adj. Obvio, de fácil comprensión, evidente
Resultaría imposible explicar el éxito de Pixar ensalzando únicamente sus logros en el plano técnico. Es cierto que Toy Story (John Lasseter, 1995), el debut del estudio en el largometraje, es habitualmente presentado como el primer film de esta duración enteramente animado mediante métodos digitales. No obstante, un cambio de paradigma tan disruptivo en la historia de la animación no habría sido tan bien aceptado de no haber venido acompañado de un mundo único e imaginativo, unos personajes tremendamente carismáticos y un periplo de aventuras y descubrimiento novedoso en su acercamiento pero de alcance universal. Fueron estos mismos engranajes iniciales los que se sofisticaron y refinaron durante años para dar lugar a las obras más aclamadas del estudio —Monstruos S.A. (Pete Docter, 2001), WALL·E (Andrew Stanton, 2008) o Coco (Lee Unkrich, 2017), por citar algunos ejemplos—. Todas ellas proponían mitologías fascinantes de explorar que servían como marco narrativo para ilustrar temáticas radicalmente complejas con un lenguaje comprensible, cercano y emotivo (siguiendo una larga tradición netamente cinematográfica).
Tal pretende ser así mismo la ambición de Elemental (Peter Sohn, 2023), donde una ciudad habitada por cuatro tipos de elementos (agua, fuego, tierra y aire) sirve de trasfondo para una imposible historia de amor entre Candela y Nilo (una pareja de fuego y agua). Para conseguir estar juntos, deberán luchar contra su aparente naturaleza, ligada fuertemente a su tradición familiar. Una suerte de actualización de Romeo y Julieta ambientada sobre una alegórica versión alternativa de la siempre romántica ciudad de Nueva York.
Desde su presentación, y debido a su cercanía en términos de animación (por intentar plasmar personificaciones de carácter intangible), Elemental se ha visto comparada prematuramente con Del revés (Inside Out, Pete Docter, 2015). Por contra, el resultado final bebe mucho más de cintas más recientes de Pixar como Onward (Dan Scanlon, 2020), Luca (Enrico Casarosa, 2021) o especialmente Red (Domee Shi, 2022). Todas estas iteraciones, si bien disfrutables, se perciben con una ambición notablemente menor, en ocasiones excesivamente prosaicas y estereotipadas. Frente a la clásica diversidad de temas de anteriores trabajos del estudio, esta última época está siendo caracterizada por una repetición monótona del mismo tipo de conflicto (la reafirmación del deseo y la identidad individual frente a las expectativas y demandas de los progenitores). Dicha aproximación, más propia del coming of age que del cine de animación, parece alejarse del mundo de los niños que tan bien conseguía representar Pixar —los juguetes de Toy Story, las mascotas de Buscando a Nemo (Andrew Stanton y Lee Unkrich, 2003), los miedos infantiles de Monstruos S.A., …—, para apelar a un nuevo público adolescente, con un abordaje no tan brillante en este caso, incapaz de convencer por plano y reiterativo.
Esta misma problemática se encuentra también sobrevolando todo el metraje de Elemental. Pese a contar con una premisa en apariencia cautivadora, la ejecución resulta errática y predecible. Aquí las metáforas no responden a la necesidad de explicar conceptos abstractos elaborados (como la muerte de un familiar en Coco o la gestión de las emociones en Del revés) sino que devienen más bien en analogías directas que no aportan un significado añadido sino que parecen pensadas fundamentalmente para incorporar cierto efectismo visual. En la historia de Candela no hay apenas sensación de viaje, ni descubrimiento de hallazgos transformadores; transmitiendo una similar percepción al espectador, quien difícilmente se verá conmovido al final de la misma. La cinta parece consciente de manera temprana de esta limitación y navega sin rumbo por varios géneros (la comedia romántica, el drama intergeneracional, la comedia de aventuras, …) sin terminar de decidirse por ningún motor narrativo claro, ocasionando evidentes problemas de ritmo a lo largo de la proyección. Aun con estas consideraciones, la propuesta no naufraga gracias a un apartado técnico sobresaliente y a una sucesión de gags visuales que (aquí si) logran explotar las posibilidades de su particular universo.
La etapa actual de Pixar parece marcada por el zeitgeist impuesto por las plataformas: cantidad frente a calidad, producto frente a emoción, contenido frente a cine. Por su original apuesta, Elemental quería recordar a una cierta alma casi desaparecida en el estudio. El resultado entretiene pero no emociona, marcado por una sencillez en exceso quizás profetizada en su título. De momento, tendremos que seguir a la espera del regreso de la mejor Pixar.