La inmortalidad en imágenes
Tras su paso por Cannes, la nueva obra del guionista y director Paul Shcrader llega a las salas de cine españolas. La película, Oh, Canada, es la segunda adaptación que Schrader hace de un libro de Russel Banks tras Affliction, de 1997. En este caso adapta Forgone (2021), y el título de la película era el nombre que originalmente tenía pensado Banks para el libro antes de cambiarlo. También es la segunda colaboración de Schrader y el actor Richard Gere, con quien ya trabajó en American Gigoló (1980) y que ahora interpreta a Leonard Fife, un veterano director de documentales canadiense al que quieren entrevistar una nueva generación de cineastas. Ya sea por el bajo presupuesto de la peli o una decisión del propio Schrader de mantenerse práctico, el mismo personaje también está interpretado por Jacob Elordi, quien da vida a una versión más joven y aparentemente inocente, un contrapunto con el Leonard Fife decrépito, malhumorado y tiránico que vemos en Gere.
Oh, Canada es el viaje a los recuerdos de un famoso cineasta, una figura idealizada que, en sus últimos días, acepta hacer una última entrevista para un documental. Una idea sencilla que ya de antemano despierta en la imaginación las posibles estructuras que seguirá el desarrollo del filme, siendo una de las más obvias que va a consistir en flashbacks activados por medio de la entrevista, alternando entre escenas del presente y del pasado. Y, en parte, es una premonición acertada, sin embargo, lejos de ser un plácido recorrido por la carrera de Fife, por sus trabajos y su legado, este tiene otra intención: una confesión en lugar de un relato de la parte de su vida que ya se conoce, exponer a la persona y no al director. Oh, Canada resulta de este modo una historia inesperada sobre un personaje con el que es difícil empatizar, un argumento incómodo de una honestidad anticlimática que no aspira a redención alguna. Schrader reflexiona sobre el pasado de un artista y se centra en los acontecimientos de la vida que la leyenda no cubre, la parte oculta bajo la imagen pública del aclamado cineasta. Fife no cuenta su trayectoria profesional en Canadá, sino que se centra en su faceta más humana, vulnerable y llena de miedos cuyas decisiones huyen de las obligaciones sin importar las consecuencias. Una huida que constituye el viaje a Canadá, tanto físico como espiritual, en una búsqueda de libertad, de una vida sin responsabilidades que deje atrás el pasado y no volver jamás.
Mezclando entrevista y recuerdos, presente y pasado, los flashbacks que navegan la memoria de Fife se suceden sin un orden específico. Los relatos de Fife no siguen una estructura lineal y por momentos pueden ser algo confusos, entremezclando personas y recuerdos, que en pantalla se traduce en la duplicidad de algunos actores, como Uma Thurman, que interpreta a dos personajes distintos. Además, los flashbacks intercambian a Gere y Elordi, en ocasiones en una misma escena, añadiendo una capa más a la posible distorsión en la reconstrucción de acontecimientos que quedan ya muy alejados en el tiempo. El cambio de formato y la paleta de colores separan las diferentes facetas de la película. La entrevista, decadente y con la presencia constante de la muerte, se mantiene oscura y con un aspect ratio más estrecho que el resto del metraje. Los recuerdos de Fife, aquellos más cotidianos y fríos, se presentan en blanco y negro en contraste al viaje a Canadá, más luminoso y colorido con escenas que presentan, puntualmente, un carácter onírico.
Schrader, tras contraer COVID y ser hospitalizado tres veces, decidió hacer una película sobre mortalidad. El resultado de esa decisión es Oh, Canadá. En una escena, Fife cita a Susan Sontag y su libro de ensayos Sobre la fotografía (1977), explicando la propiedad vampírica de las imágenes. Durante la entrevista, Fife está constantemente enfocado por las cámaras, quedando la persona tras el documentalista canadiense enmarcado en los monitores, registrando para la posteridad declaraciones dolorosas y cuestionables. Las imágenes que deja no son agradables y con toda probabilidad generaran desprecio en el público, destruyendo el mito que se había formado en torno a su vida, pero le proporcionan una inmortalidad real a la persona que fue en lugar de a una ficción.