Si bien el indie que vimos en las primeras ediciones del Americana se vinculaba a dramas rurales y adolescentes apoyados por Sundance, a lo largo de una década ha ido quedando clara la identidad de un drama urbano, más o menos próximo a la comedia, centrado en las tribulaciones de personajes en la treintena. En otro nivel, también hemos visto la repetición de algunos nombres en una y otra obra (Elisabeth Moss, Alex Ross Perry o los hermanos Safdie, entre muchos otros). Invitado este año, Sean Price Williams está íntimamente vinculado al indie como director de fotografía de obras relevantes: Listen up, Philip (Alex Ross Perry, 2014), Heaven Knows What (Benny Safdie, Josh Safdie, 2014), Queen of Earth (Alex Ross Perry, 2015), Marjorie Prime (Michael Almereyda, 2017), Good Time (Benny Safdie, Josh Safdie, 2017), Her Smell (Alex Ross Perry, 2018), Tesla (Michael Almereyda, 2020), Sportin’ Life (Abel Ferrara, 2020), Zeros and Ones (Abel Ferrara, 2021), Funny Pages (Owen Kline, 2022) o What Doesn’t Float (Luca Balser, 2023) entre muchas otras.
Autor de una fotografía con capacidad de transmitir inmediatez, recuperando trazos documentales, Williams transmite en imágenes el frenesí o la ansiedad de la trama que precisan Ferrara o los Safdie, pero sabe captar como nadie la realidad de la calle, los peligros y las incertidumbres en un tono realista muy próximo al documental, como se da en sus trabajos para Ross Perry o en las dos cintas vistas este año, Funny Pages y What Doesn’t Float. Sin embargo, también demuestra capacidad camaleónica. Refiríó en una sesión su interés por absorber el estilo propio de otros directores de fotografía cuando toca temas o ambientes propios de algunos autores y lo hizo patente en la singular One Man Dies Million Times (Jessica Oreck, 2019). En este caso, la cinta reproduce el tono del cine soviético, en un espléndido blanco y negro, en una historia que sigue (aunque ambientada en la actualidad) la tragedia de los sitiados en Leningrado. La fotografía, que se permite acertados detalles en color (los reflejos del fuego o algunas manchas de sangre), acompaña la historia de los biólogos que preservaron el primer banco mundial de semillas y resistieron la tentación de abandonarlo (o comerlo) durante la hambruna. La película en sí resulta estremecedora al seguir, sin subrayados, la escalofriante odisea de la retaguardia, captando la incertidumbre, el dolor y la angustia de unos personajes resilientes.
En su salto a la dirección, Williams utiliza un lenguaje fresco y contemporáneo en cuanto a los personajes que aparecen y en cuanto a una edición llena de cortes súbitos y a una fotografía muy móvil, llena de grano y cromatismos sucios y visión documental, que contrasta con una historia un tanto fantástica. En The Sweet East (2023) Lillian (una extraordinaria Talia Ryder), una alumna de instituto en visita (desmadrada) cultural a Washington se ve envuelta en una amenaza terrorista (en un asalto al local de fast food en el que se encuentra) y huye por unos pasadizos subterráneos, uniéndose a un grupo contracultural, que parece flotar entre el anarquismo y el punk. A partir de allí, y en paralelo a cambios de nombre y personalidad, adaptándose a lo que los demás creen ver en ella, se verá inmersa en la preparación de una inespecificada acción reivindicativa, aunque el azar la llevará a darse de bruces con una concentración neonazi. En ésta, conoce a Lawrence, un sofisticado intelectual que la acoge en su casa. Lolita inesperada, Lillian no dudará en aprovechar a los recursos de su protector, que goza en la seducción sin dejarse llevar por ningún rapto sexual, y goza de lujos diversos. En su fuga posterior, actuará en una película que se supone activista de izquierdas aunque es, básicamente, una confusión absoluta, como un eslabón intermedia hacia otras aventuras entre posibles terroristas islámicas y cristianos ortodoxos… El guionista Nick Pinkerton y Sean Price Williams niegan que plantearan inicialmente una suerte de Alicia en el País de las Maravillas en versión demócrata estadounidense. Sin embargo, tanto la canción del espejo en los créditos iniciales como su fuga con una suerte de blanco conejo punk dan pie a tal planteamiento, que sigue en una deriva por los estados teóricamente más demócratas, Delaware, Maryland, Nueva York y Vermont y un retrato de las pesadillas de aquella sociedad. Tan interesante como divertida, The Sweet East se hace difícil de seguir por las innumerables referencias locales que requieren un conocimiento muy cercano de la política y la sociología estadounidense. Es por ello que la cinta tiene sus momentos más destacables en la relación personal entre Lillian y Lawrence, en esa tensión sexual no resuelta, que el director ironiza al escoger para el papel al antiguo actor porno Simon Rex, en una interpretación tan acertada como contrapuesta a la desaforada intervención del personaje que creó en Red Rocket (Sean Baker, 2021), o en las discusiones acerca de las conspiraciones. Posiblemente, The Sweet East funciona mejor cuando especula, cuando no se establece una discusión clara en términos políticos o intelectuales, que en los momentos en que los personajes, sean activistas de izquierdas o de derechas, argumentan sus ideas. La cinta se crece en esta sensación de incertidumbre respecto a la realidad misma, cuestionada por opiniones inconsistentes aunque reflejada por una fotografía que consigue que las conspiranoias tengan rango de verosimilitud, algo que también exploraba y conseguía con otras estrategias y otras técnicas Lo que esconde Silver Lake (Under the Silver Lake, David Robert Mitchell, 2018), otra zambullida en la locura sobre los mecanismos de poder de Estados Unidos.