Negu hurbilak es una película rodada en euskera y dirigida por el colectivo Negu (Mikel Ibarguren, Ekain Albite, Nicolau Mallofré y Adrià Roca). El grupo de cineastas vasco-catalanes se atreve con este largometraje al borde entre el cine político y el melodrama rural que se va tambaleando entre silencios y paisajes. La trama parte de un premisa sencilla, ¿Qué pasa cuando a una militante de la banda terrorista ETA se le termina la lucha?
La película tiene su núcleo en una fecha clave para la política reciente del Estado español, el anuncio de disolución de ETA. En este contexto, la protagonista (Jone Laspiur) se ve obligada a detener su huida a Francia quedando varada en un pueblo desde el que puede contemplar la frontera pero en el que está obligada a permanecer indefinidamente. Una vez en estas circunstancias, tras un intento de huida fallido, la protagonista se verá obligada a compartir casa con un colaborador de la banda reacio a su estancia. La relación entre ambos es una nota de tensión constante a lo largo de la película y sirve para entender el pasado y motivaciones de cada uno de ellos.
Se nos plantea una película contemplativa, de planos largos, tomas fijas y brumas que avanzan a través de los montes. La película huye conscientemente de los clichés, asumiendo los riesgos necesarios y a veces errando, para trascender los tópicos del conflicto vasco y el cine militante tradicional. La lucha política no es el punto central de la película aunque está presente en todos los detalles del film y se nota que inunda cada plano.
Nunca se habla directamente de política ni de la actualidad del momento (finales del año 2011). Las referencias vienen desde una radio lejana que va mostrando a través de noticiarios las sucesivas novedades. Esta decisión consciente nos plantea un escenario muy interesante, en el que la relación de los personajes está basada en su relación con ETA pero nunca se habla directamente de ello (a excepción de un momento concreto que luego comentaré). Los silencios se significan por acumulación en cada escena.
Cada palabra parece un piedra que rompe la tranquilidad de un estanque. Ninguno de los personajes dice nada impactante o grandilocuente pero el mismo hecho de hablar pone en alerta al espectador en cada escena. Aprovecho para destacar la interpretación de Jone Laspiur, basada en el silencio perpetuo en un personaje a la merced de que alguien se haga cargo de ella. Además la combinación de actores profesionales con no-profesionales construye perfectamente esa relación entre propios y extraños. La tensión entre una desconocida y los habitantes del pueblo son el centro de la construcción emocional de la protagonista y construirlo a través de actores no profesionales es todo un acierto.
Mientras veía la película me surgía la duda de si estaba viendo o no una “película política”. Sobre todo por la aparente ausencia de discurso durante la hora y veinte de metraje. ¿Se puede hacer una película política sin discurso? Tal vez estemos en el mejor momento para plantearnos esa pregunta, en un mundo sin estructuras, son los gestos (y su brusquedad) lo que aportan sentido y significados a los discursos generalistas de la política. Intuyo que los directores estarán en contra de considerar este un film político pero creo que parte de la riqueza de esta película es plantear la pregunta. ¿Se puede hacer cine político en un momento en el que lo político significa tan poco? Tal vez por eso es importante que busquemos lo político no en el discurso, que siempre inducen a error y se instrumentalizan, sino en lo formal. Esta película está siempre en una humana zona gris y eso es ya un valor que nos provoca y nos hace pensar estemos en el lado del tablero político que estemos. La valentía, siempre que sea con gusto, tenemos que valorarla aunque haya a quién le cueste.
Personalmente, me hace pensar que la película es una reflexión en sí misma sobre el transcurso de la violencia, que no desaparece sino que se transforma. Pasando de la férrea estructura revolucionario de ETA al informalismo del carnaval pagano que vemos al final. No es una justificación ni nada cercano a ello sino una forma de entender las sombras de una sociedad que tiene que combibir con sus deseos y sus traumas profundos. Este tándem entre el deseo y el trauma es uno de los vehículos que conduce la película y que vemos en los dos personajes principales.
Me hace recordar a un apartado del artículo “El tercer cine” de Octavio Getino y Pino Solana en el que ponen a debate la idea de “cine perfecto”. Antes he mencionado que la película “erra” en ocasiones y quiero destacarlo. En el texto, Getino y Solana plantean la necesidad de obviar los modelos de representación hollywoodienses a la hora de hacer un “cine anti-imperialista”. Sobre todo porque la reproducción, de esos modelos de producción cinematográfica generan una frustración que paraliza a aquellos que no tienen recursos y les quita el derecho a tener voz. Por lo tanto plantean que la experimentación tiene que ser constante e imparable a la hora de rodar y diseñar cada plano. Cada vez que vaya a capturarse una imagen hay que interrogar la realidad. Negu Hurbilak encaja muy bien en este marco. Es consciente de su forma no convencional para utilizarla como parte de su discurso más allá de la anécdota.
Que Negu Hurbilak es uno de los acercamientos más interesantes al conflicto vasco es obvio, pero creo que como su protagonista, la película se queda en un incómodo punto gris. Entiendo las intenciones del colectivo Negu, y valoro el esfuerzo de hacer una película sutil que parece estar a punto de desaparecer constantemente. Es difícil ver en ficción tanto riesgo, tanto visualmente como en narrativa. Al llegar al final de la película se evidencia el conflicto entre la protagonista y el hombre que contra su voluntad la acoge. Se descubre que el hombre ha estado en la cárcel por estar relacionado con la banda terrorista y que eso le costó doce años apartado de sus seres queridos. En ese momento hay una conversación contenida entre los personajes que hace que la protagonista se enfrente al que puede ser su futuro, la soledad. Despojando de romanticismos el exilio y la militancia y dejando claro que tras la lucha terrorista solo quedan el dolor y el trauma. Esta escena da fe perfectamente de ese vacío y desarraigo, que queda entre un montón de sueños e ideas en ruinas.
Después de esto, vemos a la protagonista caminando por el monte que tanto ha contemplado y que tanto la separa de la frontera. En este paseo se encuentra con una figura fantástica que le devuelve la mirada y da paso a una secuencia documental que muestra la violenta celebración del carnaval en el norte de Navarra. Los cuerpos se entregan a la celebración a través del compromiso con la violencia. Esta secuencia sirve para hacer un contraste y hacer aún más evidente ese vacío que sucede durante toda la película. Este final entre la ensoñación y el reportaje funciona casi como una unidad ajena a la película. La intención es clara y funciona como reflexión final pero, personalmente, habría preferido que el final de la película hubiera sido más fiel al resto del metraje.
Negu hurbilak es una película muy interesante de ver. Una de esas en las que es más importante verla que entender todo lo que pasa. Espero que el colectivo Negu siga regalándonos trabajos tan al borde de la norma y libres para acercarse a temas tan complejos. Y sobre todo que sigan permitiéndose experimentar y errar siempre que sea necesario para que el cine pueda ser siempre generador de preguntas sin tener que depender de modelos de representación institucionales o discursos hegemónicos.