FICX 2021. Întregalde, de Radu Muntean

Siente a un pobre (rumano) en su mesa

Muntean tiene una buena y una mala noticia sobre Rumania: la buena es que ya tiene una clase media aspiracional y pija equiparable a la del resto de Europa; la mala es que convive con una población que vive en la pobreza y que, aunque comparte el mismo presente histórico con los primeros, habita una temporalidad diferente. Desde ese punto de vista, Întregalde comparte el pesimismo de su país con la obra de su compatriota Cristi Puiu y su obra Sieranevada. En aquella ocasión, el Selecto Club de las Referencias Perezosas decidió que su película tenía mucho de Berlanga y de Buñuel. Es algo que se puede aplicar a casi cualquier filme que hable del absurdo del ser humano y que, claro, también vale para el villorrio de Întregalde. De hecho, su denuncia de lo absurdo de la caridad humana en un entorno rural es puro Viridiana. Pero parece más bien que Muntean tiene en la cabeza el cine del sueco Ruben Östlund y su insobornable espejo de hipocresía cinematográfica. Cogemos a unos protagonistas que son el perfecto modelo del progre de buen corazón y los sometemos a una serie de desventuras que les hacen replantearse (cuando no renegar) de sus principios éticos de clase burguesa acomodada. Llega la Navidad y los chicos de ciudad se preparan para llevar sus regalitos a las regiones más remotas del país. Viajan por caminos impracticables hablando de trivialidades en sus coches, calentitos en sus plumas fabricados en Portland, Oregón. Cuando se detienen a entregar el aguinaldo, miran con desdén, cuando no con desprecio a los lugareños. Hasta que, llevados por su buen corazón, uno de ellos los mete en un lío morrocotudo y les hace tomar una senda imprevista. Atrapados en medio de la nada, se les olvidan los buenos sentimientos y desconfían de los demás, bien sea por su aspecto, su discurso o su raza (¡cómo van a fiarse de un gitano!). E incluso llegan a desconfiar de ellos mismos. Todo salta por los aires y se descubre la mezquindad de sus supuestos buenos espíritus. Acaban en la mierda física y metafóricamente. El espectador, un poco, también. Y eso que la película tiene colmillo e ironía pero es que, al final, la Navidad es lo que tiene: por cada Santa existe un Grinch.

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