El devorador de mitos
Obsesión, una novela de Lionel White, autor también de la obra en la que se inspiró Stanley Kubrick para realizar Atraco perfecto, es el punto de partida de Pierrot, el loco. Y tan sólo es eso, un punto de partida. La consigna, el lema para la acción que Jean-Luc Godard propuso para llevar a cabo el proyecto era el comenzar a rodar sin esquemas precedentes, haciendo bandera de la improvisación. A partir de estos preceptos, la película se construye con todo aquello que pasaba por la cabeza de su director y con lo que el espectador entrega de su propia cosecha.
Devorador de mitos literarios, pictóricos o cinematográficos, Godard prolonga la imagen hitchcockiana de un hombre asesinado con unas tijeras como en Crimen perfecto, hace viajar a sus protagonistas con un ejemplar del cómic de los Pieds Níkeles como único equipaje o pone, en boca de sus protagonistas, citas de Jules Verne, Joseph Conrad o Robert L. Stevenson. Godard inunda la película de citas, divagaciones, apuntes y comentarios; fragmenta la narración y rompe la ficción hablando a los personajes y a los espectadores. Pierrot, el loco es un filme aparentemente caótico aunque, en el fondo, la atracción que produce es fruto de una férrea coherencia interna. Una coherencia doctrinal y de estilo que es resultado, sorprendentemente, de la digestión de múltiples influencias, citas y homenajes: el cine (Fuller, Ray, el cine negro, el género musical…), la pintura (Velázquez, Renoir, Picasso…), la política (caricatura sobre Vietnam), el cómic, etc.
En Pierrot, el loco ya no se buscan los resortes psicológicos que favorezcan la identificación con los personajes de la trama. Godard interpela a la intervención activa del espectador, mezclando la ficción con la realidad, provocando, en suma, que funda su mirada con la suya propia.
Ferdinand-Pierrot, el protagonista desdoblado, es un burgués que se rebela contra la sociedad de consumo y que huye con su amante en busca de un paraíso perdido (la Naturaleza). Pero la pareja naufraga en este intento. Los puntos de vista de la pareja divergen: él prefiere la acción frente a la actitud más contemplativa de ella; o, ésta se muestra más interesada en comparación con la actitud idealista de él. Pierrot siente en sus carnes que el amor no es una cuestión perdurable y que el Edén, tampoco, existe. Con una carga de rabioso nihilismo, se inclina por la autodestrucción. Envuelve su cuerpo con dinamita y se pinta la cara de azul… Otra vez la muerte como colofón de una obra de Godard.
El cine de Jean-Luc Godard, a veces, nos puede gustar poco o, incluso, nada en absoluto. Sin embargo, siempre nos cautiva e interesa. Pierrot, el loco es una película seductora e irritante. Nadie como Godard supo aprehender la esencia de su tiempo ni entendió como transferir esa misma esencia a los personajes y situaciones que relataba en sus películas. No obstante, en ocasiones, nos incomodan sus alardes y pretenciosidades de artista, ese anhelo de convertirse en portavoz de sí mismo ante el mundo. En Pierrot, el loco un conjunto de aciertos innegables parecen avenirse, sin mayores inconvenientes, con actos gratuitos y arbitrarios que, no cabe duda, entraban en el juego que Godard se traía entre manos.