Una avanzada del progreso
La idea germinal de Naturaleza muerta brotó cuando Jia Zhangke (Fanyang, 1970) se encontraba en pleno rodaje de Dong (2006), inmersión documental en la representación pictórica de la realidad del artista Liu Xiaodong (Liaoning, 1963) que enfrentó la mirada del cineasta a una región literalmente devorada por la construcción de la descomunal presa de las Tres Gargantas, metáfora perfecta de la hipertrófica concepción que tiene el gobierno chino sobre el proceso de modernización al que se debe someter al país para ascender con la máxima celeridad las escarpadas lomas del inevitable capitalismo. El descubrimiento de este territorio sumergido bajo las aguas por un sistema corporativo tan inhumano como efectivo originó en el autor de Pickpocket (Xiao Wu, 1996) la necesidad de retratar una realidad que forzosamente superaba los márgenes del documental en el que se hallaba trabajando. De esta manera, tras encerrarse tres días con su ayudante en una habitación de hotel, el director esbozó una historia sobre la desolación que identifica, con extraordinaria sutileza e implacable crudeza, la evolución sufrida por sus dos personajes principales con el imperioso proceso de transformación geomórfica del paisaje en el que se enmarcan sus erráticas existencias. Los apuntes que resultaron de estas jornadas de reclusión laboral intensiva ya contenían el esqueleto narrativo de una obra maestra en la que el representante más combativo de la sexta generación del cine chino revelaba una vez más la importancia que tienen sus películas como retrato inclemente, evocador y profundo de una corrupta realidad nacional que se sitúa en las antípodas de la imagen oficialista que pretende ofrecer el gigante asiático. Así, tras seis meses de rodaje (y con cientos de horas de HD en el disco duro de su cámara) el futuro director de la extraordinaria Un toque de violencia (Tian zhu ding (A Touch of Sin) / Ciqing shidai, 2013) dispuso del material necesario para hacer estallar este tremendo grano en el culo de una República Popular China obsesionada por ocultar sus miserias debajo de una alfombra de bienestar tan artificial como el lago de las Tres Gargantas o las reproducciones de monumentos famosos que componían el parque temático de The World (Shijie, 2004), anterior ficción cinematográfica del autor que incomprensiblemente logró esquivar en su momento la férrea censura de su país. La repercusión de Naturaleza muerta en Occidente al alzarse con el León de Oro en la 63 edición del Festival de Venecia y la consecuente revaloración crítica de su artífice tuvieron como efecto inmediato una tremenda desaprobación por parte del gobierno chino que impulsó aún más la carrera de un director que ha logrado mantener su independencia gracias al parcial mecenazgo de festivales y fondos de producción europeos.
Sin duda, ese carácter de urgencia que se percibe en la concepción del filme que nos ocupa se debe a la velocidad impuesta por las autoridades chinas para finalizar la construcción de la última fase de la presa o, lo que es lo mismo, para apresurar la destrucción metódica de la parte de Fengjie que aún no estaba inundada por las aguas. Por tanto, un cineasta disidente y crítico como Jia Zhangke debía actuar con rapidez para presentar una visión de la realidad distinta a la que se intentaba imponer desde los medios de propaganda estatal, máxime cuando su objeto de análisis estaba sometido a unos cambios tan salvajes y vertiginosos como los que se suceden ad continuum en la sociedad china actual.
El armazón argumental de Naturaleza muerta se sostiene sobre la solidez que aporta la simplicidad de una historia (en realidad dos historias paralelas que nunca se cruzan) con infinitos niveles de lectura. Un hombre y una mujer llegan a la zona de Fengjie en busca de sus respectivas parejas a las que no ven desde hace años y a las que apenas conocen. He aquí el primer estrato de una trama minimalista que profundiza en la miseria que deja tras de sí la feroz avanzada hacia el progreso autoimpuesta por el vertiginoso tsunami capitalista que ahoga a una China condenada a la inseguridad laboral, la superpoblación de los núcleos urbanos incapacitados para absorber la diáspora rural y a la destrucción sistemática de una cultura milenaria eliminada por una globalización despiadada que lo impregna todo. Nos encontramos aquí, por tanto, con dos viajes enfrentados que representan distintos posicionamientos frente a la situación de la China del siglo XXI. Mientras el minero Sanming (Sanming Han) pretende recuperar una parte de su pasado a través de un reencuentro que sabemos abocado al fracaso, erigiéndose así como representante de una tradición en vías de extinción que encuentra, a su vez, un paralelismo telúrico en la ciudad oculta bajo las aguas; Sheng Hong (Tao Zhao), por su parte, busca romper con los lazos que le unen a ese pasado y comenzar una nueva vida en Beijing, mostrándosenos como personificación femenina de un futuro, sin duda, imperfecto pero, a todas luces, incuestionable. Quizás es por esto que sea durante el segmento protagonizado por este personaje cuando asistimos a esos surrealistas e inesperados apuntes fantacientíficos (Cf. el OVNI que surca el horizonte y el edificio que despega hacia el cielo como un cohete) que, insertos en el contexto marcadamente naturalista que define el tono y la textura del filme, actúan como jocosos comentarios del incierto (y marciano) porvenir de China y sirven para amplificar el extrañamiento del espectador ante la confrontación entre tradición y modernidad que se plantea a lo largo de un relato en el que la alienación de sus protagonistas es manifiesta.
Es esta una cinta de inspiración documental y espíritu poético que partiendo de los parámetros estilísticos del slow cinema intenta reflejar la forzosa huida hacia adelante en la que se ha visto involucrado un sector enorme de la sociedad china. Por tanto, la diáspora, más que la auténtica necesidad de alcanzar sus precarios objetivos, es, sin duda, la que hace avanzar a sus dos personajes principales y, por extensión, se convierte en el motor principal de un filme que partiendo de las historias mínimas de Sanming y Shen Hong sabe transmitir la sensación de desamparo en la que, de un tiempo a esta parte, se encuentra inmerso gran parte del pueblo chino.