El protagonista moderno
Las imágenes, como las palabras del diccionario, no tienen poder ni valor más que por su posición y por su relación… una imagen contemplada aparte no se transformará al contacto con otras imágenes, no tendrá ningún poder sobre ella y ella no lo tendrá ni acción ni reacción sobre las otras imágenes. Lo que ningún ojo humano es capaz de atrapar, tu cámara lo atrapa sin saber que es y lo fija con la escrupulosa indiferencia de una máquina… Nada en exceso, nada que falte. Retoque de lo real con lo real. Que cada imagen, cada sonido gravite no sólo en tu película y en tus modelos, también en ti, y conmover no con imágenes conmovedoras, sino con relaciones entre imágenes que las vuelvan a la vez vívidas y emocionantes.
Robert Bresson. Notas sobre el cinematógrafo, 1975
Después de un cuarto de siglo de la muerte de este cineasta francés (1999) y ocho lustros de su último film, El dinero (L’argent, 1983), sigue latente el deseo de señalar, al unísono con los aprendices y maestros de este arte, que el cine no sería hoy lo mismo sin Robert Bresson, no sólo por su coherencia entre su práctica artística y su teorética; su persistencia en eliminar las fronteras entre la imagen y la vida real; sino por su vívida y constante pretensión, a través de su arte, de alcanzar de la vida real el mayor efecto expresivo [1]. Por ello, revisitar la obra de Bresson implica reconocer la trascendencia y perspectiva visionaria de su filmografía, en un diálogo constante con la contemporaneidad. Debido a que su acercamiento a la realidad desde la ficción, pensada desde una mirada que se acerca más al documental que al drama tradicional, ha logrado atravesar décadas sin dejar de ser un reflejo palpable de los juegos crueles de la sociedad que terminan por confirmar su cinismo e imposible redención. Quizás porque tal como sucede en sus películas, a pesar de su visión congruente y clara a lo largo de su trayectoria, sus historias fueron concebidas desde un tiempo espontáneo en el que el orden y desenlace está más allá de lo consciente, revelando fundamentalmente verdades universales. Por ello, resulta casual y al mismo tiempo predestinado que su última película haya sido El dinero dando paso al mayor protagonista de nuestro milenio.
La adaptación libre de Bresson a la novela corta de Tolstoi El cupón falso, constructo diegético del guion El dinero, tiene diversas diferencias formales que siguen un mismo lineamiento moral y sociológico. La distinción más interesante es quizás cómo, de una parte, Tolstoi se adelanta a su tiempo al concebir personajes como Turcháninova que hoy podría categorizarse como una mujer feminista, pero Bresson, a su turno, lo hace al utilizar arquetipos de su época y proponer como personaje moderno al dinero. A través de planos detalles que acompañan el camino de los billetes a lo largo de la película, especialmente al principio, dándole vida y carácter al objeto más controversial, deseado y común de la modernidad, logrando jerarquizarlo por encima de lo humano, al ser el único protagonista que permanece ingobernable más allá de todo orden o destino, encarnándolo desde el prototipo de un dios.
Aquella aproximación surge apenas unas décadas antes de que el capitalismo voraz se convirtiera en la norma de las sociedades. Por lo que se desata en la pantalla como una gran imagen premonitoria del ahora que a lo largo de los años ha ido cobrando intensidad. En la que toma relevancia reconocer que no sólo importan los mensajes de las películas sino sobre todo su temporalidad, en lo que cabe aclarar que más que su pertinencia y repetición a las búsquedas de su tiempo se debe desarrollar desde la clarividencia y análisis de su época. Esta concepción del cine desde un sentido atemporal se une al estilo purista y naturalista de Bresson en el que se interesa por los personajes desde una distancia en la que más que tomar parte nos permite atender al peso del azar y la cultura en nuestras historias, para interpelar la autonomía y singularidad de nuestras contradicciones y fatalidades.
Así es como elige abordar el amor, la familia, las clases sociales, el abuso laboral y las falencias de la justicia no para denunciar su corrupción per se sino para mirar detenidamente aquello que conecta cada aspecto de nuestra vida, sin acusar al dinero de todos los males sino sobre todo para hacer evidente la paradoja de nuestro desarrollo económico en la que el riqueza se traza como una prioridad irrefutable por la que hay que hacerlo todo pero en la que en esa obsesión malsana se pierde todo lo valioso que alguna vez pensamos podíamos asegurar, mejorar u obtener con un mayor poder adquisitivo. Asimismo, a través de la impunidad de los personajes con mayor poder o estabilidad económica, aclara como el valor humano se funde con el económico, subrayando la vulnerabilidad en cada escenario social que implica ser pobre o incluso solo parecerlo.
Todo esto cobra mayor clarividencia en tanto, desde la novela de Tolstoi, toda la trama se desenvuelve por un billete falso, con el que sutilmente se desenmascara la idolatría puesta en el dinero que sin el acuerdo social que lo circunda su verdadero valor es nulo aunque paradójicamente tangible. Trayendo a nuestra cabeza, desde los primeros montajes de las escenas donde el dinero se intercambia, el universo sonoro de Money, de Pink Floyd, en el que se expresa lo maleable que es la percepción del dinero al mismo tiempo que su innegable protagonismo y necesidad para definirnos en sociedad, revelando como las monedas y las cajas registradoras hacen parte de la banda sonora de la modernidad, así como aquellos rostros impresos en papel son los coprotagonistas silenciosos de nuestra vida. Sin dejarnos un sabor amargo que crece progresivamente a medida que las aspiraciones intangibles como las espirituales, emocionales o filosóficas continúan perdiendo relevancia ante la deslumbrante capitalización de la realidad.
[1] “Si la historia del cine, o las historias —como prefiere Godard— pudieran escribirse en una suerte de Biblia, el nombre de Robert Bresson (Puy-de-Dôme, 1901- París, 1999) aparecería sin duda en el libro del Génesis. Bresson es algo así como el Adán del cine” (Dévora Vásquez)