El fuego del hogar
John Cassavettes confesó en una entrevista que sus películas debían apasionar o irritar, pero jamás dejar indiferente al espectador. El aplauso final o la salida precipitada de la sala, imposible un punto medio. No son muchos los cineastas capaces de escapar de esa indiferencia espectatorial generalizada. Apichatpong Weerasethakul es uno de ellos. Por eso no es raro que, por ejemplo, el celebérimo Boyero haya denostado: “la fascinación hacia el hermetismo rebuscado, la inencontrable poética, el patético lenguaje expresivo del ya consagrado Weerasethakul”. Desde luego, se puede no amar a Weerasethakul, es legítimo. Uno puede dejarse seducir por la sutilidad y la poesía de sus películas, por su calma, o, por el contrario, exasperarse con ellas, identificando su tranquilidad con el tedio, encontrando en su parsimonia el aburrimiento. Apichatpong Weerasethakul no es solo el director de moda (que, en el fondo, creo que es lo que más le molesta a Boyero; eso, sin olvidarse de los “exquisitos de la nada” y los “espíritus simples” que según él son los que le han impuesto), el penúltimo autor descubierto por la crítica, él es sobre todo un cineasta del futuro, un testigo de cómo el cine se renueva. Hay algo paradójico en la forma en la que su mirada, devolviéndonos a los orígenes, precisamente al cine como arte de la mirada, se dirige al porvenir. No hay que dejarse engañar por su aparente sencillez formal, por la calma y la suavidad de su enunciación, por su familiaridad: la obra de Weerasethakul es un trabajo de vanguardia. Un trayecto por una senda personalísima y nueva. Algo que evidencian películas como Tropical Malady (2004) o su más reciente Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010). Más allá del tópico “cine = realidad”, de la búsqueda de la representación de la vida tal y como ésta es, su cine, que no nos impone nada, propone una experiencia, una vivencia de ella. Así es como su cámara, en ese proceso que Jean-Luc Nancy ha denominado cine intensificado [1], se separa de la representación para dirigirse hacia la presencia (el auténtico mecanismo de representación). He leído recientemente ―en El diablo, quizás, uno de los blogs que más piensa las imágenes― una metáfora casi bressoniana en su precisión: “El fuego de Weerasethakul no es el de la caldera, es más bien el del hogar”. No creo que exista una definición más perfecta de la esencia del cineasta tailandés. En ella se (re)encuentran su tranquilidad y su falta de énfasis, su magia cotidiana. Quizás por ello, el cineasta admita: “Me fascina la simplicidad de las historias tradicionales y las leyendas” [2].
¿Qué mejor ejemplo de esa sencillez que Blissfully Yours (2002), una película a la que nos asomamos como a una ventana abierta? Hablar de “contemplación” se ha convertido en un lugar común al referirse a la obra del cineasta tailandés (y, en general, al cine oriental; a menudo sin motivo alguno). Bueno, en el fondo puede que en este caso haya algo de ello, sobre todo si el permitir que las cosas surjan (jamás forzadas) delante de la cámara, y, más aún, si el tomarse el tiempo necesario para verlas transcurrir naturalmente son cualidades que entendemos como contemplativas. Una de las mayores virtudes de Blissfully Yours, virtud que la convierte en un film tan hermoso, es su capacidad evocativa, su sensorialidad. A medida que la película avanza, con calma, poco a poco, vamos sintiéndonos cada vez más atrapados dentro de ella. Nos encontramos súbitamente, como Roong y Min, su amante birmano, en medio de la jungla, compartiendo casi sus sentimientos de felicidad y plenitud. Este sentido de veracidad provocó una pregunta unánime por parte de la crítica: ¿Se trata de una ficción estilizada a imagen y semejanza del documental o, al contrario, es simplemente un fagmento de realidad filmada? ¿Realmente importa? En el interior de un film como éste existe una síntesis tan infinitamente orgánica entre ficción y documental que resulta difícil anteponer el uno a la otra o viceversa. Y es que, en Blissfully Yours, utilizando la expresión clásica de Noël Burch, la forma es en sí un contenido y su contenido secreta a la vez una forma muy precisa. Esa fusión, forma-contenido, es la que impone su particular estilo (naturalismo, construcción fragmentada, ritmo pausado, interpretación desdramatizada…) a un film en el que todo es armonía. Incluso ese orgasmo “filmado como un paisaje” [3], según la feliz definición de Philippe Azoury.
Todas estas cosas, y algunas más, son las que uno puede descubrir si ama a Apichatpong Weerasethakul. Si no, el cine pasará por otros principios, transcurrirá por otros caminos. Dicho lo cual, lo único que me queda por escribir es que el cine pasa pero quedan las películas. El tiempo será el encargado de situar definitivamente la obra del director tailandés. Una obra que hoy, sin duda, es importante.
[1] Ver al respecto Nancy, J-L.: La evidencia del film. El cine de Abbas Kiarostami, Madrid, Erata Naturae, 2008, p. 82.
[2] Notas de Weerasethakul para su reciente clase magistral (12/11/2010) impartida en el MALBA de Buenos Aires con motivo del la Iª Edición del Festival Internacional de Cine “4 + 1”.
[3] En el audiocomentario a la película incluido en el pack de DVD Blissfully Yours + Mysterious Object at Noon, editado en Francia por MK2 en 2004.