Niebla

Mucho cine, poca ética

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¿Deben usarse el cine, el arte, como herramientas políticas o engendradoras de moral? El eterno debate. Pero el debate termina pronto swi no atenemos a lo evidente: todo es política y todo tiene un componente moral. Hasta La sirenita (o sobre todo La sirenita). El dilema, entonces no estriba en si se debe o no tirar de mensaje; ni siquiera en valorar el tipo de mensaje, porque no ha lugar al pensamiento único en la creación pura. No, la cuestión de fondo es otra: ¿cómo gestionamos ese mensaje? Y Niebla (Haemoo, 2014) es un formidable material de laboratorio para analizar esa gestión.

Entre Shim Sung-bo y Bong Joon-ho, que ya unieron fuerzas en Memories of murder (Salinui chueok, 2003), aunque aquí inviertan los roles de director/escritor, moldean una obra con hechuras de película grande, de empaque, de seria aspirante a conchas, palmas, espigas y oscar con acento coreano. Como buena parte de la última hornada de cineastas asiáticos, son buenos amigos de la cámara. La conocen bien. Tienen los recursos artísticos y técnicos para llevar el proyecto de marras adonde les dé la real gana. El propio Joon-ho se mueve con idéntica soltura entre monstruos de las profundidades marinas (The Host [Gwoemul, 2006]), thrillers academicistas (la mencionada Memories, o Mother [Madeo, 2009]) y trenes que avanzan en movimiento perpetuo por una futurible era glacial (Rompenieves). Sin despeinarse. Multidisciplinares, polifacéticos, directores totales; dignos cachorros de Spielberg.  

Pero el riesgo que corren esos directores totales, los que ayer firmaban aquella fantasía postapocalíptica y hoy pretenden concienciarnos a colación del tráfico de seres humanos, es no calibrar dónde termina el alegato y dónde echa a rodar la montaña rusa. Shim Sung-bo tenía entre manos unos hechos reales, 25 chinos asfixiados en la bodega de un pesquero, y el antecedente de la obra de teatro del mismo nombre, pero le puede el espectáculo. El show debe continuar. Aquí, como en el periodismo, no conviene que la realidad dé al traste con una buena historia. Como en los noticieros, el charco de sangre eleva el share, el testimonio no.

Arranca Niebla como fresco  costumbrista de la vida en alta mar. La camaradería y el exceso de testosterona de seis machos encerrados en un camarote. Huele a pescado, a grasa de motor , el agua salada curte la piel, el sol castiga. Pero más aún castigan las deudas del capitán. Ahí llega la encrucijada moral, a la manera de Ken Loach. Un hombre hace lo que tiene que hacer para salvar el culo, o el barco, y conseguir dinero rápido. Las tentaciones abundan más que las deudas y en Niebla llegan en forma de inmigrantes ilegales que que huyen de China buscando el Xanadú surcoreano. Una primera hora ejemplar, detallista, que cubre de sobra el expediente y la denuncia, que muestra en vez de juzgar.

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Cae el telón. Aplausos para el primer acto. Cuando vuelve a subir, Sung-bo nos introduce en una película diferente donde la cuestión humanitaria se difumina en un arrebato excesivo de locura colectiva y violencia psicopática, primitiva, con damisela en apuros incluida. Puñetazos secos al hígado que son santo y seña de los enfants terribles orientales, pero que parten el cuadro por la mitad. De lo creíble a lo delirante, de Loach a Kitano en cinco minutos. La aguja ya no inyecta cine social, ahora estamos recibiendo una sobredosis de bajeza humana que no parece corresponderse con el desarrollo natural de los acontecimientos. Una reacción exagerada e histriónica a una tragedia (lamentablemente) cotidiana. Buenos que se convierten en malos, malos que persiguen a los buenos, sálvese quien pueda. Unos perros de paja a merced de las olas.

¿Funciona esa otra película, la película de horror? Y tanto que funciona. Los espacios cerrados, la oscuridad y la amenaza latente. Bien jugadas, esas son siempre manos ganadoras, y hay que insistir en que ciertos cineastas, como Bung-ho y Joon-ho, son capaces de llevar cualquier barco a cualquier puerto. Entendida como thriller claustrofóbico y con los pies muy lejos del suelo, Niebla convence, aunque los medios para alcanzar su fin tengan 25 nombres y apellidos y estén ahora durmiendo el sueño de los justos a cien metros de profundidad frente a las costas de Corea. Suena poco ético, pero es algo que sus autores deberán explicarles a sus respectivas almohadas. Si es que les preocupa lo más mínimo, claro.