El soldadito (Le petit soldat, 1963)

El tiempo de la reflexión

“Preferiría no hacerlo”
Bartleby, el escribiente, de Herman Melville

El soldaditoPara mí, el tiempo de la acción ha terminado. He envejecido. Comienza el tiempo de la reflexión». Así comienza El soldadito, con la voz en off del protagonista, una narración complementaria a las imágenes presente a lo largo de toda la película. Aunque la fecha de estreno del filme data de 1963, la cinta se rodó entre abril y mayo de 1960 (en septiembre de 1959 había terminado de rodarse Al final de la escapada) y, debido a la aparición de escenas de tortura y al conflicto todavía existente entre Francia y Argelia, fue censurada por el Gobierno francés hasta el final de la guerra, en 1963.

El soldadito es, por tanto, la segunda película de Jean Luc Godard, dentro de su primer y prolífico período, por delante de Una mujer es una mujer y Vivir su vida. Y eso nos dice mucho de ella, porque surge como contestación a la ligereza de Al final de la escapada, a pesar de sus múltiples puntos en común (ambas extraen su atmósfera del cine negro de serie B, las dos parejas protagonistas tienen ciertas similitudes, los dos personajes principales son traicionados…). Las diferencias son evidentes: Godard sustituye el montaje abrupto de la primera por los barridos panorámicos de la segunda; el vibrante París de Al final de la escapada nada tiene que ver con la claustrofóbica Ginebra de El soldadito; la banda sonora de jazz es sustituida por un piano atonal y opresivo, y, por último, el director busca la implicación política directa, aunque lo haga a su manera y denunciando a unos y otros por igual.

En un tiempo en el que nadie se atrevía a tratar en Francia el peliagudo tema de la Guerra de Argelia, Godard se encargó de presentar la tortura en escena, en cierto modo homenajeando a filmes clásicos como Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, Roberto Rossellini, 1945), pero presentándola con una frialdad desconcertante, convirtiendo la secuencia de las torturas en algo mucho más efectivo que lo mostrado en La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1965). Godard defiende así su toma de conciencia: «Yo hablé de las cosas que me concernían en tanto que parisiense de 1960 no incorporado a un partido. Lo que me concernía era el problema de la guerra y sus repercusiones morales. Mostré, entonces, a un tipo que se plantea montones de problemas. No sabe resolverlos, pero plantearlos, así sea con un espíritu confuso, es ya intentar resolverlos.» [1]

El soldadito

Pero, ¿de qué trata El soldadito? Según Godard, el filme trata sobre “un muchacho que tiene el espíritu confuso, se da cuenta de ello y trata de tener el espíritu más claro”, pero también expresa “la nostalgia de la Guerra Civil española”. La película manifiesta su rechazo al escaso contenido ideológico de la guerra franco-argelina, en contraposición a la guerra entre fascistas y republicanos en España, y denuncia el uso de métodos como el lavado de cerebro o la tortura más cruel. Pero, por supuesto, no lo hace de manera lineal o tradicional, sino a la Godard, situando en el centro de la escena a un protagonista contradictorio y ambiguo, casi naïf: cita a Lenin (“la ética es la estética del futuro”), no está comprometido con su causa, rehúsa considerar a todos los seres humanos como “hermanos” y dice que los árabes son “perezosos”.  Fue duramente criticado por ambos lados, a diestra y siniestra, pero eso, en el fondo, alimentaba las ganas de Godard de seguir haciendo cine, de levantar a los críticos de sus butacas y despertar interés por algo tan tabú en la sociedad francesa como la Guerra de Argelia.

El hilo argumental, muchas veces improvisado durante el rodaje, según reconoce el propio Godard, presenta a Bruno Forestier (Michel Subor), un desertor del ejército francés que ha sido captado por la OAS en Suiza para que atente contra personas e intereses argelinos. Le ordenan asesinar a una importante figura de la resistencia argelina pero él “prefiere no hacerlo”. Entra en escena Veronika Dreyer (Ana Karina debe su nombre en la película a una de los habituales citas-homenaje de Godard), una muchacha rusa que pertenece al FLN, lo que complica aun más la situación de Bruno, ya que ha quedado prendado de ella desde el primer momento. La OAS comienza a sospechar de él y piensan que es un doble agente, mientras Bruno es capturado por el FLN y torturado. Aunque confesar no es tan importante para él, puesto que ya no cree en nada, “prefiere no hacerlo”, no delatar a nadie ni dar la dirección donde se ocultan los agentes de la OAS.

Pero, como es habitual en Godard, el argumento no aclara la verdadera intención del director, que prefiere recurrir a las citas para hablar por boca de sus personajes. La cita, literal o inventada, textual o iconográfica, es uno de los recursos que mejor caracterizan el arte de Godard (tanto en su faceta de crítico como de director). En El soldadito las referencias se multiplican: Aragon, Cocteau, Malraux, Bernanos… en la faceta literaria, pero también Klee, Gauguin y Van Gogh en el terreno pictórico y Mozart, Bach o Beethoven en cuanto a la música, incluso Sacha Guitry con respecto al cine. Godard no deja de hacer literatura e incluso cuando hace cine reflexiona sobre su oficio, filosofa acerca de la imagen y la palabra, los distintos tipos de planos y el lenguaje: “La fotografía es verdad. Y el cine son 24 verdades por segundo». Se trata de investigar en la naturaleza del lenguaje cinematográfico, de preguntarse en cada plano “¿qué es el cine?”.

El soldadito

Este artículo fragmentario e incompleto, a veces inconexo, como el propio cine de Godard, no tiene más pretensión que preguntarse “¿qué es el cine para Godard?” Pero yo, como Bartleby y Bruno Forestier, “preferiría no hacerlo”, no responder unívocamente ni dar una contestación insuficiente o equivocada. Símplemente, parafraseando a Godard, ”planteo los problemas, no trato de resolverlos”.

[1] Cahiers du Cinêma, n.° 138, diciembre de 1962, número especial dedicado a la Nouvelle Vague, realizado por Jean Collet, Michel Delahay, Jean-André Fieschi, André S. Labarthe y Bertrand Tavernier, editado en el libro Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard, Barral editores, 2005)