Big Bang Baff
Durante estos últimos dos años parece haberse extendido la opinión de que el cine asiático está dando sus últimos coletazos y que ya pocas son las sorpresas que nos puede deparar. También recuerdo que, a principios del nuevo milenio, las mismas voces se empeñaban en ensalzarlo y proponerlo como modelo cinematográfico a seguir. En realidad, Oriente siempre ha tenido la misma riqueza expresiva, tanto en el año 2000 como en 2009 y, eso lo hemos podido constatar cada temporada gracias a la fundamental labor aglutinadora ejercida desde el Barcelona Asia Film Festival, el BAFF, que este año cumple su undécima edición demostrando que la calidad de la programación no ha perdido ni un ápice en frescura, valentía y afán escudriñador de la realidad que nos rodea. Y todo ello a través de un puñado de films que mantienen el equilibrio entre los que han sido realizados por autores consagrados y aquellos dirigidos por jóvenes promesas dispuestas a que nos dejemos sorprender, obras procedentes de países asiáticos de fuerte tradición fílmica (como Japón o Hong Kong) y cinematografías emergentes que demuestran que todavía puede hacerse cine incontaminado por las grandes industrias, sólo contando con los medios esenciales y apelando al espíritu de autenticidad que todavía rezuma de los rincones más recónditos del planeta.
Este año el Baff ofrece una sugestiva nómina de películas distribuidas principalmente en su Sección Oficial a concurso y en Asia Selection, donde se agrupan la mayor parte de firmas de prestigio que ya han pasado por otros festivales internacionales y que han recibido a lo largo del año el reconocimiento de crítica y público.
Es el caso de la película de Hirokazu Kore-eda Still Walking (Aruitemo aruitemo, 2008), presentada en el pasado Festival de San Sebastián y que constituye sin duda uno de los instantes cinematográficos más hermosos de la temporada. Tiene este film ya justo desde el momento en el que se está viendo el sabor, el regusto a clásico, a obra imprescindible e imperecedera que de una forma u otra nos va a acompañar siempre, como ya lo hace para quien esto suscribe After Life (Wandâfuru raifu, 1998). Y es que, como aquella, Still Walking también es una película que estalla de vida a pesar de estar construida alrededor del dolor y la ausencia, de la pérdida y la tragedia que supone el fin de la existencia cuando todavía no se ha cumplido el ciclo natural que nos conduce hasta la vejez. El film se articula alrededor de la celebración del aniversario de la muerte de uno de los integrantes de la familia Yokohama (presidida ésta por el ente matriarcal que supone el fascinante —y (pre)dominante— personaje interpretado por la veterana Kirin Kiki) y de las tensiones que se establecen a partir de los conflictos generacionales, sentimentales o vitales que durante años han palpitado entre cada uno de sus miembros. El director introduce la cámara dentro un microcosmos tan cotidiano en su forma como tenso en su atmósfera y se sabe acoplar a la perfección a la pulsión de cada uno de los personajes orquestando un exquisito fresco coral en el que cada voz tiene su espacio capital en el desarrollo de una acción trazada con tiralíneas. Bella, delicada a la vez que mordiente, emocionante y sincera, Still Walking es la joya que nadie debe perderse de este festival.
Otra de las películas importantes que ofrece AS es el regreso a la dirección del maestro nipón Takeshi Kitano con Achilles and the Tortoise (Akiresu to kame, 2008), en la que, afortunadamente, vuelve a encauzarse en la senda del registro narrativo tras el desvarío en Glory to the Filmmaker! (2007). Achilles and the Tortoise nos devuelve el extracto del Kitano más esencial, ese director capaz de hacer origamis con cada secuencia narrativa, de ejercer el metalingüismo referencial a través de la sátira de su propia obra y de ofrecer toda una lección de humanismo poético. El director vuelve a centrarse en la figura del perdedor, esta vez a través de la historia de un hombre que recorre los diferentes estadios vitales con la determinación de consagrar su existencia a convertirse en un gran artista plástico. Por supuesto, nunca llega a conseguirlo, lo que le sirve a Kitano para reflexionar en torno al «arte como gran estafa», a la búsqueda de la propia identidad a través de cualquier manifestación creativa, al fracaso y al inútil esfuerzo del ser humano por erigirse como un ente independiente dentro de la gran masa anónima en la que se inserta. Demoledora y triste, Achilles and the Tortoise es la crónica de una frustración, de la impotencia por alcanzar nuestros sueños. Un Kitano, de nuevo, en plena forma.
Más nombres célebres, el del chino Jia Zhan-ke, que presenta 24 City (Er shi si cheng ji, 2008) una nueva incursión del cineasta a través de las sinuosas fronteras que separan el cine de la realidad y de su plasmación a través de diferentes vías expresivas que hibridan el documental con la recreación histórica y social a través de los soportes visuales que aportan las nuevas tecnologías. El director perfila un fresco histórico que repasa las últimas cinco décadas en las que la nación china ha sufrido procesos de transformación capitales; y lo hace tomando como referente el proceso de descomposición que sufrió un complejo militar (la fábrica de armamento 420 del distrito de Chengdu) a través de una serie de entrevistas a algunos miembros representativos de las sucesivas generaciones que surgieron dentro de ese enclave convertido en pieza simbólica por la cámara de Zhang-ke de la misma manera que ya hiciera en su anterior film, Naturaleza muerta (Sanxia haoren, 2006), con la Presa de las Tres Gargantas. Zhang-ke otorga un carácter metafórico a un determinado enclave físico a través de los rostros de las gentes que lo han transitado y establece con él un diálogo de aproximación a través de su memoria y de la herencia sepultada que las cenizas dejan tras de sí. Uno de los aspectos más interesantes de 24 City es el juego de espejos que se establecen entre los testimonios verídicos relatados por verdaderos trabajadores del complejo y aquellos que están puestos en boca de actores profesionales. De esta forma se crea una distorsión entre los enfoques y las experiencias reales y las emociones ficticias y manipuladas, entre el elemento dramatúrgico y el figurativo, algo sobre lo que, al fin y al cabo, siempre ha utilizado Jia Zhang-ke para construir la mayor parte de su obra fílmica y que suponen, al fin y al cabo, una redundancia que comienza a dar síntomas de agotamiento. En cualquier caso un film apasionante e imprescindible.
Aunque, si hablamos de agotamiento, quizás el mejor exponente sería Kim Ki-duk. El que fuera durante años uno de los directores más significativos y abanderado de la cinematografía coreana, parece sumergido en una espiral involutiva que le hace no levantar cabeza. Con Dream (Bi-mong, 2008) prosigue su tortuoso recorrido por los estados anímicos del alma humana, la alegoría y la abstracción, de forma que vuelve a desplegar toda su batería de obsesiones en torno a la aprehensión corpórea de lo intangible. Un joven (Jo Odagiri, el nuevo must oriental) comienza a tener extraños sueños después de que su novia lo abandonara meses atrás. Incapaz de aceptar la ruptura, sigue persiguiéndola a través de pesadillas que siempre terminan de manera abrupta y violenta. Al mismo tiempo, una joven vive físicamente esos mismos sueños, con la particularidad de que fue ella quien dejó a su correspondiente pareja y por lo tanto le horripila pensar que cuando está dormida, contra su voluntad, sigue buscándolo. Reconozcámoslo, no tiene ni pies de cabeza. Sin embargo, Dream no es peor película de lo que fuera Aliento (Soom, 2007), Time (Shi gan, 2006) o El arco (Hwal, 2005), sus últimas nefastas incursiones. Se ve con incredulidad y se sigue con la expectación de tener la certeza de que el ya de por sí disparatado planteamiento, que discurre en los límites de la contención durante un tramo del film, terminará desembocando en disparate en cualquier momento. Cosa que así ocurre, aunque, a esas alturas del partido, ya nada nos sorprenda demasiado. Kim Ki-duk ha tomado el peor vicio que un director pueda adquirir a la hora de definir un estilo propio: empaparse de falsa trascendencia y ungirse de una estética supuestamente intelectualizada para captar a cierta parte del público occidental que busca encontrar esnobismo en productos de supuesta alta consideración crítica.
Afortunadamente el caso e Kim Ki-duk no es trasladable a otros directores que trabajan en el ámbito oriental y que han adquirido cierta repercusión en el extranjero. Entre los más destacados del momento se encuentra por ejemplo el filipino Brillante Mendoza, cuya película Serbis (2008) se coló dentro de la pasada Sección Oficial del Festival de Cannes y que ahora tenemos la oportunidad de ver en el Baff, y sobre todo, Naomi Kawase, que presenta en primicia su nuevo film, Nanayo (Nanayomachi, 2008), ambientado esta vez en la selva tailandesa y que promete sumergirnos de nuevo en el particular y delicado universo sensitivo de la genial cineasta nipona. Otro nombre célebre es el de Ryosuke Hashiguchi, que comenzó a realizar cine a mediados de los noventa al lado de otros enfants terribles suburbiales gracias a los cuales floreció la hoy ya asentada industria independiente y que después de siete años de silencio tras Hush! (2001) regresa con All around us (Gururi no koto, 2008), la historia íntima de una pareja que corre en paralelo a la crónica de sucesos ocurrida en los últimos decenios en Japón, que se cuela en la narración a través del trabajo que consigue uno de los cónyuges: dibujar en los tribunales cada uno de estos casos criminales, topándose así con realidades terribles y entrando en contacto con lo peor y más degradado de la sociedad. Según la prestigiosa revista Midnight Eye, una de las mejores cintas del año.
Otra cinta japonesa que podremos disfrutar en el festival es la ganadora este año del Oscar a la mejor película extranjera, Departures (2008), la historia de un chelista que, cuando se queda sin empleo, regresa junto a su esposa a su pueblo natal donde conseguirá un trabajo como preparador de cadáveres antes de su incineración. También tenemos ganas de ver el nuevo trabajo de Yu Lik-wai, operador de cámara habitual en las películas de Jia Zhang-ke y autor de dos filmes tan interesantes como Love Will Tear Us Apart (Tin seung yan gaan, 1999) y All Tomorrow´s Parties (Mingri tianya, 2003). Plastic City se presenta como una sugestiva inmersión en los bajos fondos de la ciudad de Sao Paolo, en un barrio multiétnico que acoge la mayor comunidad inmigrante de japoneses en el mundo, siendo un polvorín de delincuencia, negocios turbios y sexo fácil y que cuenta con reparto mixto que encabeza de nuevo Joe Odagiri (que ha entendido a la perfección el concepto panasiático al alternar las cinematografías japonesas con la coreana, china y hongkonesa) y el siempre carismático Anthony Wong por la parte oriental y que se completa con un elenco de actores brasileños entre los que destaca la presencia de Milhem Cortaz (Carandiriu, Hector Babenco, 2003). Curiosamente la escritura de este film la comparte Yu Lik Wai con Liu Fendou, uno de los directores jóvenes consagrados por el Baff cuando en su edición de 2005 se alzó con un merecido Durian de Oro por su ópera prima Green Hat (Lu mao zi, 2004). Ahora vuelve a estar presente en la Sección Oficial con su segunda película, Ocen Flame (Yi ban hai shui, yi ban huo yan, 2008), una desgarradora y retorcida historia de amor loco a la manera de Lunas de hiel (Bitter Moon. Roman Polanski, 1992) en la que se reflexiona en torno al poder destructivo de los sentimientos. Llena de violencia interna, de venganzas y humillaciones, Ocean Flame supone un cambio de registro para Liu Fendou, que se interna dentro de un relato con tintes negros en el que predomina la tortura existencial teñida de un hiriente romanticismo que sirve para ahondar en las delicadas relaciones que se establecen alrededor de las tensiones sexuales derivadas de los roles de posesión y sumisión que se aceptan y pueden llevarse hasta las últimas consecuencias dentro de una pareja.
También estará presente una amplia representación coreana en esta edición del festival. Destaca Breathless (Ddongpari, 2009), ganadora en el pasado festival de Rotterdam de uno de los Tiger Awards y que supone la ópera prima de Yang Ik-June, quien también firma el guión y protagoniza este crudo y seco relato en torno a la relación de amor imposible que se establece entre un matón y una joven estudiante. Dentro del campo de la comedia se inserta Crush and Blush (Misseu Hongdangmu. Kyoung-mi Lee, 2008) cuya ficha artística puede atraer a los aficionados ya que su guión se encuentra firmado por el mismísimo Park Chan-wook. Sin embargo, que no se crean éstos que van a encontrar los elementos prototípicos característicos del célebre cineasta coreano, sino muchas dosis de comedia coreana, algo que es necesario advertir sobre todo para aquellos a los que, como a mí, se les sigue resistiendo este tipo de humor. Otro nombre primerizo es el de Mong-Hong Chung, que presenta Parking (Ting che, 2008), película de nacionalidad taiwanesa que reúne los nombres de los excelentes actores Chang Chen (Eros [idem. VV.AA., 2004], Three Times [Zui hao de shi guang. Hou Hsiao-hsien, 2005]) y Champman To (habitual en los films de Edmond Pang Ho-Cheung) que se internan en la noche de Taipei en un descenso a los infiernos que comenzará por un coche obstaculizando el paso y terminará dando paso a situaciones de lo más inesperadas. Un thriller urbano altamente recomendable.
Además de la Sección Oficial y el Asia Selection, el Baff concede un espacio de especial atención a las cinematografías emergentes del sudeste asiático, protagonistas en los últimos años por captar la atención de los festivales más importantes a nivel mundial. Tendremos la oportunidad única de adentrarnos en el cine proveniente de países como Filipinas (Adela, Blink, Twelve, Jay, Now Showing, Brutus) Malasia (Flower in my pocket, All My Failed Attempts, The Amber Sexalogy) e Indonesia (The RainbowTroops, Jermal, The Blue Generation), a través de un buen puñado de films que concentran dramas sociales, reflexiones políticas, documentales testimoniales y alegatos ecológicos. Además, se ofrecerá un espacio específico para la proyección de dos películas filipinas de culto con sabor retro-kistch dirigidas por Joey Gosiengfiao, Katorse (1980) y Temptation Island (1980), mientras en el CCCB se proyectarán trabajos en formato digital dentro de la sección Emergentes. Y, como guinda, el último trabajo del siempre controvertido y fascinante Sion Ono, Love Exposure (Ai no mukidashi, 2008), que bien podría ser la obra de culto de esta edición, un trabajo de cuatro horas sobre un joven que se ordena sacerdote y que se dedica a escondidas a hacer fotos de bragas de chicas que lo terminan catapultando a la fama. Humor bizarro, colorista y extremo que incluye homenajes al cine de artes marciales, al terror gore, a las películas de adolescentes y al mundo de la pornografía.