Dar a luz, quitar en la sombra
Hay un sinfín de cosas para las cuales se nos prepara a lo largo de nuestras vidas: a ser competitivos en la jungla profesional, a ser buenas personas, a alzar nuestra voz sin masacrar la de los demás, a escribir y a sumar, a comer bien y a hacer ejercicio, a ser solidarios… Podríamos resumir nuestras vidas en una lista de quehaceres bienpensantes que, si consigues cumplir, la felicidad no te puede evitar. Sin embargo, no se nos prepara para ser padres, de lo cual solo sabemos que hay que repetir esa retahíla y procurar enseñar a nuestro hijo que sea competitivo en la jungla profesional, sea buena persona, alce su voz sin masacrar… Así, después de nueve meses de un embarazo tienes una criatura y toca improvisar, observar, conocer y tirar del prueba-error para llevar esa relación a buen puerto.
Sarah, la protagonista de À l’interieur, no parece muy convencida de su futuro rol como madre; al fin y al cabo, su pareja ha muerto en un accidente de tráfico del que ella ha sido la única superviviente y sigue adelante sin demasiadas ganas de nada, con la habitación de su futuro bebé sin preparar y respirando aire por costumbre, no por convencimiento. De esta manera, a través de la aparición de esa mujer de negro que la acecha en su propia casa, Sarah inicia su despertar maternal y lucha con todas sus fuerzas por mantenerse con vida. À l’interieur le permite a Sarah convertirse en una madre protectora antes de ver si quiera a su hijo; los cambios físicos a los que ya se ha visto evocada por su embarazo ahora le ocurren en su forma de enfrentarse a su nueva condición, pasando de tener pesadillas en las que vomita a su hijo y su leche a convertirse en un intento de asesina para proteger a su vástago… La naturaleza ha hecho su trabajo y sigue su curso en Sarah a través de la imagen de esa mujer de negro que es su antítesis.
Toda la película gira alrededor de la contraposición de esos dos personajes y de los dos conceptos lumínicos a los que cada uno se ve sometido sin desearlo. Mientras Sarah, embarazada, es quien puede crear vida, dar a luz —curioso es que el flash de su cámara sea parte de su equipo de supervivencia—, la Mujer de Negro se esconde en la oscuridad y genera apagones para moverse en su terreno como el fantasma que ¿realmente? es, y se ve forzada a quitar la vida en la sombra para convertirse en madre. Alexandre Bustillo y Julien Maury inducen a las dos mujeres a moverse por sus planos claroscuros gracias a un gran control de la fotografía, arte a través del cual logran momentos de auténtico pavor. La Mujer de Negro surgiendo de las sombras en la seguridad del hogar de Sarah —sin necesidad de aspavientos sonoros ni de cámaras nerviosas—, las imágenes capturadas por la cámara fotográfica y en la que apenas se percibe el semblante de la muerte, y ese mismo rostro —el de Béatrice Dalle— impertérrito iluminado exclusivamente por su cigarro son algunos de los logros de À l’interieur, que compensan ciertos excesos pasados de vueltas y que mantienen la película como un bis a bis animal entre dos madres.
No obstante, sus cuerpos, sus rostros, acaban por convertirse en deformaciones de lo que antes fueron; sus caretas sociales se han visto atropelladas ante un raudal de instintos primarios que les llevan a actuar por impulso, por necesidad básica. Lo mismo le ocurre a esa Francia que queda en off y que se ve ultrajada por los jóvenes de familias inmigrantes que se sublevan quemando coches, o a la actual España con las manifestaciones y acampadas en ciudades de todo el país: desenmascarados quedan los lugares comunes bienpensantes, y evidenciado el malestar de quien se ha visto engañado ante promesas no cumplidas. El último paso para defender a ultranza algo es quitarse la pátina de lo establecido socialmente como correcto, y À l’interieur explora esa situación en la invasión más drástica que puede existir: el robo a una madre de su propio hijo.