La trampa, de M. Night Shyamalan

La trampaEn el antológico concierto del Royal Albert Hall de El hombre que sabía demasiado (1934), Alfred Hitchcock —en su etapa británica sonora— presenta una secuencia dispuesta alrededor del rostro de Edna Best y su observación de una amenaza inminente. En ese momento, el maestro del suspense orquesta una composición de imágenes en relación al punto de vista de ella, poniendo en escena una serie de planos que buscan algún tipo de indicio del asesinato que está por ocurrir. A través de la tensión que crea mediante esa sucesión —sin diálogos; fruto de su trabajo previo en el cine mudo—, la película perpetúa un escenario que convierte cualquier movimiento en motivo de sospecha, concluyendo en un último grito que se solapa al sonido de la percusión de unos platillos y el disparo anunciado. Esta idea de corte existencial —donde un individuo se distingue de su entorno mediante su percepción del mismo— se traslada en la construcción lingüística de La trampa (M. Night Shyamalan, 2024), adoptando esos códigos de lectura —eminentemente cinematográficos— desde el punto de vista de quien no quiere ser descubierto.

Ese sujeto es Cooper —pletórico hasta el lagrimal, Josh Hartnett—, un padre que acompaña a su hija de nombre Riley (Ariel Donoghue) al concierto de una tal Lady Raven (Saleka). Incluso antes de ser verbalizado, el protagonista y el espectador empiezan a reconocer que algo no anda como debería en ese lugar, y es que resulta que el tipo es un psicópata y el evento ha sido una tapadera de la policía para atraparlo. Sin escapatoria, Cooper se las tendrá que ingeniar para no ser descubierto y salir de ahí con Riley, quien, evidentemente, desconoce su segunda identidad.

La trampa

Siguiendo la estela de Tiempo (2021) y Llaman a la puerta (2023), la apuesta formal del último y polarizado M. Night Shyamalan rezuma una mayor libertad desde una autoría cada vez más depurada. Más allá de su propia marca como escritor —indivisible de las expectativas que acompañaron el éxito de El sexto sentido (1999) y viceversa—, la mayor hazaña del cineasta recae, desde siempre, en su dominio magistral del lenguaje fílmico —heredero del primer autor mencionado y el neoclasicismo—. Paradójicamente, esa libertad viene dada desde el espacio de acción de sus últimas películas, mayormente, reducido en una sola localización donde los personajes están atrapados. Ahí, el director es capaz de subvertir las expectativas del género y volcar sus inquietudes, ligando el dilema que enfrentan desde una pulsión humana sumamente retorcida.

Subordinado a la forma, La trampa hace gala de su ingenio para aventurarse en un juego de ensayo y error realmente inventivo, que no puede evitar desprenderse de ciertas conveniencias necesarias para hacer avanzar la trama. Sin embargo, su exposición radica a propósito de esa sublimación emocional que dialoga mediante la relación sujeta a las imágenes, dando lugar a una serie de ideas expresivas inauditas en el panorama cinematográfico actual. Por ejemplo, en el uso de pronunciadas multiescalas que acentúan la posición de Cooper frente a su entorno, así como ciertas maneras de encuadrarlo que refuerzan lo sórdido de su identidad, situando la mitad de su rostro fuera del cuadro. De igual manera, esa forma de enfatizar su cara —llegando hasta los primerísimos primeros planos— es indicativo de ese interés, ya no tanto en el cómo salir de ahí, sino en la expresión interior que enfrenta ante esa circunstancia, permitiendo un despliegue de registros y matices en la interpretación de Harnett escalofriantes.

La trampa

En su último tercio, Shyamalan se encarga de rizar el rizo y hacer de su historia una todavía más alocada, corriendo el riesgo de desbalancear un ejercicio de puesta en escena medido y brillante. En ese aspecto, es donde reluce con más intensidad otra de sus facetas más estimables, enfatizando en la psique del protagonista y el por qué de su interés, justificando así el punto de vista de la acción por medio de un relato neurovisceral de padres e hijos —elemento recurrente en películas como El protegido (2000) o After Earth (2013)—, donde el dolor y el miedo descubren lo extraordinario.

Desde la apertura de la película con la camiseta que lleva Riley (con la cara de Lady Raven) hasta el rostro de Cooper donde concluye; La trampa habla de esa imagen sujeta a nosotros mismos, aquella que nos atrapa irremediablemente desde los demás. A través del extremo que propone, Shyamalan inunda un mar de luces y sombras en un thriller demencial, donde la existencia es un juego de supervivencia donde no ser descubierto es vital.

Tiempo, de M. Night Shyamalan

Top 2023 – 9. Llaman a la puerta, de M. Night Shyamalan

 

After Earth