El placer de los extraños (The Comfort of Strangers, 1990), de Paul Schrader

El placer de los extrañosDe entre toda su filmografía El placer de los extraños es quizá el que más me intrigaba y apasionaba antes de verlo (mientras que Mishima era de los que menos, me costó bastante enfrentarme a una historia que se me antojaba tan lejana como aburrida, para ser preclaro) y la primera vez resultó, expectativas mal gestionadas y alucinaciones que no vienen a cuento mediante, bastante decepcionante. Dejando de un lado la ambición del proyecto (novela de Ian McEwan, guion de Harold Pinter, rodaje en Venecia, coproducción europea…) e incluso ciertas consideraciones de un espectador entusiasta pero algo necio (véase algunas de las elecciones del reparto o el porqué da algunas decisiones de la adaptación…), el problema era sin duda que esperaba algo que no era lo que me había ofrecido la película, pero a la vez sin saber tampoco muy bien explicar el qué, aunque en retrospectiva calculo que tenía que ver con dos cuestiones: la presencia y magnetismo de Christopher Walken no cuadraba con las ideas preconcebidas y parecía el verdadero “autor”; el eco de Amenaza en la sombra, la extraordinaria película de Nicolas Roeg, desarrollada en el mismo escenario con algunas conexiones evidentes y otras casuales (o alucinadas). Recién revisado junto con el resto de la obra de Schrader, El placer de los extraños ha re(aparecido) como un trabajo estimulante y toda aquella decepción juvenil se ha transformado en una suerte de revelación en la cual ahora ya es imposible imaginarse un Robert diferente al encarnado con tal suficiencia por Walken o una ciudad que no fuera esa Venecia… incluso el tono casi etéreo de la narración que antepone lo ornamental parece el más adecuado para resaltar esa mixtura entre lo misterioso, lo mórbido y lo mundano. Item más: una lectura actual, quizá algo forzada pero oportuna ya que es puro Schrader a la vez, nos lleva a una elegía, donde la tolerancia y libertad sexual son la expresión de la vida para unos, mientras que para otros es un instrumento de poder o un arma arrojadiza para señalar, y donde el lamento triunfa porque lo hace la verborrea de los segundos.

Posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992), de Paul Schrader

Patty Hearst (1988), de Paul Schrader