El año pasado Alice Diop recibía sólidos reconocimientos por su ópera prima Saint Omer, entre ellos un Premio César, el Giraldillo de Oro en Sevilla y el Gran Premio del Jurado en Venecia. La cineasta gala nos sumergía en un caso de infanticidio desde la distancia fría del observador, en el que conseguía atravesarnos lentamente hasta que el horror acababa sacudiéndonos. En Oppenheimer, Christopher Nolan dedica parte de su extenso metraje al juicio político y social al que es sometido el protagonista debido a su extraordinario pero letal invento, en un análisis a dos tiempos de la moral del físico más famoso de la historia. El pasado octubre descubríamos la canadiense Las habitaciones rojas (Pascal Plante) en el Festival de Sitges, basada en un juicio contra el presunto asesino y torturador de tres adolescentes cuyas matanzas, grabadas en vídeo, se vendían por sumas desorbitadas en la dark web. En este caso lo desagradable venía inducido por la reacción a las imágenes, ubicando toda violencia fuera de campo. El drama judicial siempre ha sido un género goloso para el cineasta, ya que ofrece un sinfín de posibilidades técnicas y narrativas para explorar la psique de los personajes, dejando en un segundo plano la importancia del veredicto final.
La última película de Justine Triet (El reflejo de Sibyl), flagrante ganadora de la última Palma de Oro, nos ofrece un relato lleno de incógnitas que giran alrededor de la enigmática muerte de Samuel, el marido de la protagonista. La caída del título se sobreviene en el prólogo, en apenas unos minutos de caos fragmentados en tres espacios: la conversación entre Sandra y una joven que la entrevista en la planta baja, la presencia de Samuel en el tercer piso, que interrumpe la charla con una versión instrumental de “P.I.M.P.” de 50 Cent a todo volumen, y la salida de Daniel, el hijo de ambos, que se dispone a dar un paseo con su perro. En su regreso a la casa, el niño descubrirá el cuerpo inerte de su padre a los pies de la entrada gracias a la reacción de Snoop, pues el muchacho perdió la vista en un accidente a los cuatro años, hecho que parece guardar relación con la aparente depresión del fallecido. Después de las llamadas pertinentes, Sandra se verá atrapada en un tedioso proceso en el que será ferozmente señalada, no solo por ser la única testigo del fatal suceso, sino también por su condición de mujer bisexual y su ambición como escritora, factores que saldrán a colación durante las interminables jornadas que conformarán un proceso judicial que se alargará más allá del año.
Durante este tiempo, Sandra encontrará apoyo en su abogado Vincent, un antiguo amigo con quien comparte un pasado sentimental impreciso. Además de ser el encargado de montar su defensa, también la forzará a cuestionar su autopercepción en favor de una resolución favorable. Sandra Hüller (La zona de interés) interpreta con garra a una mujer segura de sí misma, de carácter fuerte y emocionalmente inquebrantable. Tan solo una vez seremos testigos de su abatimiento: cuando Daniel, sobrepasado por las dudas, le pide que abandone el hogar hasta que el juicio concluya. En el trayecto hacia el hotel que será su casa durante unos días, Sandra empatizará con su hijo y se dará cuenta de cómo sus declaraciones han afectado al joven, quien hasta la fecha desconocía la toxicidad de las dinámicas entre sus padres.
Durante el proceso, sale a la palestra una evidencia en forma de audio. Samuel, escritor frustrado que daba clases en la universidad, solía grabar las conversaciones con su mujer en busca de material para futuras novelas. Todo el mundo en la sala escucha con atención la discusión conyugal, pero nosotros, los espectadores, tenemos el privilegio de verla en pantalla. Lo que presenciamos es el recuerdo subjetivo de Sandra, que da lugar a una de las escenas más sobrecogedoras de la película: el recorrido candente de la calma sostenida que acaba en violencia física. Justo antes de los golpes volvemos de nuevo a la sala, junto al resto de oyentes, donde se analiza con precisión el audio reproducido. Esta conversación entre Sandra y Samuel engloba los matices más relevantes del film: los celos, las envidias, los reproches, la culpa. Secuencia que bien podría formar parte del análisis marital en Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019), donde Scarlett Johansson y Adam Driver, aunque con papeles intercambiados, interpretaban la esencia (y la decadencia) de las relaciones humanas. Es ahí donde somos interpelados por la transparencia de un discurso vacío de parafernalia y temporizado con absoluto rigor, con las pausas necesarias y que pone el foco en el apabullante in crescendo de las réplicas de Sandra. En tan solo unos minutos, Triet es capaz de representar con exactitud las dinámicas pasivo-agresivas que muchas veces se acaban normalizando en las relaciones de pareja.
Anatomía de una caída no es otro drama judicial al uso sobre un caso que bascula entre el suicidio y el homicidio, sino que ahonda en lo más íntimo de la naturaleza humana, elaborando un personaje lleno de capas que queda representado desde varias perspectivas: como mujer, como madre y como profesional, pero también como blanco perfecto de una sociedad que se alimenta del amarillismo sin tener en cuenta las consecuencias de sus dedos condenatorios.