Da comienzo la segunda mitad de Terror Molins tras haber dejado en su inicio un sabor un tanto amargo en nuestros paladares. Regreso un día más a La Peni hambriento y necesitado de algún ramalazo de inspiración o desparpajo en un punto del festival donde mi cerebro ha empezado su lenta pero constante transición hacia el estado líquido. Llega la hora y, de nuevo, cada vez más zombies, nos adentramos en la sala, preparados (o eso creemos) para el tétrico espectáculo propuesto en las proyecciones.
Día 5
Night Silence y Animale
Penúltimo día de sesiones dobles. Penúltimo día de agonía. En mi mente ya se funden los títulos y las tramas, haciendo un poco que todo el metraje acumulado hasta el momento transite por mi mente como una amalgama amorfa que bien podría haber salido de Else.
La primera película del día promete. De un director al que tengo en particular buena estima tras haber sido el artífice de pequeñas joyas del género como Nadie duerme en el bosque esta noche y Hellhole, sale Night Silence. El polaco Bartosz M. Kowalski siempre ha destacado por llevar a la pantalla un imaginario atractivo a la par que respetuoso con la tradición fílmica del terror, dando pequeños soplos de aire fresco a tropos manidos y usados en sobremanera. En el caso de los títulos ya mencionados, se ejemplifica (respectivamente) con los slasher de adolescentes estilo La Matanza de Texas y las historias de sectas satánicas lovecraftianas. Con Night Silence esto se mantiene, siendo fiel a su beneficiosa tendencia de no dar demasiadas explicaciones de lo que está sucediendo realmente para así mantener cierta indefensión en el espectador, tan solo sujeto a lo que se puede inferir de las imágenes proyectadas. Sin embargo, como pieza de género, la película se resiente de un modo en el que sus anteriores trabajos no lo hacen. Sus dos tramas principales en ningún momento terminan de casar y dejan como resultado un drama de residencias geriátricas potencialmente tierno y a ratos descorazonador que nunca termina de ahondar en su potencial al estar interrumpido por una especie de sugerente y vacuo subsuelo lovecraftiano con tintes de El Laberinto del fauno.
La segunda proyección del día, aun siendo tremendamente distinta, comparte dos elementos bastante céntricos con su compañera de programación: la crítica social y la decepción. La película de Emma Benestan, aunque con intenciones loables y un mensaje que en España tiene un especial paralelismo y calado con el terrorífico y desgraciadamente real caso de “la manada”, lamentablemente tiene más bien poco que ofrecer. Dejando su mensaje a parte, como cinta de género es una propuesta que en ningún momento termina de aprovechar su escenario con tintes de western en la que una chica en un entorno masculino empieza a sufrir toda una serie de perturbadores cambios. Ni las inquietantes imágenes de manadas de toros observando en la distancia aportan un suspense o tensión a lo que acontece, ni su (spoiler que se ve venir casi desde el comienzo) interesante concepto de mujer-toro explota lo grotesco del body horror ni lo salvaje de su transformación. En lugar de abordar cualquiera de estos filones, Animale, por algún extraño motivo, decide quedarse en un descafeinado drama rural que pasea a nivel superficial por las dinámicas de género en el grupo de raseteurs que cabalga lenta y previsiblemente hacia una revelación que en ningún momento resignifica su conjunto ni termina de resolver o aportar nada de valor a una idea que podría haber sido una crítica afilada y punzante como los cuernos de sus toros.
Ghost Train y Handsome Guys
Con el espíritu algo bajo tras las últimas dos proyecciones, llego a la última tanda de sesiones dobles del día sin saber muy bien qué esperar. Ambas películas se encuentran unidas por ser coreanas y en ese cambio de aires ansío encontrar una deriva que nos haga recuperar algo de entusiasmo para lo que nos queda de festival.
La premiere internacional de Ghost Train, empieza con buen pie y rápidamente cambia la dinámica en la sala. Su estructura ágil de microrelatos sobre acontecimientos extraños en la estación de metro de Gwangrim, —siempre apoyadas por el canallismo y el moralismo de las leyendas urbanas— imprime un necesitado ritmo y diversión que bien podría haber utilizado la desaprovechada Estación Rocafort. En última instancia, el hilo conductor entre todas las historias se demuestra algo endeble y rebaja el potencial de la película, pero es perceptible cierta renovación anímica en el público. Han vuelto a sonar los aplausos y las risas. Quizás esto era un buen presagio. Y vaya que si lo fue.
Handsome Guys se lleva la corona de lo mejor hasta el momento de Terror Molins. A pesar de ser un remake a la coreana de Tucker & Dale vs Evil, —aclamada entre los fans del género— Nam Dong-hyup aporta cierto revisionismo y frescura con su versión de la adorable dupla de carpinteros manitas que no paran de meterse en líos por sus pintas. Gracias a su esfuerzo, se cierra el día con una generosa dosis de carcajadas y vísceras esparcidas en el público. Una buena manera de terminar por todo lo alto, homenajeando al género que da nombre y vida al festival, recordándonos a todos lo bonito de estar unidos por lo terrorífico en un mundo aterrador.
Día 6
Tras el optimismo generado por la pasada sesión coreana, afrontamos el último día de sesiones dobles con fuerzas renovadas, preparados para los últimos cartuchos en la escopeta de los programadores.
Krazy House y Rita
El pistoletazo de salida lo protagoniza el estruendo repleto de excesos que propone Krazy House. La nueva película del dúo compuesto por Steffen Haars y Flip Van der Kuil pone rápidamente sobre la mesa su registro e intencionalidad, usando la apariencia de sitcom estadounidense convencional como punto de partida que sirve como contraste para el clímax visceral en el que desemboca. En sí, la dinámica que presenta se demuestra funcional y a ratos divertida y desenfadada, parodiando la religión y la figura de familia tradicional estadounidense sin ninguna clase de tapujos. Sin embargo su afán de cocción a fuego lento termina sumiendo la acción en un registro un tanto monótono en el que los gags y chistes se hacen repetitivos y un poco infantiles. Krazy House sabe que como espectadores queremos que esa tensión quebradiza que se nos plantea se rompa. Pero la dilatación del petardazo hace que su registro peque de cierta monotonía ya que las alternativas propuestas a que no explote son pocas y en un mismo registro. Es cierto que para cuando la cinta “peta”, se han dejado por el camino momentos relativamente memorables e ingeniosos, sacando múltiples risas entre la audiencia, pero al salir los créditos prevalece un poso de indiferencia en un producto que se queda en una mera canallada que (quizás) necesitaba algo más.
Como contraste (y bien fuerte) Rita se aleja de los chascarrillos y del humor negro proponiendo una crítica social basada en hechos reales cubierta por el barniz de la fantasía. El imaginario desplegado le otorga cierto aire de fábula a su historia que en cualquier otro contexto se habría visto recluida a un crudo drama sobre las injusticias y los abusos que se producen en los centros de menores (en este caso, una especie de piso/centro gestionado por el estado). Lamentablemente, aunque bien es cierto que se plantea desde una lente sugerente —especialmente a nivel visual— el conjunto de la película se siente algo gris. Con esto no me refiero a lo tétrico que se pueda desprender de la realidad que relata, sino de que aquí la fábula, lejos de potenciar el mensaje o renovarlo, no termina de obedecer a otro propósito que no sea el estético. Hecho evidenciado por un guion que, salvo por las referencias puntuales a esos elementos rupturistas con lo real, no explota el potencial de su premisa ni de sus factores diferenciales.
El instinto y Oddity
Todavía algo confuso por los motivos que han llevado a programar las dos películas anteriores juntas (y con el bocata a medias, que entre sesiones uno tiene que comer algo), entro de nuevo en La Peni, donde una parte del equipo de El Instinto nos espera para presentarnos a su cachorro.
La ópera prima de Juan Albarracín tuvo ecos de la creatividad y desparpajo que comentaba que necesitaba desesperadamente esta edición. Habitando en un espacio cercano a La mesita del comedor y Good Boy, su película recuerda cómo se puede conseguir mucho con muy poco. Tres personajes, una localización y la descabellada idea de que un adiestrador de perros ayude a un arquitecto a superar su agorafobia aprendiendo a controlar su instinto. Ya está. Solo con esto, la tensión subyacente en cada escena es suficiente para mantener a flote todo el metraje, siempre elevado por unas grandísimas interpretaciones por parte de de Javier Pereira y Fernando Cayo en particular. Un necesitado retorno a las exploraciones de los límites del género y sus formatos que abre el apetito para la que sin duda (al menos para un servidor) fue la mejor película del festival.
Oddity, válgame la redundancia, es una rareza. No tanto en cuanto a sus elementos —todos tropos con los que cualquier seguidor del género está familiarizado— sino en cuanto a cómo juega con ellos y, por deferencia, con nosotros. La nueva película de Damien McCarthy ha sido una de las pocas cintas de terror que ha conseguido realmente desarmarme y sumirme en ese fantástico terreno en el que no sabes qué esperar, en el que buscas siluetas entre las sombras y donde la oscuridad se lo traga todo. Como ya he mencionado antes, las piezas que pone sobre la mesa son familiares para muchos, e incluso podrían rozar lo tópico y aburrido: casas viejas que encierran muertes y desgracias, espíritus y espiritistas, centros psiquiátricos y asesinos… Este ideario profundamente gótico que bien podría haber salido de las cabezas de Stephen King o Edgar Allan Poe, brilla precisamente porque sabe lo que pensamos que podría suceder en cada momento y justamente por eso, y por cómo mezcla y reconfigura sus elementos de una manera deliciosamente juguetona e indescriptible, nunca nos termina de dar lo que queríamos, al menos no como esperábamos.
Termino la noche algo temeroso de las sombras pero con un buen sabor de boca. La última tanda de sesiones dobles han conseguido auparse a los hombros el resto de Terror Molins (con un poco de ayuda de los chicos guapetones de Handsome Guys) y darnos el ímpetu necesario para afrontar el último día.
Día 7
Siempre es triste cuando un festival llega a su fin. Por mucho que el nivel haya sido irregular y que a duras penas distingo ya el trayecto en tren hasta Molins de Rei de las películas que allí consumo; nunca es bonito decir adiós y hay algo de tristeza en el ambiente. Es tan palpable esa melancolía que impregna los aledaños de La Peni que esta parece haberse contagiado y, a pesar de ser la hora de la primera proyección, sus puertas no se abren, tímidas y temerosas de perdernos de nuevo hasta el año que viene. Pero ni si quiera un vetusto teatro es suficiente como para evitar lo inevitable y el retraso que nos mantuvo alejados de sus entrañas por fin se solventa y, una vez más, damos el espeluznante paso hacia lo desconocido…
Párvulos: hijos del apocalipsis
El día da comienzo con la todavía relativamente nueva sección de Terror Jove. Una iniciativa que busca acercar a los jóvenes al género con diversos talleres y dándoles la oportunidad de programar una película para el festival. Una gran propuesta que ansía encontrar nuevos enfoques a través precisamente de nuevas miradas, aunque la afortunada seleccionada de este año no cumpla exactamente con su cometido.
Párvulos: hijos del apocalipsis tiene ideas. Bastantes de hecho, encontrándose especialmente cómoda en el registro de Memorias de un zombie adolescente. Sin embargo en su guion no terminan de desarrollarse particularmente bien ni con demasiada fluidez. Aunque a ratos divertida y creativa, en ningún momento se separa lo suficiente de la seriedad o la comedia en una propuesta que precisaba de algo más de claridad y de ritmo para solventar las carencias de un texto predecible que se termina sintiendo como su propio filtro visual: curioso al principio; gris y sosuno al final.
Exhuma
Siguiendo muy de cerca el estilo de El Extraño, la nueva película de Jang Jae-hyun vino cargada de ímpetu. A pesar de su configuración claramente influenciada por la de los relatos y las fábulas, el dinamismo de la película surcoreana se hace patente desde sus primeros compases en los que se construye un texto contemporáneo vertebrado a partir de lo terrenal y la tradición. Partiendo de una premisa tan llamativa como la de unos chamanes que se encargan de asegurarse que los lugares en los que se entierran a los muertos les permitan a estos un descanso que mantenga a sus espíritus calmados; Exhuma paradójicamente desentierra la conflictiva historia entre Corea y Japón, exponiendo unos esqueletos que el paso del tiempo no ha sido capaz de borrar del todo. Una interesante manera de abordar la memoria histórica e intentar cicatrizar heridas pasadas que peca de tener demasiadas influencias colisionando entre sí, dejando como resultado una película inconsistente y de ritmo irregular que, precisamente en su intento de querer abordarlo todo, distancia demasiado a sus protagonistas del conflicto y se le priva a su conclusión de un calado más sustancial.
Sesión de clausura – The Rule of Jenny Pen
El último bocadillo frente a La Peni sabe distinto. Son muchas ya las películas que hemos compartido y las despedidas nunca son fáciles, pero siempre emotivas. Prueba de ello es el homenaje que se le rinde a Montse Ribé, originaria de Molins de Rei y ganadora de un Oscar al mejor maquillaje por El laberinto del fauno. Un bonito gesto y unas emocionantes palabras que terminan de pintar el festival y que presentan a la perfección su clausura, The Rule of Jenny Pen, cuya ambientación senil resalta de nuevo el cariz crepuscular que parece tener el día.
En sí, la película tampoco es que sea para tirar cohetes, al menos no por ninguno de sus ancianos protagonistas. El relato propuesto es solvente, sobre todo si tenemos en cuenta quiénes lo sostienen. Los fantásticos John Lithgow y Geoffrey Rush encarnan la pesadilla geriátrica que ejemplifica la infantilización que como sociedad hemos impuesto (sin su consentimiento) a la tercera edad. Una especie de historia de abusones de patio de colegio aderezada con la tragedia sepulcral de la vejez que, si bien no deja a nadie boquiabierto ni ojiplático, contribuye a la extraña mezcolanza emocional que impregna la conclusión de esta edición de Terror Molins.
Con el grueso de las proyecciones a mis espaldas —excluyendo la maratón que tiene lugar al día siguiente— salgo satisfecho de la cita con el terror que cada año propone el festival. Aunque, como ya he mencionado en algún punto previamente, siento que la programación de este año ha pecado de cierto conformismo y falta de riesgo en sus planteamientos. Uno de los grandes placeres de asistir a este tipo de festivales es el de ver nuevos enfoques. El gozar de ese lugar donde la gente loca y apasionada puede dar rienda suelta a sus irreverentes e irregulares propuestas que parece que solo pueden existir por estar alejadas del lobby cinematográfico más mainstream. Y creo que no he terminado de verlo tanto este año. Siento que me ha faltado desparpajo e incluso un poco de esa caña tan necesaria en los festivales.
Pero a pesar de todo esto, a pesar mis rabietas quejumbrosas, he vuelto a disfrutar como un niño. Para aquellos que nos gusta el terror, hay pocas citas que respiren tanto género y, sobre todo, tanta cercanía como lo hace Terror Molins. Una cita modesta, alejada de las luces y las dimensiones de Sitges y que sucede toda en un mismo recinto, pero que se siente más auténtica. El ver y escuchar cada día al equipo de programación contando narrativas internas del festival y presentando cada sesión, consigue darle a la experiencia un barniz verdaderamente especial que ilustra a la perfección cómo se fundó el festival: con cuatro frikis fans del terror que se juntaron para hacer una maratón. Y con eso es suficiente.