todo su pasaje derecho al infierno; un ciudadano de a pie, aquel mítico Bombita que le brindó su nick de twitter a Ricardo Darín, desencantado con el sistema, y en parte con la gente, un personaje con distintas motivaciones que el individuo que da título al film en castellano (se pierde el guiño a Hitchcock del original To Catch a Killer, aunque no deja de ser una invención en consonancia con lo que vemos), pero con el que tiene en común más de lo que puede parecer inicialmente, ese hastío, ese hartazgo de tantas y tantas cosas que sobran (empezando por esos fuegos artificiales) en este mundo materialista y despiadado.
No es difícil encontrar ecos de ciertos trabajos de David Fincher, probablemente quien mejor ha retratado esta temática en el Hollywood actual. El guion (coescrito con Jonathan Wakeham) recorre prácticamente todos los lugares comunes del subgénero: persecución de falsos culpables, protagonistas apartados del caso (situación seguida por una tanda de whiskys acodados en la barra de un bar), encuentros a solas con el asesino (por supuesto en una cabaña solitaria en medio del bosque) donde este puede explicar sus razones y dar su pesimista, y probablemente acertada, vision del mundo (en la ficción, de nuevo, es más fácil sentir cierta empatía con él), pizzas y cafés en vaso de cartón en interminables jornadas de investigación, buscando formas de dar con el paradero de un criminal que sigue matando para saciar su apetito pero también añadiendo presión sobre las cabezas de los agentes a cargo del caso. Se ven desde lejos las costuras de este libreto ciertamente mejorable (no necesariamente defectuoso, pero sí demasiado sobado) que probablemente es el principal defecto del film, pero esto es compensado con una puesta en escena que consigue no perder al espectador, que precisamente por estar acostumbrado a ciertas convenciones podría desconectar de la historia y sin embargo no es el caso. Ideas visuales sencillas pero bien ejecutadas (toda la secuencia inicial está trufada de ejemplos; después, la alucinación de Falco en la azotea, la apertura del plano de la sala de autopsias, las variadas vistas subjetivas, planos de dron, la acentuación del foco en momentos puntuales, etc.) dispersas por todo el metraje y también algunas constantes temáticas que puntúan y delinean la trama más allá de los crímenes y la búsqueda del asesino: el continuo empleo de los teléfonos móviles (en ocasiones de forma útil, como cuando Falco decide grabar a todos los que abandonan el edificio en el que estaba el francotirador; en otras, mayoría, de forma absurda, como cuando el personaje interpretado por Jovan Adepo recibe un mensaje personal en un momento crítico distrayendo a todo el equipo), el sensacionalismo descarnado de los medios de comunicación y la dictadura del click, aprovechándose de ese morbo, esa atracción que sentimos por la maldad, el problema de la venta y la posesion de armas…
En su primera incursión en los Estados Unidos, Szifron construye un film sólido y tenso que debe mucho a la presencia de Shailene Woodley que eclipsa a un Ben Mendelsohn con un papel nada desdeñable, y que se nutre de nuestro interés malsano por el verdadero terror.