Desde Fellini hasta Carla Simón
En El país de las maravillas (2014) Rohrwacher nos introduce en el estilo de vida de Gelsomina. Ella vive junto con sus padres y sus tres hermanas en una pequeña casa cochambrosa apartada de toda civilización, tan sólo en contacto con algunos de los vecinos del pueblo cercano. Esta peculiar existencia, sustentada gracias a la producción artesanal de miel, se ve en peligro por la llegada de la civilización; pues el destartalado garaje donde filtran y envasan la miel no cumple con las regulaciones sanitarias establecidas desde la ciudad. La modernización y el desarrollismo implican de este modo la desaparición de la identidad cultural y la desconexión con la tierra (tema central en la cineasta). Al identificar a estos personajes como un reducto del pueblo etrusco, la directora parece interpretar que la magia de esta cultura primigenia ya desapareció casi por completo ante la llegada de la civilización que representaba el Imperio Romano. El único reducto de esta identidad cultural ancestral se encuentra fuertemente vinculado a las clases populares cercanas a la marginalidad, pues esta forma de vida resulta incompatible con la sociedad contemporánea.
Alice Rohrwacher no oculta sus influencias bautizando a su protagonista como Gelsomina. Gelsomina es un préstamo de La Strada (1954, Federico Fellini), donde el personaje interpretado por Giulietta Masina es una joven ingenua, vendida por su madre a un artista callejero y obligada a vivir una vida nómada, excluida también del resto de la sociedad. A pesar de encontrarse en esta situación, Gelsomina transmite con su inocencia una mirada amable y dulce del mundo. Este enfoque, recurrente en el cine de Fellini (la misma actriz interpretaría a un personaje muy similar como protagonista de Las noches de Cabiria, 1957), parte de la tradición neorrealista italiana para dotarla de un lenguaje autoral propio. Una visión tragicómica de la realidad, desgarradora y esperanzadora a partes iguales, que mezcla el realismo más auténtico y descarnado con un onirismo y surrealismo tremendamente sugerentes.
Rohrwacher se ha revelado como heredera contemporánea de este estilo, sin dejar de ofrecer un toque personal único plenamente identificable en sus últimas producciones. Es cierto que en este segundo largometraje su obra todavía se siente en la búsqueda de un estilo propio (más comedida en el humor y la fantasía que sus posteriores trabajos y sin un lenguaje claramente definido). Pese a ello, su enfoque naturalista y observacional del mundo rural, así como la importancia de la perspectiva infantil puede identificarse como tremendamente influyente en la ola de cine neorrural que vive actualmente el cine español —Alcarràs (Carla Simón, 2022) o 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola, 2023), entre muchas otras—.
Seguramente los hallazgos más significativos de El país de las maravillas se encuentran en su tercio final, donde de nuevo bebe del cine de Fellini, pero esta vez de su período más desatado, con reminiscencias claras a Satiricón (1969). En esta última parte, la acción traslada el rodaje de un reality show al interior de unas cuevas en mitad de la montaña. El equipo televisivo busca encontrar el mejor producto alimentario tradicional de Italia y la miel que produce Gelsomina y su familia es seleccionada para competir por el suculento premio monetario que podría servir de solución a su situación burocrática. Durante la grabación del programa, los concursantes van disfrazados con esperpénticas vestimentas etruscas (uno de ellos, porta sobre su cabeza a modo de sombrero una especie de máscara de lobo) y la cueva es iluminada con colores extravagantes y chillones (como de discoteca grotesca). La puesta en escena genera así un ambiente surrealista, que mezcla patetismo con humor negro, abriendo de nuevo la puerta hacia una reflexión sobre la preservación de la cultura en la sociedad actual y la artificialidad de esta última. También resulta poderosamente onírica y sugerente, pero en un sentido más tradicional de belleza, la imagen recurrente a lo largo de la cinta de Gelsomina haciendo salir de su boca a varias abejas, recordando en este caso a los motivos visuales desarrollados por Buñuel.
Finalmente y más allá de la influencia de Fellini, es destacable la influencia e inquietud artística de Rohrwacher hacia la totalidad de la historia cultural italiana. Por citar un ejemplo, la presentación del padre en la primera escena evoca fuertemente a los claroscuros de Caravaggio. En definitiva, El país de las maravillas supone un importante paso en la forja del estilo de la directora, con algunos momentos más planos y faltos de imaginación que las obras que vendrían a continuación pero con destellos significativos de lo que se ha convertido en algunas de sus principales marcas autorales.