Banzo

Banzo, de Margarida Cardoso

Los protagonistas de Grand Tour (Miguel Gomes, 2024) atravesaban apresuradamente las zonas del sudeste asiático que fueron consideradas exóticas a finales del siglo XIX y que pudieran considerarse como tales hasta principios de este siglo, cuando cayeron las máscaras, no tanto por considerar la realidad de la sumisión, cuando no de la explotación, sino por asumirla como lícita desde el punto de vista de un turismo consumista. En Banzo, Margarida Cardoso nos lleva a otro punto del globo, a aquellas colonias africanas de Portugal que el propio Gomes revisitara (con una diferencia de seis o siete décadas) en Tabú (2012). Y, como Gomes hiciera, revisa el tabú portugués, el colonialismo.

Sin embargo, a diferencia de Gomes, poco hay de nostalgia hollywoodiana en la mirada de Cardoso (que, como Pirjo Honkasalo, que dirige Orenda, vista también en este DA, tiene experiencia documentalista). La historia del médico contratado para valorar el banzo, poco tiene de romántica. Los africanos, secuestrados de su hogar en tierra firme para trabajar en las plantaciones de cacao de Sao Tomé, enferman de añoranza, dejan de comer alimento y languidecen hasta la muerte sin que los médicos puedan hacer nada. El doctor Afonso entenderá, a su pesar, que no sólo no puede ayudar a los sirvientes, sino que su presencia no es sino una parte más de la gran mentira que pretende negar la situación de esclavismo a los que están sometidos los supuestos sirvientes contratados, ocultada por una cuidadosa escenografía de burocracia y recursos. La cámara de Cardoso utiliza la riqueza de decorados y vestuario para ir más allá del cine de qualité y va desvelando, a medida que Afonso se apercibe de ello, la falsedad construida por la burguesía y el establishment portugueses, con una explotación que va de la mano de la mayor de las hipocresías. En un tercio final, siendo Afonso prescindible por ser consciente de la simulación, es enviado junto al grueso de los enfermos a las montañas, un exilio sin retorno posible que la directora retrata con cuidado, remarcando la dolorosa resignación de los nativos. En un gesto final de dignidad, Cardoso hace que las historias de todos ellos se hagan imperecederas al ser fotografiadas por el mismo profesional que los amos contrataran para lucir sus fastos.