Mouchette (Robert Bresson, 1967)

MouchetteDiecisiete años después de estrenar Diario de un cura rural, Robert Bresson volvía a adaptar una novela de Georges Bernanos, en este caso Mouchette. Y es que la potente carga católica de la obra del novelista francés encaja como anillo al dedo con la visión del cine de Bresson. En el caso de Mouchette, la temática se adapta a las obras más melodramáticas del cineasta y la austeridad de la historia permite a Bresson aplanar las imágenes como solo él sabe hacer. Mouchette es una película triste desde la simpleza, ya que Bresson no se permite alardes técnicos ni visuales y construye un relato que es todo esencia y mensaje.

La historia gira entorno a Mouchette (Nadine Nortier), una chica adolescente que malvive en un pueblo de la campiña francesa. Teniendo que cuidar de su madre enferma, Mouchette no recibe más que maltrato por parte de todos a su alrededor. Desde su padre hasta su profesora, pasando por sus compañeros y vecinos; todos parecen mirar a la muchacha por encima del hombro y Bresson da al espectador la responsabilidad de empatizar con ella. Como en toda su filmografía, el director confía en la inteligencia del público y no toma atajos emocionales para contar su historia, sino que, a través de una puesta en escena muy humilde, conecta al espectador con la protagonista.

Mouchette

El cine de Bresson no es ajeno a personajes privados de voz y denostados por la sociedad. Pero a diferencia de protagonistas como el burro de Al azar de Baltasar o el preso de Un condenado a muerte se ha escapado, Mouchette no ha sido silenciada por una condición física o penal, sino social. Este estigma hace su personaje mucho más trágico, pues la opresión que recibe se debe a su estatus social, a su género y a su edad. La protagonista no parece encajar en ningún lugar y sus vecinos y familiares no hacen más que juzgarla, sentir pena por ella o abusar de ella física y verbalmente. El único momento en que parece conectar con alguien es en la escena de la feria y, aún en ese momento, lo que recibe del chico que le gusta vuelven a ser golpes: los propiciados por los autos de choque. Bresson no deja, en esta historia, espacio para el optimismo porque deja claro en todo momento que Mouchette no ha conocido jamás el cariño ni la atención que cualquier infante debería recibir.

El método de Bresson es tan rígido como de costumbre en esta obra. La distancia que fuerza el estilo del cineasta hace mucho más dolorosas las imágenes, pues el espectador se siente incapaz de acercarse a la protagonista. El espectador llora porque Mouchette no lo hace. Ni siquiera Bresson siente compasión por la muchacha y encierra sus emociones, frustraciones y miedos en la interpretación hierática de Nadine Nortier, modelo bressoniana para la película. Las normas férreas que se autoimpone el cineasta deberían jugar en contra del melodrama, al no tener música, ni expresión, ni énfasis; pero el resultado final evidencia todo lo contrario. Bresson mide las imágenes y el montaje con un pulso envidiable y fuerza a la tristeza a penetrar en el espectador de un modo mucho más potente, menos tramposo.

Mouchette

Una de las secuencias más intensas de la película es su escena final. La imagen de la protagonista rodando por la colina hasta desaparecer en el río da lugar a mucho análisis y especulación. Y, a pesar de la carga sanadora y purgadora que el director concede al agua a lo largo de la cinta, es inevitable quedarse con un mal sabor de boca al terminar el metraje. No sabemos si Bresson pretende salvar o terminar de torturar a Mouchette con ese final, pero el enfoque no es luminoso en ningún caso. Estamos hablando de una versión cada vez más pesimista del director francés y se asegura de no ofrecer a la audiencia ni una pizca de esperanza gratuita.

Mouchette es una película difícil de analizar fuera del universo de Bresson porque su engranaje formal la aplana hasta tal punto que no parece brillar demasiado como obra individual. A diferencia de filmes como Un condenado a muerte se ha escapado (1956) o Pickpocket (1959), las repeticiones y fragmentaciones de la imagen no sirven un propósito narrativo, sino puramente emocional. Por lo tanto, resulta algo menos accesible porque esta distancia ofrece muy poca recompensa al espectador, por lo menos en el cortísimo plazo.

El cine de Robert Bresson es patrimonio del cine y del arte por su visión auténtica de la forma y su talento en trasladar las historias a su método. Mouchette es una de sus historias más austeras y ejemplifica todo lo que entiende el cineasta por cine.