Thriller noventero. Dos términos que, salvo honrosas excepciones, generalmente envejecen mal juntos, pero que siempre siguen teniendo su encanto, aunque sea de forma parcial. Es también el caso de Forever Mine (si solo vemos el tráiler pueden dar ganas locas de verla pero también de no tocarla ni con un palo, recomiendo sin duda la primera opción). La película comienza de una forma enigmática: observamos a Joseph Fiennes viajando en avión con el aspecto de un psicópata checheno, en parte por una cicatriz que le ocupa media cara, y a través de la magia de los flashbacks su mirada perdida por la ventanilla nos acerca a la misma persona, catorce años antes, con el rostro y las trazas de un tardoadolescente pajillero que trabaja en el chiringuito de un resort en Miami, y que discotecas, playa y Barry White mediante, tiene la fortuna (quizá mala) de enamorarse de la mujer equivocada (no tanto porque esté casada como por el hecho de que su marido sea un político mafioso encarnado por Ray Liotta). La película irá alternando el vuelo hacia su destino (en sentido puramente físico pero también epopéyico) con más flashbacks que nos terminarán desvelando el porqué de su temible aspecto y hacia dónde se dirige, hasta el momento en que el vuelo finaliza y se terminan los retornos al pasado para centrarnos en el regreso al futuro. Podríamos decir que el guion, una vez más del propio Schrader, es casi intachable, una historia que entrelaza amor imposible y venganza, quizá su Corazón salvaje, puestos a establecer comparaciones inoportunas, aunque la dirección alterna momentos brillantes (me gusta mucho el asesinato en la cabina de bronceado, con una planificación no muy diferente de la que se utilizaría en un slasher) con otros delirantes que rozan el ridículo (la fuga del furgón policial es tremenda, pero hay otros, que claramente tampoco terminan de funcionar: cuando catorce años después se reencuentran los amantes y ella no le reconoce, algo desconcertante y que creo no termina de estar bien resuelto, aunque quizá lo que pasa es que yo pienso que si me pasa a mí mandaría todo a tomar por saco o al menos me replantearía si merece la pena el operativo planteado para recuperar a alguien que hace tanto tiempo que no veo y que ni se acuerda de mí, lo que, naturalmente, implica que no se nos ha transmitido del todo bien la dimensión real del romance; o que ella acepte su beso sin saber todavía de quién se trata en un encuentro posterior) y desde luego el excesivo tono pastel de la historia de amor no beneficia en nada al citado paso del tiempo (el real, el que ha pasado desde los noventa hasta volver a verla a día de hoy). Y sin embargo es una película que te puede dejar repensando en ella fácilmente varios días, y que quizá es tan fácil de idealizar como un amor pasajero truncado en su mejor momento. Algo debe tener.