Juventud, sangre y deseo
El terror, en especial el slasher, continúa estando de moda. El año pasado pudimos disfrutar de grandes películas como Maligno (James Wan, 2021) o la trilogía de La calle del terror (Leigh Janiak, 2021). Este año es el turno de A24: la productora y distribuidora norteamericana estrena X, su primer slasher. Un proyecto que podría tener continuación porque, pese a haberse estrenado aún en pocos países, ya se ha confirmado una secuela en forma de precuela que se encuentra en fase de preproducción.
En X, Ti West —V/H/S (2012), Los huéspedes (The Innkeepers, 2011), La casa del diablo (House of the Devil, 2009)— relata la historia de un grupo de jóvenes cineastas que se proponen realizar una película pornográfica en una zona rural de Texas pero que no contaban con la presencia de unos ancianos que les pondrán las cosas difíciles. A partir de ese encuentro, se iniciará una lucha por sus vidas.
Si hay algo que nos gusta a los cinéfilos es que una película haga referencias a otras, algo que en este film es recurrente. El plano inicial de la casa y la atmósfera creada alrededor de la misma recuerda de forma directa a La matanza de Texas (Tobe Hopper, 1974) y la escena de la bañera es idéntica a la de Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000) que, a su vez, seguramente copiaba de Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997). Pero si hay algo que a servidor le gusta aún más, es cuando una película dialoga consigo misma. Y aquí ocurre de manera espléndida. West juega constantemente con las expectativas que tiene el público sobre el propio filme, e incluso introduce en el guion un guiño directo, autoconsciente, acerca de dichas expectativas y de la naturaleza voyerista de los espectadores cuando uno de los personajes pregunta, bromeando, quién pagaría por ver el rodaje de una película porno.
Los actores están seleccionados para encajar a la perfección con unos personajes que, en plena década de los setenta, se dedican al cine para adultos; las referencias a la época en la que se desarrolla el filme son directas: incluso fantasean, en un momento, con que el filme que están rodando pueda convertirse en un gran éxito, similar al que tuvo la mítica Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano, 1972) West usa el granulado para evocar esa sensación de film setentero y recrea a la perfección el rodaje de las escenas subidas de tono, aumentando el grano cuando vemos a través de la cámara del director, utilizando un encuadre en 4:3 y una iluminación cálida que lo pronuncia aún más si cabe.
A pesar de que el sexo está presente en gran medida —incluso en un momento la banda sonora utiliza gemidos para crear tensión en una escena— el gran tema principal del filme es el deseo. Sobre todo, el modo en que necesitamos ser deseados y amados, sobre la necesidad de afecto y de sentirnos vivos gracias a otros. Dos escenas concretas reflejan a la perfección estos sentimientos. Una triste y otra hermosa, pero en ambas se respiran ganas de vivir. Los protagonistas forman parte de todo este deseo. Tanto la intensidad con la que ansían alcanzar sus sueños y objetivos, como la utilización de la libertad sexual como modo de conseguirlos, van a contracorriente del conservadurismo que encarnan los adultos.
Después de un punto de inflexión en la trama —que aprovecha para reflexionar sobre la ética del sexo sin amor— comienzan a torcerse las cosas, y como todo buen slasher, ya sabemos todos lo que sigue a partir de ese momento. Una matanza cruel y despiadada que da pie a reflexionar sobre quiénes somos, qué queremos lograr en la vida y cómo puede todo, en un momento dado, torcerse tanto como lo hace al final de la película.