El terror de Friedkin
Aunque El exorcista (The Exorcist, 1973) se lleva la fama, la cinta por la que destacara inicialmente Friedkin fue Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971). El mérito de ésta radicaba, en buena parte, en el nivel de tensión acumulado en diversas secuencias (la persecución automovilística bajo los puentes del metro elevado) y, por otro lado, por su capacidad de recrear en pantalla la calle, el ambiente, de cierto Nueva York, la suciedad, física y moral, las paredes de edificios, los interiores de algún garito y los personajes de diversa catadura, de polis a putas, de mafiosos ostentosos a chulos. Esta habilidad es desarrollada ampliamente en Carga maldita, hasta el punto de dar a esta película una singularidad notable y representar una de las cumbres de la filmografía de Friedkin.
Arranca la cinta enérgicamente, aunque sin premuras, mostrando los antecedentes que llevan a los cuatro protagonistas al rincón perdido en la selva al que van a parar. Son cuatro cortometrajes que describen perfectamente a los personajes. El primero, un asesino a sueldo sin escrúpulo alguno. El segundo, un terrorista árabe que debe huir de Israel tras un atentado. El tercero, un banquero parisino acorralado por fraude. El último, Scanlon, un ladrón de poca monta, que padece un accidente tras un robo a la Mafia y que debe poner pies en polvorosa. Todos ellos recalarán, a su pesar, en el culo del mundo, tal y como lo presenta el director. Porvenir (un nombre harto irónico) es un poblado de chabolas prácticamente hundido en el barro, dónde la miseria es extensiva a humanos y animales, la suciedad conforma la flora local y las paredes encarteladas loan al dictador local [i]. Un puñado de desgraciados que sobreviven entre el alcohol de la cantina y un trabajo precario en la explotación petrolífera que está desarrollándose constituyen la fauna. El infierno al que los cuatro han sido destinados. La descripción que Friedkin hace del lugar (en realidad, una población de República Dominicana) es tan realista que da la sensación que los actores necesitaran horas de baño para quitarse de encima la mugre presente en los catres, en la barra del bar, en la comisaría o en cualquier (infecto) rincón y es, sin ninguna duda, uno de los puntos más destacables de la película.
Esta fisicidad, el esfuerzo bañado en sangre, sudor y lágrimas, se vivía ya en Contra el imperio de la droga pero es superada con creces en Carga maldita. Si las secuencias en el campo petrolífero con el montaje de las canalizaciones parecen casi documentales (como también lo son los prólogos rodados en Jerusalén o Estados Unidos), la siguiente mitad de la cinta, no por ser la más vinculada a la ficción argumentada, deja de ser realista. Es aquí dónde los cuatro personajes se embarcan, esperando una recompensa que les permite escapar del infierno en que se han visto condenados, en una operación suicida: el transporte de cargas de nitroglicerina altamente volátiles por las carreteras de la selva. Carga maldita eleva entonces, aún más, el nivel de sus imágenes al mantener el realismo (las escenas se rodaron en espacios selváticos reales) a la par que concentra la tensión en los difíciles desplazamientos de los grandes camiones (denominados Sorcerer y Lázaro) por unos caminos llenos de barro, baches y obstáculos diversos. Una lluvia torrencial y un río crecido (creados artificialmente ante una benigna evolución del clima) sitúan el paso de los camiones por un puente colgante como la set-piece más destacable de la película. Aunque el puente estaba fabricado con mecanismos destinados a sacudirlo y el río tenía poca profundidad, el rodaje se alargó debido a percances diversos, incluso caídas de los vehículos y sus pilotos a las aguas arremolinadas. La secuencia, con un rodaje y edición admirables, mantiene la tensión en todo momento y resulta una de las cumbres del cine de Friedkin.
Mención especial merece Roy Scheider. Segunda opción (o tal vez cuarta o quinta, según las fuentes) tras la negativa de Steve McQueen, el coprotagonista de Contra el imperio de la droga da lo mejor de sí y es el sostén de la película. Scanlon manifiesta, en la cansada mirada de Scheider, en sus gestos, en la tensión de sus movimientos, la precaria existencia de un animal acorralado. Parece ser que el rodaje estuvo lleno de tensiones y enfrentamientos entre Friedkin y Scheider, algo atribuible entre otros motivos a unos egos crecidos tras los éxitos respectivos de El exorcista y Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) pero, así y todo, Scheider, ese actor tan injustamente infravalorado [ii], mide muy bien su rostro de tristeza y sus expresiones de furia, encarnando en este Scanlon/Domínguez toda la furia y la futilidad humanas enfrentadas a un destino del que no se puede escapar.
Tras un rodaje accidentado (la sequía forzó a cambiar en dos ocasiones el punto y país de rodaje de la secuencia del puente con la necesidad de desmontarlo y remontarlo en otro punto, parte del equipo fue enviado a casa ante la amenaza de detención por posesión de drogas, enfrentamientos entre director, técnicos y productora), la película aun tuvo más percances por la dificultad para el público americano de asimilar los cuatro prólogos o la presencia de diálogos en diferentes idiomas tanto en éstos como en algunas escenas en Porvenir, lo que la llevó a un estreno amputado y breve. Considerando los ecos que hoy en día aun tiene El exorcista, merece la pena reivindicar esta obra de Friedkin que merece un reconocimiento equiparable o superior.
[i] Ironia tal vez. La cinta se rodó en República Dominicana por intereses de uno de los productores, cuando todavía existía la dictadura de Joaquín Balaguer.
[ii] No olvidemos tampoco El eslabón del Niágara (Last Embrace, Jonathan Demme, 1979) o Empieza el espectáculo (All that Jazz, Bob Fosse, 1979)