Aprender a sentir
Puestos a buscar culpables, yo culpo al cine. Lo culpo por no asumir la responsabilidad de ser la más significativa herramienta pedagógica de nuestro siglo (y del siguiente), por no aprovechar todo su potencial didáctico, por haberse conformado con los estereotipos y los lugares comunes; culpo al cine porque siendo el producto vicario clave para tantas y nuevas generaciones, no las ha enseñado más que a fabricar sueños rotos y utopías imposibles.
El cine ha sido honesto porque le ha dado al espectador lo que éste ha requerido. Digamos que ha sustraído la vida de la ficción porque nadie está interesado en ella. Y sobre todo, ha ocultado esos fotogramas que realmente enseñan a vivir. No es este un tema baladí; hay generaciones que han crecido a través de heurísticos cinematográficos que han conseguido borrar situaciones cotidianas y sus inevitables consecuencias. Sojuzgado por sus creadores para convertirse en una máquina de evasión, el cine se ha olvidado de la vida y nos ha enseñado que hay experiencias que no ocurren en la realidad y que hay tramos vitales que se suceden en diez fotogramas al ritmo de Simon & Garfunkel. En definitiva, que algunas vivencias se han hecho tan lejanas que uno ya desconoce cómo experimentarlas.
Nobuhiro Suwa
Más allá de sus influencias culturales y cinematográficas, el cine del japonés Nobuhiro Suwa ha difuminado las fronteras y se ha encargado de explorar esas zonas vitales invisibles. Nos ha demostrado que la existencia tiene otro ritmo, que los sentimientos tienen un cauce distinto, y que la música nos acompaña en momentos puntuales pero no fagocita el dolor. El cine de Nobuhiro Suwa nos recuerda que la vida se vive en plano fijo —con un algún travelling, por si acaso—, que el montaje no nos hace desaparecer más que cuando le damos a la espalda a la persona que queremos, y que los efectos especiales son fruto de conexiones sinápticas que se activan cuando nos enamoramos.
Suwa no se ejercita en el hastío como Antonioni ni escarba en el dolor como Cassavetes, no aspira al azar cotidiano como Rohmer ni se empecina en el falso realismo de Guerín. Su cine hinca los dientes en la realidad para transportarla a lo bruto, para continuar allí donde otros la esquivan por evitar que el espectador desista en su mirada. Porque no hay escena más cruel en Yuki & Nina (2009) que aquella en la que los padres de Yuki discuten para abandonar la mesa y dejar a su hija sola en el encuadre, intrigada ante una interacción que no alcanza a comprender o inmutable ante un conflicto que ya ha normalizado. Porque MO/ther (1999) es la película que mejor desentraña los celos, la rabia, la envidia y demás sentimientos negativos que se agazapan tras una estructura familiar. Y porque Un couple parfait (2007) es el progresivo desmoronamiento de una pareja hasta llegar a aquello que jamás pensaron que podrían decirse. Nobuhiro Suwa es, por tanto, un artista empeñado en hacer visible aquello que no queremos ver. Como David Cronenberg, Jia Zhang-ke, Jan Svankmajer, Mel Gibson, Takashi Miike o Jean Eustache.
Yuki & Nina
En Yuki & Nina, Suwa persiste en su disección del microcosmos familiar, relatando los efectos colaterales que ciertos actos provocan en otros miembros de ésta. La perplejidad de los menores ante decisiones que no pueden concebir. La dificultad de los padres para hacer extensivo a sus hijos los motivos de una separación. La voluntad de la infancia por dar vida a lo que ya está podrido. Y la fantasía como espacio de resolución de conflictos y como travesía de superación personal. Para ello no tiene miedo en hurgar en las heridas cotidianas, evitando caer en los paradigmas ficcionales del dolor y en el sensacionalismo del tópico.
Porque cuando Suwa y Girardot dejan la cámara quieta, cuando mantienen el plano esperando que sus personajes den un paso más allá, enseñando aquello que el cine se ha empeñado en ocultar, es entonces cuando la vida se revela ante nosotros y su arte cobra una relevancia única. Es entonces cuando uno se olvida de la cámara, aparta el decoupage, relega a los actores, y simplemente aprende. Porque cada vez resulta más y más difícil encontrar una película que enseñe sin moralizar, que opine sin sentar cátedra, que muestre sin juzgar. En definitiva, agradezcamos la existencia de una película como Yuki & Nina porque se trata de una maravillosa obra para aprender a sentir.