Que a Schrader le interesan los personajes turbulentos y contradictorios es un rasgo de su trayectoria que siempre está ahí, incluso en sus trabajos menos inspirados y/o aquellos de los llamados alimenticios (conjuntos por cierto que solo comparten unos pocos elementos, aunque se pueda esperar en general lo contrario de un cineasta de esta ascendencia), y la atención siempre, aun emanando de ellos, se desvía paulatinamente a otros aspectos de la narración, de las imágenes, de la atmósfera que envuelve el drama y en última instancia a lo trascendental (o a lo mundano, o a ambos). Precisamente este recorrido por el sonado secuestro de una joven de familia pudiente (y tanto: es nieta de William Randolph Hearst… el mismo que dio pie a Ciudadano Kane y más recientemente “apareció” retratado en Mank) tiene mucho de mundano y trascendental en sintonía por lo que se recrea del proceso de ¿madurez? que vivió Patty Hearst durante su cautiverio, viéndose obligada o siendo convencida de formar parte de la supuesta revolución que promovía el SLA. La atmósfera del film se impregna de ese itinerario (que también es físico al moverse el grupo de un lugar a otro) en los límites de la pesadilla, la ensoñación… y la revelación. Schrader supera el texto, los hechos, las fórmulas y el griterío, inmiscuyéndose en la representación hasta hacerse invisible o quizá se trate más bien que logra, casi se diría que mágicamente, esconderse como lo hace Patty Hearst: los planos furtivos, el montaje por corte, la voz en off… se pliegan para mostrar una verdad que está ocurriendo aquí y ahora, en verdad una manera de alcanzar ese cinema verité que se buscaba en otro tiempo y para otros objetivos. Es importante constatar que la primera parte del film, siendo la más lograda e impactante, donde el uso del contrapicado y los filtros visuales son decisivos, no resta fuerza al conjunto si bien no es hasta el final que este cobra el sentido completo y somos conscientes que hemos visto una pieza radical y fundacional: un plano fijo sostenido de la protagonista, ya detenida y acusada (más que ningún otro de los integrantes del autoproclamado ejército), mostrándose ante su padre como alguien que tiene el control (con todo lo paradójico y contradictorio que resulta dadas las circunstancias) y que ahora sí va a empezar a ser quien realmente quiera ser.
El placer de los extraños (The Comfort of Strangers, 1990), de Paul Schrader