Tropical Journey
El festival de Casa Asia nos deparó otra joya muy destacable. El debut de Thien An Pham causa sensación en los festivales, aunque agota a los espectadores. Aun cuando tal definición sea cierta, cabe decir que las tres horas de duración pueden degustarse con comodidad y el asiento puede resultar incomodo sólo si se espera agilidad de la trama. Debut equivalente al de An Elephant Sitting Still (Da xiang xidi erzuo, Bo Hu, 2018) en cuanto a lo que tiene de voluntarioso lucimiento, esta obra sería el reverso de la propuesta china. Frente a la tensión de aquella, Inside the Yellow Cocoon Shell plantea tranquilidad, frente a la trama frenética, tensa, de la película china, aquí tenemos calma (mucha calma) y en contra del ambiente urbano y desnortado aquí estamos en una tranquila zona rural. Sin embargo, ambas tienen en común una capacidad hipnótica para captar la atención mediante los planos secuencia que se encadenan, uno tras otro, en toda la película.
Esta arranca siguiendo a un personaje disfrazado que se desplaza, seguido en travelling lateral, ante una pista de fútbol sala, mientras se oye una conversación en off. El personaje desaparece hacia el fondo de una terraza de bar mientras la cámara se detiene ante el trio de jóvenes de quienes oíamos la conversación y que discuten sobre el regreso a la ruralidad y la espiritualidad. Uno de ellos, Thien (no creo casual que sea el mismo nombre del director), que resultará ser el protagonista de la cinta, argumenta que Dios no existe y que no se puede vivir en un mundo moderno bajo las coordenadas de viejas creencias. La aparición de una camarera ofreciendo cerveza, un súbito chaparrón y un estruendo en la calle, todos ellos casi simultáneos, interrumpen la acción y la cámara se desplaza de nuevo siguiendo a uno de los jóvenes al exterior, dónde contempla los restos de un accidente de circulación en el que han perecido dos motoristas y ha sobrevivido, milagrosamente, un niño. Un par de planos más tarde, un nuevo plano secuencia, éste con la cámara fija, muestra al joven que recibe un masaje. En esta ocasión la cámara está tras la mampara de la ducha con el protagonista y contempla la masajista preparando la camilla, el aceite y las sábanas. Él se tumba y ella procede a moverse sobre su cuerpo. El final feliz, sin embargo, se verá frustrado por un aviso de emergencia. El siguiente plano secuencia es otro travelling lateral, en dirección opuesta al inicial, en el que Thien avanza por un pasillo hospitalario mientras es captado por la cámara desde un espacio paralelo. Cuando encuentra a su sobrino, Dao, entenderemos que éste fue el milagroso superviviente y la fallecida era su cuñada, esposa de su hermano, Tam. Todo tipo de planos secuencia seguirán a los citados, algunos estáticos y otros en movimiento, con travelling de retroceso, de avance, en paralelo o movimientos alambicados por los espacios de una construcción o un espacio.
Más allá de la brillante construcción en la puesta en escena, Thien An Pham elabora una delicada historia y traza una evolución singular de su personaje principal. Urbanita solitario, desvinculado de sus raíces rurales y su familia, se verá obligado a acompañar al féretro y al sobrino a la aldea natal, dónde se celebrarán ceremonias durante cinco días en honor a la fallecida. A lo largo de la forzosa estancia, Thien (el personaje, quizás también el director) se verá forzado a compartir el tiempo con diversos integrantes de la pequeña comunidad, aprendiendo de ellos parte de la historia reciente (la lucha contra el VietCong), las técnicas de obtención de alimentos (el gallo cebo de gallos salvajes, la pesca de anguilas) o la implantación de las comunidades católicas que conviven con las tradiciones religiosas locales. Se relacionará con la familia de la cuñada y encontrará a su antigua novia, ahora convertida en una monja, a la que finalmente encomendará la educación del sobrino. Pham evita caer en el exotismo o en lo bucólico. Las imágenes presentan pobres casas de madera, viejas motocicletas y calles embarradas. Sin embargo, el trabajo de puesta en escena es altamente sugestivo y un tanto hipnótico, trabajando colores, sonidos y curiosos reencuadres. Por ejemplo, la visita de Thien al amortajador empieza con un movimiento de cámara tras su motocicleta hasta detenerse frente a la casa del anciano y permanece en el exterior hasta que éste invita al protagonista a entrar, momento en que se acerca suavemente, como con discreción, para entrar por la ventana y luego desplazarse silenciosamente sobre detalles de la casa mientras se cuenta historia de la guerra. Hay historias que flotan en el aire. Algunas pueden ser oídas y otras parecen intuirse entre gestos o entre frases sueltas. Es la vida que estuvo ahí y es difícil de recuperar. El Thien director consigue traer a pantalla algo de la espiritualidad que en la primera secuencia negaba el Thien protagonista. Y hay algo ahí, sin duda, de Apichatpong Weerasethakul.
A lo largo de todas estas secuencias, Thien pasará de ser un intruso (a su pesar) a ser el hijo pródigo de la comunidad en la que creció y de la que se había distanciado. A la vez, su situación de extrañamiento, su carácter de observador, se verán remarcados por la sensación producida por la movilidad de la cámara y la construcción de los planos secuencia. El habitante de la capital quedará sorprendido ante la calidad de vida del pueblo. Y, junto a él, el espectador se siente agradablemente acompañado por las imágenes y la historia que se le cuenta.
Queda, no obstante, un cabo suelto. El hermano de Thien, marido de la fallecida, desapareció tiempo atrás sin que nadie parezca saber el motivo ni dejar rastro. Y Thien se dedicará a buscarle en el tramo final de la película. Después de una tórrida secuencia en flashback con uno de los movimientos de cámara más sofisticados (coreografía de personajes incluida) en que recuerda uno de sus últimos encuentros con su novia, y tras una catártica sesión de karaoke, tomará la motocicleta para ir a un valle vecino en busca de su hermano. Una nueva serie de planos secuencia, algunos estáticos, le dejarán perdido, en tierra de nadie, en una situación incierta. Y es aquí dónde el director parece perder el control por un exceso de lucimiento, como le sucediera a Bi Gan cuando tratara de superar su magistral Kaili Blues (Lu bian ye can, 2015) en Largo viaje hacia la noche (Diqiu zuihou de yewan, 2018) en la que un exceso de ombliguismo autoral le hizo extraviarse como director más que su propio personaje. Sin embargo, otro meritorio plano secuencia en medio de la naturaleza le llevará, sin solución de continuidad aparente, del sueño a la realidad. Thien se sumerge en las aguas de un arroyo a meditar. Al igual que quisiera hacer todo espectador deslumbrado por el tono y las imágenes de este asombroso debut.