¿Venganza o ética profesional?
I am the son
and the heir
of a shyness that is criminally vulgar
I am the son and heir
of nothing in particular
How Soon is Now? The Smiths.
Resulta incontestable que la puesta en escena de David Fincher (Denver, 1962) ha alcanzado un grado de madurez estilística en el que la precisión quirúrgica con la que despliega el relato ante nuestras retinas se ha impuesto sobre las piruetas formales que caracterizaban sus primeros trabajos. De esta manera, el director de El curioso caso de Benjamin Buttom (The Curious Case of Benjamin Button, 2008) ha logrado sintetizar su otrora barroca escritura audiovisual para extraer su quintaesencia con el fin de satisfacer las demandas sintácticas que reclama la historia que está contando, creando así una falsa sensación de neutralidad estilística bajo la que subyace una técnica pluscuamperfecta destinada a potenciar las virtudes de la narración cinematográfica. Sin duda, Zodiac (2007) supone el hito que marcó un antes y un después en la morfología audiovisual del cine de Fincher. Fue a partir de esta obra maestra en la que reformulaba la claridad expositiva del neoclasicismo del Nuevo Hollywood cuando el cineasta comenzó a desprenderse de los arabescos posmodernos que jalonaban las hiperbólicas propuestas narrativas de, por ejemplo, El club de la lucha (Fight Club, 1999) y La habitación del pánico (Panic Room, 2002) para someter su gramática audiovisual a un vaciado formal que se manifiesta en una progresiva depuración de su sintaxis fílmica que le ha convertido en uno de los cineastas contemporáneos más rigurosos en lo que se refiere a adaptar su mirada a las necesidades del relato que se está plasmando en imágenes.
El asesino, segundo largometraje realizado por Fincher bajo el paraguas de Netflix tras la excelente Mank (2020) supone el reencuentro del cineasta con el guionista Andrew Kevin Walker, responsable de la seminal Seven (1995), que toma como base el primer arco del cómic homónimo del guionista Matz y el dibujante Luc Jacamon para purgar los elementos más superfluos de la historia y quedarse con el esqueleto narrativo de la novela gráfica. El gélido asesino a sueldo interpretado por Michael Fassbender es un hombre sin atributos del que no sabemos apenas nada; uno de los requisitos de su trabajo como sicario de elite es pasar desapercibido y esperar. Tiene un aspecto anodino (la voz en off nos informa de que su camuflaje está inspirado en un turista alemán que vio en Londres porque nadie quiere interactuar con un turista alemán) y en ningún momento conocemos su nombre (sus múltiples identidades, ninguna de ellas real, se nos presentan a través de los distintos nombres que aparecen en sus numerosas tarjetas de crédito y pasaportes falsos). En el extraordinario capítulo parisino que abre la película, estructurada de forma lineal en un total de seis y un epílogo situados en diversas ciudades, se nos muestra el tedioso proceso de vigilancia en el que el asesino debe esperar hasta que aparezca su objetivo en un edificio vacío que hay frente a la casa de la potencial víctima. Fincher dedica sus buenos quince minutos a mostrar cómo el criminal encarnado por Fassbender mira por la ventana, dormita encima de una mesa, come una hamburguesa, controla su frecuencia cardíaca, se estira, escucha Well I Wonder de The Smiths mientras hace yoga, se lava los dientes y observa a los vecinos a través de la mirilla telescópica de su rifle de precisión para matar el tiempo en un claro referente a La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954). La escrupulosa puesta en escena de estas aburridas rutinas nos proporciona información importante sobre lo meticuloso y paciente que es este tipo, retratado como un monje asceta dispuesto a esperar eternamente hasta alcanzar una revelación. Asimismo, la planificación de Fincher enmarcada por la arquitectura rectilínea de la desolada habitación en la que el asesino pasa sus días en alerta constante incide en la sensación de aislamiento de un personaje encerrado en sí mismo. Durante todo este tiempo las imágenes son acompañadas por la constante voz en off del protagonista reflexionando acerca de los problemas que pueden surgir y las precauciones que hay que tener para ser un buen profesional del crimen. No podemos dejar de señalar que el discurso articulado por la voz en off es más un constructo elaborado por un personaje complejo y contradictorio para anestesiar las consecuencias de sus acciones despersonalizando el acto criminal que un manual de instrucciones para convertirse en un ejemplar asesino a sueldo. El personaje es retratado desde el primer plano como un ser hermético y solitario, un frío profesional de la muerte que escucha How Soon is Now?, genial himno misántropo de The Smiths, a modo de mantra para bajar sus pulsaciones y entrar así en un estado de trance ideal para ejecutar su misión con una exactitud milimétrica. En este sentido, no podemos dejar de hacer hincapié en la soberbia utilización diegética que Fincher hace de este tema compuesto por Johnny Marr y Morrissey, convirtiéndolo en un elemento indispensable para generar una gran tensión narrativa cuando finalmente el objetivo de este primer asesinato entra en escena. Fincher concibe una magistral secuencia en la que la percepción auditiva del asesino se combina con su visión subjetiva potenciada por un plano en movimiento enmarcado desde la óptica del punto de mira de su rifle acechando a su próxima víctima. Esta planificación trémula coincide con los momentos en los que el volumen de la canción se eleva apoderándose de todo el espectro sonoro y se va alternando con primerísimos planos de su rostro punteados de manera violenta por un cambio abrupto en la percepción de la música que repentinamente se convierte en un sonido opaco y apenas audible a través de los auriculares que coincide con la aparición de la voz en off que se esfuerza por transmitir calma mientras espera el momento adecuado para realizar el disparo. El espectador es desprovisto así de la empatía que proporciona la narración subjetiva para adquirir consciencia de su condición de fascinado y aterrorizado testigo externo de la cruenta labor desempeñada por este experto en provocar la muerte de otros. De esta forma, la sonoridad subjetiva y la aparentemente objetiva se combinan generando un recurso puramente cinematográfico para advertirnos sobre la inminencia de un momento fundamental en el posterior devenir de la trama creando una secuencia de suspense que culminará con un inevitable punto y aparte que plantea una ruptura en esta primera parte del relato para reconducirlo hacia otros territorios que servirán a Fincher para explorar el lado más humano de un personaje poliédrico y experimentar diferentes modos de representar la violencia en pantalla.
En mi opinión, no resulta demasiado fortuito identificar a este asesino impasible y minucioso como una suerte de alter-ego del showrunner de Mindhunter (2017-2019). Se trata de un profesional virtuoso y perfeccionista considerado como uno de los mejores en su oficio que utiliza sus habilidades expertas para ejecutar sus encargos adaptando sus métodos con la finalidad de realizar su labor con impecable excelencia. El asesino es, por tanto, un trabajo más personal de lo que pudiera parecer en un primer momento, pues conecta directamente con la personalidad del propio Fincher y su forma de entender la ética profesional. Asimismo, no es de extrañar que el minucioso retrato del camino hacia la venganza que experimenta este estoico samurái al que presta su pétreo rostro un excepcional Michael Fassbender, cuyo aspecto remite inevitablemente al de Alain Delon en El silencio de un hombre (Le Samourai, Jean Pierre Melville, 1967), tras convertirse en ronin a consecuencia de cometer un fatal error en uno de sus letales encargos se revela como uno de los trabajos más misteriosamente estilizados y precisos de un autor que parece estar en un estado de gracia permanente.