Nuevas representaciones para una nueva era
Como casi todas las mujeres la que aquí escribe se ha criado viendo películas infantiles en las que las jóvenes perdían sus raíces, sus lazos familiares, su honor, su razón o incluso su voz en pos de un hombre ideal. Más tarde disfrutó de series o libros en los que el ideal masculino y la maternidad realizaba a la mujer convirtiéndose en sus objetivos más próximos y factibles. Los referentes de mujeres cedidas a los trabajos de cuidados —cuidados a padres enfermos, cuidados a maridos enfermos, cuidados a hijos…— no se contaban con los dedos de la mano. La que aquí escribe tenía, como es fácil imaginar, una idea bastante aburrida de lo que significa ser mujer, un concepto cercano a la esclavitud cuyo atractivo se diluía a medida con el consumo de más productos culturales. Hace ya unos años que las mujeres han entrado como una tromba en el mundo de la dirección para enseñarnos que la vida de mujer no es tan “ideal” como había sido representada hasta ahora: en un mundo de series como Girls o directoras como Greta Gerwig, en un mundo de maternidades desastrosas como la de Better Things parece que deberíamos darnos con un canto en los dientes.
Hay un rasgo que engloba a las creadoras anteriores y que bien podría parecer una minucia cuando no lo es en absoluto: todas proceden de un entorno económico privilegiado que impregna la narración de sus idas y venidas por la vida, sus lazos familiares, sus alegrías y sus tristezas. En este mundo de privilegio aparece un día la actriz Frankie Shaw —hasta ahora conocida por papeles secundarios en programas televisivos como Ley y orden— y propone una serie basada en su propia vida. Una serie que resignifica el papel de la mujer joven, pobre, soltera y cargando con un niño de arriba para abajo. La serie en cuestión se llama SMILF (Frankie Shaw, 2017) siglas que hacen referencia al concepto objetificador y cosificador de “madre soltera que me follaría”. Si bien el título de la serie genera reparos antes de verla la capacidad que tiene Shaw para releerlo es prodigiosa: la realizadora lo ridiculiza y lo hace suyo consiguiendo que acabes elogiando la buena puntería en la elección del nombre. Movistar, en su promoción en España de la serie decide traducir las siglas con el resultado neutralizador de “Soltera, mamá, independiente, libre y fuerte” restándole fuerza al concepto original ideado por Shaw.
Los sutiles títulos de crédito de SMILF nos internan con buen atino en el mundo de Bridgette, mujer joven con niño, mujer que sufre de precariedad laboral, mujer soltera. Mientras suena la música inicial toda esta información llega a nosotros a través de fotografías secuenciales que documentan los viajes en transporte público de Bridgette y su hijo, Larry. Unos viajes que les llevan desde la periferia de Boston, en la que viven, a otras zonas de la ciudad donde se cuece la vida laboral y real. Acompañamos a Bridgette en sus viajes en autobús hasta que se oculta el sol, ella es la última pasajera y, finalmente, con expresión agotada, se baja en la última parada cargando con su hijo. La longitud de los créditos nos da una idea de la extensión del viaje de vuelta a casa.
Maternidades subversivas
Lo primero que nos llama la atención de Frankie Shaw y su alter ego en SMILF es un concepto de la maternidad mucho más amplio del que acostumbramos a ver en otras representaciones del cine hegemónico normalmente lideradas por hombres. Bridgette no es el estereotipo de madre abnegada, lo que no quiere decir que no cuide y quiera. La primera lección de rebeldía que nos da Shaw es: soy madre, aunque también quiero echar un polvo y masturbarme. Muchas veces, a lo largo de la serie, viene a nuestras mentes educadas en los cuidados las ganas de gritarle a Bridgette ¡Mala Madre! ¿Cómo puede ponerle una manta por encima a su hijo mientras duerme para que no lo vea su cita y así poder tener sexo con este en su casa de una habitación? Eso mismo piensa su ligue cuando huye despavorido ante la situación. Aunque radical, esta premisa nos mete de lleno en la piel de una mujer sola y pobre, una mujer que quiere cuidar a su hijo pero que tiene derecho a una vida propia, aunque tenga que ser compartida con un bebé en un estudio de 9 m². El espacio en la serie de Shaw es asfixiante, un espacio del que no podemos salir —Bridgette tiene ansiedades nocturnas, pero le da miedo dejar al pequeño Larry durmiendo sólo— un espacio en el que no tenemos intimidad —una vez es echada de su piso, Bridgette se muda al salón de su mejor amiga— y, finalmente, un espacio al que no podemos entrar —si no pagas te quedas fuera—.
Shaw pone en tela de juicio la relación de la maternidad con el sexo. La representación de la maternidad siempre nos ha desexualizado ¿Cómo vamos a ser madres y maternales si aún somos concebidas como entes sexuales? De golpe y porrazo la primera escena de la serie nos da en la cara con esta realidad. Durante unos segundos las espectadoras femeninas nos dividimos en dos: o bien queremos ser Bridgette, —una mujer joven que vemos por vez primera, que juega al baloncesto, que suda, que gana a los hombres— o bien queremos tener sexo con Bridgette. Frankie Shaw consigue crear un personaje no sólo atractivo para el público masculino sino también para el femenino. El desenlace de la escena nos hace rechazar rápidamente las dos opciones: uno de los otros jugadores de baloncesto intenta ligar con nuestra protagonista hasta que —¡Sorpresa!— su pequeño hijo la llama y la vuelve asexuada convirtiéndola, de nuevo, en su madre. Bridgette enuncia en numerosas ocasiones de la serie lo aburrido que le resulta tener un ocio exclusivo en torno a su hijo lo cual no impide que disfrute la crianza: Frankie Shaw es madre y quiere a su hijo, sin embargo, la realizadora nos da una lección muy valiosa, la maternidad no es única para todas ni siempre complaciente. Criar a un niño sola tiene luces y sombras, pero, como otra madre le dice a Bridgette en un parque infantil, no tengamos miedo de preguntar si necesitamos ayuda. La maternidad, defiende SMILF, es una cuestión de tribu.
En paralelo a la cuestión de las maternidades, Shaw plantea el tema de las paternidades. Si bien los secundarios masculinos de SMILF tienen una construcción y un arco mucho más vago que los femeninos, en Rafi —Miguel Gomes— podemos ver ciertas trazas del padre de manual. Rafi carga con una infancia difícil y problemas con el alcohol lo que influye en su relación con su hijo Larry. Rafi es un padre que se siente realizado únicamente yendo a dar las buenas noches a Larry pero que, a cambio, quiere influir en las decisiones más importantes de su vida —un buen ejemplo es el momento en que, sin permiso de su madre, bautiza a la criatura—. Shaw no pretende construir un personaje cruel encarnado en la figura del padre y, de hecho, en muchas ocasiones empatizamos con Rafi y le deseamos salir de sus propios demonios. Sin embargo, lo que sí hace Shaw es representar una realidad bastante frecuente: la del padre incapaz de superar sus problemas personales para colaborar en la crianza de su hijo.
Feminismos interseccionales
La completa y variante idea que Shaw nos da de la maternidad se ve influida por su estatus social. Bridgette y su hijo son pobres y esta situación nos permite vislumbrar una realidad muy distinta a la que estamos acostumbradas en otras series actuales del mismo estilo. Hollywood tiende a mostrarnos mujeres (como es el caso de Better Things) que, si bien padecen todas las complejidades de ser madres solteras, tienen dinero para afrontarlo. SMILF no es solamente una serie sobre la maternidad sino también sobre la clase social. ¿Cómo afrontar la representación de aquella maternidad que no puede pagar el alquiler? ¿Cómo representar a la mujer que no percibe un sueldo real pero que, aun así, tiene derecho a disfrutar de ocio, aunque tenga un coste? Frankie Shaw conceptualiza todas estas problemáticas sin victimizar a sus personajes: si Bridgette se plantea la prostitución como salida, Shaw la representa como una mujer empoderada y segura de sus decisiones. Bridgette no es una víctima. La prostitución, frente a su trabajo habitual de niñera en casas de ricos, nos llega a parecer un camino de rosas. Si Bridgette decide gastar su dinero en juguetes para su hijo aun no llegando a fin de mes, Shaw nos lo presenta como una resolución lógica y cabal, a la que nuestro personaje tiene derecho. Esta nueva representación de clase y desde la clase se acerca a una realidad normalizadora y no victimizadora donde las mujeres se construyen a sí mismas.
SMILF además de la clase social nos habla también de las mujeres. En plural, porque Shaw nos representa como múltiples y variadas. La riqueza de personajes femeninos nos hace sentirnos encarnadas en una pequeña parte de cada intérprete siendo estos secundarios los que dan vida y color a una serie en la que queremos quedarnos a vivir. Como posibles variantes de mujer vislumbramos a Eliza —Raven Goodwin— una mujer joven, negra, con problemas alimenticios y un sentido del humor paralizante. Eliza acoge a Bridgette y a su hijo en su casa cuando esta no puede pagar el alquiler, Eliza —aún con su carácter y con sorna— no se enfada cuando la grúa se lleva el coche de Bridgette y tienen que colarse en el depósito para sacarlo y se toma con humor cada vez que nuestra protagonista la caga una vez más. Además, Eliza consigue un dinero extra gracias al porno que realiza a través de una cámara web. Una vez más, Shaw desvictimiza los personajes más victimizados por el cine comercial. En las antípodas de Eliza está Nelson —Samara Weaving— la novia de la ex pareja de Bridgette, una mujer que encaja sin problemas en los cánones de belleza actuales. Nelson tiene un gran corazón, inteligencia y una idea de sororidad que impregna todo su personaje y que nos hace quererla desde el primer capítulo. Shaw, además, aprovecha la oportunidad que le brinda el personaje de Nelson para desestigmatizar los prejuicios ligados a la orientación de género y a los supuestos celos femeninos, poco después de conocerla y tras pasar un buen rato cotilleando su Facebook, sorprende al espectador que la cree envidiando la figura de Nelson para sacar un vibrador y masturbarse frente al ordenador. Shaw es capaz de desenterrar la comedia de los entornos más insospechados.
El mundo de SMILF es tierra de sororidad con sus altos y sus bajos La madre de Bridgette, Tutu —una más que fantástica Rosie O’Donnell— es probablemente el personaje secundario más interesante y complejo. Tutu es la incondicional ayuda de Bridgette: cuida a su hijo día tras día lo que no le impide, de cuando en cuando, caer en una profunda tristeza fruto de las cargas que ha llevado a la espalda toda la vida. Aunque en la mayoría de las ocasiones Tutu aparece representada entorno a trabajos de crianza y cuidados —bien haciéndose cargo del hijo de Bridgette, bien cuidando a Joe, su pareja enferma— a veces también vemos una Tutu metida en la cama y negándose a salir. Un personaje decepcionado con los hombres y la construcción de su masculinidad. Un personaje que entra, para echar un vistazo, en el mundo de los ricos donde todo el mundo es amable, un mundo blanco y de buen olor —representado en la serie por unos grandes almacenes al estilo de El Corte Ingles— inventándose una vida paralela en la que tiene dinero y pareja de éxito. Un personaje que sale y se readapta a su vida real, que llora tras descubrir el olvido a la que la ha condenado su amor de la juventud pero que ríe junto a su hija apenas unas escenas más tarde. La supuesta inestabilidad con la que sentencian la mayoría de las críticas al personaje de Tutu no es más que un rechazo a la construcción de un personaje que se acerca a la complejidad de los seres humanos reales.
La ética de la producción cinematográfica
Cuando la serie de Frankie Shaw no nos puede parecer más crítica, la realizadora va un paso más allá y politiza el último capítulo de la temporada. La cita inicial que se ha repetido al inicio de cada episodio pertenece, en este caso, a Woody Allen: “El corazón quiere lo que quiere, no hay ninguna lógica para este tipo de cosas”. Tras la frase, la moderna tipografía de SMILF se desvanece para dar paso a la letra clásica de las películas del realizador norteamericano. Empieza a sonar Rhapsody in Blue en lo que parece que se va a convertir en toda una oda a Allen cuando Shaw corta a una niña pequeña que llama por teléfono “¿Hola abuela? Mi padre me ha tocado la vagina” En un año en que Ronan Farrow, hijo de Allen, desmontó el sistema hollywoodiense gracias a sus investigaciones alrededor del caso Weinstein no nos cabe duda de que el famoso norteamericano, también incriminado por su hijo, está siendo víctima de la más astuta de las críticas.
Frankie Shaw y su serie no sólo superan con creces el test de Bechdel, sino que aprueban otros exámenes más amplios e interseccionales que tienen en cuenta lo que pasa delante y detrás de las cámaras. Para pasar el test de Waithe, ideado por Lena Waithe guionista de series como Master of None (2015) , la serie debe contar con al menos una mujer negra en una posición de poder y con una relación sana con su pareja. SMILF cuenta en su reparto con numerosas mujeres de orígenes variados entre los que destaca Eliza: una mujer negra, empoderada y que directamente no tiene pareja. Podríamos citar también el test de Uphold, creado por la guionista y actriz Rory Uphold, y que exige un 50% de mujeres en los puestos de decisión tras las cámaras. En numerosas entrevistas Shaw ha respondido contundentemente acerca del alcance de sus decisiones como creadora “lo único que está en mis manos es contratar a personas de color y a mujeres, tener mujeres cómo operadoras de cámara lo cambia todo en el set” las decisiones de Shaw atraviesan todas las ramas de su obra haciéndonos dar gracias por la existencia de nuevas creadoras que no sólo tienen en cuenta el producto final sino también el proceso de creación.
Tener mujeres en la dirección cinematográfica es una suerte. Tener una generación de jóvenes que cuentan sus vidas con todos sus matices. Representaciones de mujeres con grandes aspiraciones. Mujeres que acarrean a sus espaldas la carga —a veces demasiado pesada— de una familia con la que pasan días buenos y días malos, tan puros y reales como la realidad misma. Mujeres que no tienen miedo de plasmar todos estos matices en series de televisión y convertirse en el referente de miles de jóvenes. Mujeres que nos hacen pensar que ser mujer, es todo menos el cuento aburrido que nos habían contado.