Resurrection

Cannes 2025. Volumen 1

Sirven los festivales de cine no sólo para distorsionar la dieta diaria y alterar el ritmo circadiano. De misión en Cannes para Miradas de Cine, y saltando de la Selección Oficial a Certain Regard o la Quinzaine des Réalisateurs, he podido también, por supuesto, descubrir películas, gozarlas e, incluso, establecer comparaciones interesantes entre ellas. Con la cabeza y las retinas aun anegadas de imágenes, vamos a comentar unas cuantas, de las obras más destacables, empezando por la obra más monumental de todas las vistas.

Resurrection (Bi Gan, 2025)

Añadida in extremis a la lista de proyecciones, tuvimos suerte de que el autor acabara el montaje a tiempo de presentar su obra, puesto que el cuarto largo del autor de Kaili Blues (2015) es una película de auténtica esencia cinematográfica. Resurrection arranca con un par de carteles (relativamente) informativos explicando que la abstinencia de sueño permite la vida eterna en tanto que hay gente, los fantasmer, que prefiere soñar múltiples vidas saltando a través del tiempo, aunque su vida sea más breve. Por otro lado, se nos dice, están los big others, que cazan fantasmers e investigan sus sueños. Introducción, en definitiva, a la cinta que sirve de pretexto, de macguffin, para un despliegue incesante de imágenes evocadoras y argumentos diversos, repasando no sólo la historia del cine sino tantas variantes de historias universales versionadas de uno u otro modo, y que nos serán representadas con variaciones estéticas, de formato, de color y, aparentemente, de sustrato, saltando de nitrato a película y posteriormente a digital.

El auténtico arranque de la película, sin embargo, tiene lugar, rodado con las pautas y el ritmo del cine mudo, en blanco y negro o en virados, en una sala de cine. Es allí dónde los espectadores no miran a su pantalla, sino que vuelven la mirada hacia la nuestra, a los espectadores, interpelándonos, y haciéndonos asumir, tal vez, el papel de fantasmer. Con el desalojo policial de la sala, la trama se desplaza hacia una big other en busca de un fantasmer y, aunque durante unos instantes Bi Gan juega con el espectador y con el propio material fílmico (permite introducir una mano o rasgar la preciosista imagen del antro de opio que estamos viendo), acaba dejándonos en una narración de fantasía, evocadora directamente de los Lumière y Mèlies y también del expresionismo alemán. Tan fascinante relato culmina con la captura de un fantasmer a quien se instala en su interior un rollo de película. A partir del versionado de El regador regado, el narrador irá siguiendo los sueños (las vidas) sucesivas del fantasmer, que serán tantas revisiones de periodos o estilos cinematográficos, de impresionante reproducción estética, que nos llevarán, en saltos aproximados de dos décadas cada uno, de un relato a otro.

Sucesivamente veremos un film noir, con colores virados y tendencia al blanco y negro, una historia de fantasmas que transcurre en un monasterio abandonado, un drama con estafadores y huérfana incluida y, finalmente, una fascinante historia de amor fou con fogonazos de color, rodada en base a los ya famosos y fascinantes planos secuencia de su autor. En todos ellos encontramos imágenes encuadradas en marcos (verticales, horizontales o circulares) que reproducen la sensación de ver una película dentro de la película y, simultáneamente, detalles que nos evocan tantos y tantas películas de antaño (desde el cine negro de los 30 y 40, con La Dama de Shanghai de Welles visualmente representada a la cabeza, a las películas orientales de fantasmas, a Indiana Jones incluso, al neorrealismo y, finalmente, a Jia Zhang-Ke o al propio Bi Gan).

El fantasmer llega a cada sueño, y los espectadores con él, convertidos en una nueva personalidad, sin saber claramente quién es o qué debe hacer. Del mismo modo, ninguna de las tres historias (la policiaca, el encuentro con el fantasma, los estafadores) tiene un final completamente cerrado, al igual que sucede en los sueños. De este modo la construcción de la historia, junto a la estética referida, refuerza el vínculo entre el fantasmer y el espectador, entre los sueños y las películas.

Hay en la película entera tal desarrollo visual, tal excelencia en la composición del plano, en el montaje, en el tratamiento estético que desbordan cualquier comentario breve. Reconocida con un Premio Especial del Jurado, la cinta recibió también críticas por ser demasiado presuntuosa y basarse en gran presupuesto. Pero sin desmerecer las grandes obras que también se pudieron ver desarrolladas con menor financiación, hay que reconocer que la ambición de Bi Gan y el soporte técnico que usa se acompañan de una maestría absoluta en la evocación visual, en lo narrativo y en la composición estética del plano, con efectos digitales o sin ellos.
El episodio final remite directamente a Kaili Blues y a Largo viaje hacia la noche (2018) las obras anteriores de su autor, a ese universo onírico en el que un hombre busca un mujer que es, en realidad, el sueño de una mujer, una imagen soñada de la misma. Al inicio del mismo, en un muelle en el que unas bandas están luchando con otras, el personaje principal encuentra a una joven con la que inicia un súbito amour fou, siguiendola por callejuelas, espacios abandonados, locales varios, en un prodigioso travelling en plano secuencia que culmina (tras un doble cambio de personaje al que sigue la cámara) en un número musical y un combate en segundo plano. Mientras, al fondo, vistos a través de una ventana, un grupo de personas miran una película en la calle, la cámara recupera al personaje principal que, junto con la chica, bajarán a los muelles para embarcarse en un último viaje, en el amanecer del año 2000. Aunque ambos personajes quedan fuera de plano, Bi Gan mantiene la cámara para que veamos despuntar el sol de un nuevo siglo. La historia permanece mientras sigamos soñando. El fantasmer ha desaparecido de encuadre, pero los espectadores seguimos viendo imágenes.

En un bello epílogo, Bi Gan (y la big other) lanzan al fantasmer a un sueño eterno (en animación digital), en el marco de una sala de cine a la que asisten los personajes de las historias antes relatadas y nosotros con ellos. Todo se irá diluyendo con el final de la cinta, que es el final de la propia película que vemos. Sigamos soñando, sigamos vivos.